Creo que es difícil exagerar el placer que este libro, Emerge, memoria, va a deparar a los lectores incondicionales de W. G. Sebald (1944-2001). Transcurridas ya dos décadas desde su desaparición, el valioso conjunto de ensayos y entrevistas que atesora el volumen, compilados por Lynne Sharon Schwartz, tendrá sin duda un significado muy especial para ellos. Como el de otros muchos lectores, mi descubrimiento de la obra de Sebald (Los anillos de Saturno, en concreto) fue casi coincidente con la noticia de su muerte: trágica consecuencia de uno de esos desventurados accidentes de tráfico que parecen ser la gran plaga de nuestro tiempo. Luego vino la lectura de sus restantes obras, recibidas bajo la melancólica sombra de su ausencia, tal como si su vida truncada, extinguida demasiado pronto, le confiriera un mayor peso a su muestrario de existencias rotas y desencantadas, o dotara de una especial resonancia a su poderosa y sugestiva voz narrativa. En este contexto marcado por el recuerdo, la publicación del libro de Schwartz viene a llenar (sobre todo en nuestro país) un importante vacío, restituyéndonos la voz ―inédita para nosotros― de un autor que estimábamos mucho. El título, Emerge, memoria, juega de manera evidente con estos sentimientos de pérdida (que confiesa haber sufrido la propia editora); aunque también representa un claro homenaje a la famosa biografía de Nabokov (Habla, memoria): un autor apreciado por Sebald y que figura como personaje en algunas de sus historias (como Los emigrados). En cualquier caso, debemos felicitarnos de que la editorial ovetense KRK ponga a nuestro alcance este volumen tan necesario, bellamente editado y traducido por Cristian Crusat, gran conocedor de la figura literaria de Sebald, como se testimonia en su más reciente libro: W. G. Sebald en el corazón de Europa (WunderKammer, 2020).
La compilación de Lynne Sharon Schwartz reúne ensayos y entrevistas generados en un reducido lapso de tiempo, comprendido entre 1996 y 2003, testimonio elocuente de la rápida notoriedad que adquirió la obra de Sebald en el cambio de siglo. Emerge, memoria nos ofrece, pues, una fotografía del autor en unas fechas muy concretas, que abarcan desde su descubrimiento (la interrogación que abre la contribución de Carole Angier, ¿Quién es W. G. Sebald?, resulta muy significativa) hasta la consternación provocada por su inesperada muerte (bien palpable en el emotivo texto de Arthur Lubow, Cruzar fronteras). Aunque esta limitación temporal no nos permite conocer valoraciones posteriores, sí constituye un marco muy adecuado en el que situar las intervenciones del autor. Contradiciendo su confesado carácter reservado (huraño incluso), Sebald se manifiesta en todas las entrevistas poseedor de una voz cercana y sincera, que no teme desvelarnos algunos detalles de su biografía más personal. El variado enfoque de las entrevistas y conversaciones recogidas por Schwartz no solo garantiza la complementariedad del conjunto, sino que también nos revela el temperamento emocional del autor, que parece reaccionar de manera diferenciada según el contexto y talante de cada entrevistador. Conocer al creador de la obra artística que admiramos puede en ocasiones desilusionarnos. No sucede así en el caso de Sebald, cuya palabra, en perfecta sintonía con su obra, prolonga y amplifica la calidad humana de sus textos literarios. O dicho de otra manera, su palabra revalida sobre nuestro ánimo el hechizo de sus páginas de ficción (o de «ficción documentada», como le gustaba puntualizar).
Emerge, memoria se abre con una introducción de la editora, que nos ofrece una breve pero sustanciosa semblanza de la personalidad y obra de Sebald, así como una exposición detallada de los criterios seguidos en la selección de los textos que integran el volumen, cuyo contenido nos anticipa y valora someramente. El lector que tenga un tanto olvidadas las obras de Sebald encontrará en estas páginas preliminares una aproximación inicial a sus títulos más reconocidos, como Los anillos de Saturno o Austerlitz (novelas predilectas de Schwartz); como también hallará un resumen de las preocupaciones y motivos más característicos del autor. También nos adelanta la editora algunas interesantes consideraciones sobre la problemática clasificación genérica de la obra de Sebald, emplazada en un brumoso territorio donde la ficción y la no ficción se confunden. El estudio de Lynne Sharon Schwartz no es el único que recoge el libro. Un conjunto de cuatro ensayos, cuidadosamente elegidos en virtud de su complementariedad (cada uno se ocupa, preferentemente, de una obra de Sebald), alternan con las diferentes entrevistas y conversaciones. Todos estos estudios son ciertamente magníficos, y la única objeción que podríamos hacerle a la editora sería, quizás, la de su exclusiva pertenencia al mundo anglosajón. Una limitación que nos dificulta conocer, por ejemplo, si la recepción de Sebald en su país natal presenta matices diferentes, más allá de los que el propio libro de Schwartz deja entrever en ocasiones puntuales.
