Necesidad de música, de George Steiner

Necesidad de música.jpg[Prepublicado en El Cuaderno: 12-XII-2019]

Cuando tuve noticia de la aparición de este libro, Necesidad de música (2019), me acució de inmediato el deseo de leerlo. No desconocía el apasionado interés de su autor, George Steiner (1929), por la música: un interés que aflora puntualmente en muchos de sus escritos, pero que también se condensa en textos específicos que forman parte importante de algunos de sus libros (¿Por qué lloro cuando canta Arión?). Aunque George Steiner nunca llegó a estudiar música en el conservatorio ni toca ningún instrumento musical, el arte de los sonidos ha ocupado un lugar destacado en su formación y disfrute personal, tal como revela en Un largo sábado: ese interesantísimo conjunto de entrevistas que le hiciera la periodista francesa Laure Adler. No cabe duda de que un pensador tan agudo como George Steiner tiene mucho que decirnos sobre la música. Su admirable amplitud de conocimientos humanísticos (que incluyen, obviamente, los musicales, y donde no faltan tampoco los de índole científica) nos lo garantiza plenamente. Parece innecesario señalar que Steiner se inscribe así en una extensa lista de filósofos y humanistas preocupados por la música, que hunde sus raíces en el pensamiento griego de la Antigüedad. Por otra parte, la música representa un componente fundamental de esa cultura europea que tan bien conoce Steiner, y de la que es uno de sus más conspicuos representantes. Así lo resume, por ejemplo, en La idea de Europa, donde subraya el carácter propio y excepcional de la música europea. Y es que en ninguna otra cultura alcanzó la música un grado tan avanzado de desarrollo y sofisticación. La música, como lenguaje universal, es el arte en el que mejor podemos reconocernos como depositarios de una tradición común. No conviene olvidar que el arte, y la cultura en general, pueden crear poderosos vínculos de hermandad, como lo manifiesta el hecho de que, sobre el horror de las más cruentas contiendas, las proclamas de amistad entre intelectuales de bandos opuestos hayan mantenido encendida, en múltiples ocasiones, la llama de la esperanza.

El libro que ahora reseñamos, Necesidad de música. Artículos, reseñas, conferencias (2019), reúne una amplia selección de textos de George Steiner, en su mayoría inéditos en nuestra lengua. Recopilados a partir de muy diversas fuentes, traducidos y prologados por Rafael Vargas Escalante, abarcan una extensión temporal superior al medio siglo. Un listado de referencias bibliográficas, así como un valioso índice onomástico de obras, compositores e intérpretes completan el volumen, bellamente editado por la mexicana Grano de Sal. Aunque el libro no agota, ni mucho menos, el número de textos relativos a la música escritos por Steiner (una gran parte continúa dispersa en variadas publicaciones periódicas), es justo reconocer el valor de la edición (cuidadosamente anotada) de Rafael Vargas Escalante: un avance importante en la encomiable tarea de acercar al lector hispanohablante la obra de este eminente intelectual europeo, que mereciera en 2001 el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

