El argentino Roberto Arlt (1900-1942) fue uno de esos escritores errabundos que viven su primera juventud a salto de mata. Hijo de inmigrantes europeos, abandonó pronto el hogar familiar para encontrar en la calle la mejor escuela de letras. Aparte de escribir literatura de ficción, ejerció diversas profesiones, notablemente las de periodista e inventor de escasa fortuna. Aunque en vida no se le juzgó un autor de primera, posteriormente -caprichos de la gloria- fue considerado nada menos que padre de la moderna narrativa argentina. Viaje terrible (1942), que nos ofrece ahora la editorial Eneida en su colección «Confabulaciones», se viene a sumar a otros títulos más conocidos, como El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, El jorobadito… Viaje terrible muestra muchas de las características peculiares del mundo literario de Arlt: personajes marginales o caricaturescos, tono paródico y burlesco, situaciones desaforadas… Incluso su afición a los inventos aparece reflejada en el personaje de Annie, la enamorada del protagonista, una ingeniero químico especializada en el látex que viaja hacia Shangai para explotar una patente de impermeables.
Viaje terrible es la crónica de una travesía en barco por el Pacífico, desde Antofagasta (Chile) hasta Panamá, puerto en el que debe desembarcar el narrador y protagonista de la historia: un «bala perdida» al que su encopetada familia se ha quitado de encima buscándole un ridículo trabajo como «agregado honorario» en un buque sonda americano. Tal como anuncia el título, la singladura se presentará trufada de incidentes, aunque no tan «terribles» para el lector como pueda suponerse. El interés de la novela emana sobre todo del estrafalario cóctel de personajes y sus exageradas actuaciones: un conde ladrón de guante blanco, una pirómana, una sueca feminista, el hijo de un emir, un pastor metodista, un adivino aguafiestas, tahúres, borrachos… Al barco, el Blue Star, no le funciona la radio (la TSH), y además ha cambiado recientemente de nombre: pronóstico segurísimo de mala suerte. Aparte de un bruto de capitán que impone orden a puñetazos, el malhadado buque cuenta con una tripulación de aficionados, entre los que destaca un antiguo guardagujas que provocó el choque de dos trenes. Con estas mimbres solo cabe esperar un periplo cuajado de desastres y chapuzas, que el sufrido pasaje sobrellevará con francachelas, actos de violencia o entablando relaciones amorosas, algunas tan delirantes como la que cabe esperar de una feminista que se prenda del hijo de un emir. Finalmente, todo este embrollo culminará en una serie de escenas que parecen la parodia de una novela de Julio Verne, de «La balsa de la Medusa», o incluso del Maelström de Poe. Sin embargo, nos hallamos en las antípodas de la fe ciega en el progreso, o de la evocación de espectáculos sublimes y aterradores… Todo es mucho más humano y risible. Un divertido esperpento que se lee con deleite.
Reseña de Manuel Fernández Labrada
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