En el primer ensayo, El cazador (2000), Tim Parks bosqueja un sugerente análisis de la primera novela de Sebald, Vértigo (1990), en la que subraya el sentimiento de desencanto: un patrimonio de amarga lucidez que se gana con los años y del que solo puede salvarnos la locura (el texto de Parks se abre con unas bellas reflexiones sobre la figura de don Quijote). El vacío que media entre el entusiasmo juvenil y la decepción de la madurez, que la memoria no puede salvar, genera un vértigo comparable al que experimentamos cuando jugamos a mirar del revés por unos prismáticos. Pasada la gloria, la escritura y la memoria son para Sebald las tareas del desencantado. El siguiente artículo, Un fría suntuosidad (2001), emplazado justamente en mitad del volumen, parece cumplir la tarea de enfriar el excesivo entusiasmo de los lectores: un poco a la manera de esos sorbetes que se nos sirven entre los platos principales de un banquete opíparo. El breve ensayo de Michael Hoffmann, ácido y claramente polémico, brinda, sin duda, un saludable contraste ante tanto elogio generalizado. El crítico, que actúa en el contexto del libro como una especie de abogado del diablo, se extraña mucho de que la obra de Sebald haya podido alcanzar un éxito tan rotundo. Es más, no solo le niega belleza a su prosa, sino que también le resta originalidad a sus asuntos, y tilda su estilo de ampuloso y rígido, encuadrándolo en una supuesta categoría gótica. Es preciso reconocer que el ensayo de Hoffmann está cuidadosamente fundamentado (así lo subraya la editora); aunque también es cierto que, como escribe el propio Sebald unas páginas después: «el grado de elaboración no es la medida de la verdad».
Los dos siguientes estudios se centran en libros de Sebald apenas tratados en los capítulos anteriores. El texto de Ruth Franklin, Anillos de humo (2002), nos ofrece un análisis bastante detallado del poema en prosa Del natural (1988), primera obra publicada por Sebald. También se ocupa de uno de sus libros más controvertidos, Sobre la historia natural de la destrucción (1999), cuya aparición provocó cierta polémica tanto dentro como fuera de Alemania, aunque de signo muy diferente. Los reparos de Ruth Franklin al texto de Sebald se resumen en la aparente descontextualización de los bombardeos sobre las ciudades alemanas denunciados en el libro; es decir, en la no alusión a la culpabilidad previa del país que había iniciado la contienda (algo que Sebald daba por descontado). Este bello y sutil ensayo, uno de los más completos y convincentes del libro, profundiza también en otros aspectos de la obra de Sebald, como la tensión existente entre realidad y ficción o la imposibilidad del arte para suplir la memoria. El siguiente estudio, Pacto de Silencio (2003), escrito por Charles Simic, expone una mirada complementaria a la de Ruth Franklin, encuadrando los horrores expuestos por Sebald en un contexto más amplio: los bombardeos indiscriminados sobre la población civil que durante la pasada centuria provocaron centenares de millares de víctimas inocentes en todo el mundo, y cuyos supervivientes quedaron, en muchos casos, igual de mudos que los de Dresde o Núremberg, incapaces de dar cuenta del horror que los había golpeado tan injustamente.
Pero el mayor atractivo del libro se lo concederemos, qué duda cabe, a los textos que incluyen la voz del escritor. La conversación con Eleanor Wachtel, Un perseguidor de fantasmas (1997), gravita principalmente sobre la novela Los emigrados (1992), cuyo análisis alienta a Sebald a tratar otros asuntos relacionados que le interesan vivamente, como la suerte de los judíos en la sociedad alemana o el pacto de silencio asumido tácitamente en Alemania tras el fin de la guerra. También nos explica Sebald las funciones que cumple la fotografía en sus novelas: dotar de una mayor veracidad a lo narrado y ralentizar el tempo de la lectura (un efecto que considera muy positivo). Otros asuntos tratados en la entrevista tienen un alcance más personal, como las causas de su residencia en Inglaterra (concretamente en Norwich, donde ejercía la docencia universitaria desde hacía treinta años) o el desapego que siente por su país de origen, con el que mantiene una relación conflictiva que no le impide seguir utilizando el alemán para escribir. Esta preferencia por la lengua materna le da pie a Sebald para disertar sobre algunos escritores que fraguaron su obra en una lengua de adopción. Pero lo más interesante de esta entrevista quizás sea la valoración ambivalente de la memoria que suscribe Sebald, que impregna toda su obra y se reconoce como una experiencia de dolor. Una fuente de sufrimiento que, al menos para Sebald, tiene su antídoto en la misma escritura que la perpetúa.