Una primera sección del libro, la de carácter más variado, recoge artículos, conferencias y críticas de estrenos operísticos. En Una sala de conciertos imaginaria se aborda la problemática recepción de la música grabada. A tal fin, el autor compara la visita al moderno museo de arte, donde las pinturas y esculturas se muestran sacadas de su entorno original, con esa recepción musical tan particular que nos posibilitan las grabaciones discográficas, y cuyo mayor peligro estriba en su banalización, en una escucha desatenta y superficial, desvirtuadora de los valores de la pieza; o como mínimo, forzosamente alejada del contexto que la vio nacer. Parecida preocupación hallamos en el artículo que da título al libro, Necesidad de música, donde Steiner reflexiona sobre las distintas recepciones del texto escrito y de la música grabada ―también sobre la mayor o menor dificultad de simultanearlas―. Steiner se pregunta por el significado de esa urgencia que nos mueve a recurrir a la música «en lugar de tomar un libro difícil o exigente». Es posible que la música nos conceda un respiro frente a la falsificación que tantas veces esconden las palabras, y por eso la anteponemos al libro. O tal vez la música calma nuestras ansias de trascendencia, que el debilitamiento de las religiones ha dejado huérfanas. A diferencia de la lectura, amiga del silencio y del aislamiento, Steiner nos recuerda también que la música es un arte social, que se puede disfrutar en compañía. Mysterium tremendum recoge una conferencia dada por Steiner en el Nexus Instituut de Amsterdam. Como su título resume, el texto es una indagación sobre el misterio de la música, que se inicia con una apasionante y muy documentada exposición de tres mitos fundacionales de inexplicable brutalidad y salvajismo: la disputa de Marsias y Apolo, el episodio de Odiseo con las sirenas y la muerte de Orfeo a manos de las bacantes. El significado de la música, nunca fijo ni determinado, moldeable según el contexto, es otro de sus grandes enigmas: la paradoja de un arte que, careciendo de significado, «tiene un sentido inagotable» (Steiner expone un amplio muestrario de utilizaciones ideológicas contradictorias de la Novena sinfonía de Beethoven). La pregunta, tantas veces formulada, de si es posible que nuestro mundo vuelva a ver figuras de la talla de un Mozart o un Beethoven le permite a Steiner reflexionar críticamente sobre la deshumanización del mundo actual, que atenta contra la condición trascendente de la música. De ahí la necesidad de no privar a la juventud del conocimiento y disfrute del gran repertorio de la música culta de todas las épocas. Steiner, que tantas veces ha meditado sobre la culpable implicación de las élites culturales en los hechos más atroces del siglo XX, finaliza esta densa y apasionante conferencia con una pregunta: ¿Por qué la música no enmudece ante los horrores que perpetra el hombre? Otro más de sus misterios.

El interés de George Steiner por el arte de los sonidos no se limita, por supuesto, a la música del pasado. En lo que respecta al primer apartado del libro, su compromiso con la modernidad se materializa en los artículos y críticas de estrenos operísticos, todos referidos a títulos contemporáneos. Así se manifiesta también, de manera aún más incisiva, en sus críticas a la política conservadora de estrenos de la Metropolitan Opera de Nueva York, que podemos leer en el punzante artículo titulado Con un Bing y con un largo gemido. Es comprensible que la ópera, como género musical «significante» y estrechamente relacionado con la literatura, ofrezca un campo de reflexión idóneo para una personalidad como la de George Steiner. Así lo vemos en dos brillantes artículos referidos a sendos títulos emblemáticos de la ópera del siglo XX: Moses und Aron, de Schönberg, y Lulu, de Alban Berg. Otros importantes estrenos operísticos también criticados por Steiner (de la Ópera de Lyon, en su mayoría) son: Rodrigue et Chimène, de Debussy (orquestada por Edison Denisov); Schliemann, de Betsy Jolas; Tristes tropiques (con libreto basado en el texto homónimo de Lévi-Strauss), de Georges Aperghis; o Doktor Faust, de Busoni. La puesta en escena de esta última ópera le permite a Steiner ahondar en la compleja filiación literaria de su texto, a la vez que meditar brevemente sobre ese curioso fenómeno de las óperas incompletas del siglo XX (desde Turandot de Puccini a las ya citadas Moses und Aron y Lulu), síntoma quizás del agotamiento del género operístico, de su difícil supervivencia natural, como género de entretenimiento, en el mundo moderno.

Emplazado en mitad del libro, donde disfruta de un apartado propio (Polifonía de las ideas), Solo a tres voces delinea una magnífica síntesis de las ideas de Steiner acerca de la música. Apartándose de la forma más habitual del ensayo moderno, Solo a tres voces cobra un cierto vuelo literario (su lectura me ha hecho recordar esa vocación literaria de George Steiner, mantenida en un segundo plano, de la que nos habla en Un largo sábado). El texto adopta la forma de un diálogo representable (incluye acotaciones), entablado entre tres personajes: un músico, un matemático y un poeta, que disputan la preeminencia de sus repectivos artes y saberes; pero llamados, a la postre, a desempeñar una labor cooperativa y complementaria, como pilares fundamentales de la cultura. Como en toda polifonía que se precie, por muy contrapuntística que se manifieste en su desarrollo, las voces que la conforman confluyen en un único y armónico acorde final.

El último apartado del libro nos ofrece un amplio muestrario de reseñas, publicadas en medios tan prestigiosos como The New Yorker, The Reporter o The Times Literary Supplement (entre otros), de los que George Steiner ha sido habitual colaborador. Algunas de sus reseñas dan cuenta de estudios específicos sobre compositores de diferentes épocas: Gesualdo, Liszt, Berlioz, Verdi, Britten o Webern. Otras se hacen eco de la publicación de epistolarios diversos, como los de Beethoven, Wagner o Glenn Gould. Dentro de este apartado es preciso destacar (por su interés y densidad) las reseñas de dos publicaciones alemanas que recogen, de un lado, la correspondencia cruzada entre Theodor Adorno y Thomas Mann, y por otro, la de Adorno con Max Horkheimer. No faltan reseñas que dan noticia de libros de contenido más general, como los referidos a la música del Romanticismo (Charles Rosen) o a las ideas musicales presentes en la lírica inglesa de los siglos XVI y XVII. A todo esto podemos añadir el comentario de las terribles (y un tanto dudosas) Memorias de Shostakovich, así como una breve noticia descriptiva de un concierto inédito de Mendelssohn recién publicado. Un conjunto, pues, variado y atractivo, testimonio elocuente de la amplitud de intereses musicales de George Steiner, que enriquece los contenidos más relevantes de cada libro que reseña con la suma de sus propias y originales aportaciones. Puede ser una valoración del género epistolar como fuente de conocimiento histórico; o una disertación sobre las complejas relaciones de la poesía con la música; o una ponderación del talante shakespeariano de las óperas de Verdi, o del antisemitismo de Wagner; o quizás una reflexión sobre la dificultad del lenguaje para dar cuenta ―más allá de una mera descripción técnica― de la música; o una evaluación de la influencia de Adorno en el pensamiento musical… Elementos todos que hacen de esta última sección del libro un atractivo mosaico de temas musicales, imbuidos siempre de ese dinamismo y apasionamiento que George Steiner transmite a todo cuanto toca, que tanto entusiasmo despierta en sus lectores y que le ha ganado el reconocimiento unánime de gran comunicador de la cultura.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

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«Estamos hartos de las palabras, de las mentiras y las crueldades que transmiten. La música puede expresar mentiras ―ahí tenemos a la Reina de la Noche, en Die Zauberflöte, o al Mime, de Wagner, en Der Ring des Nibelungen―, pero no miente por sí misma, no falsifica, como puede hacerlo el lenguaje. Se piensa que la religión está decayendo, en el sentido organizado y público. Sin embargo, el hambre de signos de trascendencia nunca ha sido más aguda. La música parece dirigirse a esa hambre con una especial autoridad. El lector serio es un hombre o una mujer que se apartan, hartos del ruido, aun cuando lo produzcan aquellos a quienes más ama. En cambio, uno puede escuchar música —y escucharla con intensidad— mientras está con otros. La experiencia combina soledad y participación. No es excluyente. En esta capacidad de abarcar reconocemos uno de los principales ideales de la vida emocional presente».
«Verdi comparte el rasgo central del teatro shakespeariano, que es tragicómico. Es decir que, aun en la hora más negra de una tragedia de Shakespeare o de una ópera de Verdi, la luz matinal de la risa humana, las felinas energías de la recuperación están al alcance de la mano. No abundan las bromas en la Orestiada ni en Tristan. Los maestros del absoluto ―Esquilo, Sófocles, Racine, Wagner― concentran la totalidad del mundo en la singular inmensidad de un encuentro. Por el contrario, Shakespeare y Verdi saben que, en el mismo instante en que Agamenón es asesinado, en la casa vecina se celebra una fiesta de cumpleaños. La alegría de los juerguistas parisinos golpea las ventanas de la agonizante Violetta en La traviata, no como una burla contrapuntística, sino simplemente porque el latido de la vida es polifacético e incesante, y no se paraliza ni siquiera ante una tristeza excepcional» (traducción de Rafael Vargas Escalante).

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Acerca de Manuel Fernández Labrada

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