Publicada en The Jewish Quarterly (1996-97), la entrevista de Carole Angier (¿Quién es W. G. Sebald?) se centra también en Los emigrados, y tal como cabía esperar, en los protagonistas de las cuatro historias que integran el libro, en su mayoría pertenecientes al pueblo judío. Aunque la información que da Sebald sobre la novela es muy interesante, su grado de efusión parece algo menor, quizás por verse demasiado constreñido por las preguntas de la entrevistadora, que desea diseccionar su narrativa con precisión, y manifiesta un acentuado interés por deslindar lo real de lo imaginado. La siguiente entrevista, realizada por Michael Silverblatt para una emisora radiofónica californiana (Un poema de asunto invisible, KCRW, XII-2001), arroja noticias significativas sobre los autores preferidos de Sebald, como Keller, Stifter y, de manera especial, Thomas Bernhard. También indaga en algunos rasgos propios de su escritura, como el carácter supuestamente arcaico de su prosa (que al entrevistador le sugiere una equivocada influencia de la poesía alemana), la conveniencia de tratar el horror de manera oblicua (en una suerte de aproximación indirecta) o el temor del autor a verse encasillado. Cabe quizás reprocharle a Silverblatt que aporte demasiada carga teórica en sus preguntas, lastradas en ocasiones con valoraciones previas muy elaboradas, que Sebald se ve obligado a glosar o responder brevemente.
Es verdad que el grado de empatía de Sebald determina mucho el resultado de la encuesta. Así podemos apreciarlo, de manera muy palpable, en el texto de Joseph Cuomo: Una conversación con W. G. Sebald (2001). Gestado en el contexto de unas lecturas de su obra, Sebald se manifiesta en todo momento imbuido de un verdadero estado de gracia, provocando incluso, con sus ingeniosas intervenciones, las risas del público asistente. Una entrevista además muy completa, donde no solo se profundiza en algunos asuntos ya tocados con anterioridad, sino que también se comentan otros nuevos, como la brecha existente entre naturaleza y civilización, la tarea de la escritura en el mundo actual (con una curiosa noticia de las estrategias de Sebald ante la hoja en blanco) o la deriva como método de descubrimiento. También conoceremos más detalles de su salida de Alemania, consecuencia en parte de su frustrante experiencia juvenil en la universidad alemana (todavía contaminada, en aquellos años, por su pasado filonazi). Cierra el ciclo de entrevistas y conversaciones el texto Cruzar fronteras (2002), de Arthur Lubow, fruto de una entrevista hecha a Sebald pocos meses antes de su accidente automovilístico. Reelaborado y publicado con posterioridad, el texto no anda falto de cierto patetismo, como cuando se señalan los proyectos de jubilación de Sebald, ya casi inminente. Una gran parte de este emotivo ensayo se centra en el libro que Sebald estaba escribiendo, que ya no vería la luz y en el que su historia familiar iba a tener mucho protagonismo. El texto de Lubow también ilumina otros aspectos de la figura de Sebald, como su concepción metafísica de la historia o la importancia que le concede a la documentación fotográfica en la tarea de escribir. Pero lo más emocionante de este postrer capítulo del libro de Schwartz es la palpable presencia de Sebald en sus páginas. Aunque el texto de Lubow no es propiamente una entrevista, con preguntas y respuestas textuales, atesora un valioso caudal de confidencias personales: recuerdos familiares, su animadversión a los viajes modernos, su desconfianza de la tecnología… Concluye así, de la mejor manera imaginable para sus lectores, este valioso trabajo de Lynne Sharon Schwartz: un homenaje de gran altura y relevancia a la figura de W. G. Sebald.
Reseña de Manuel Fernández Labrada
⇒Esta reseña se ha publicado también en la revista digital de cultura El Cuaderno
Gracias por la reseña deste interessante livro.
Também cultivo apreço por Sebald.
Quiçá um dia possa ler o livro.
Um abraço,
Ricardo
¡Me alegro de que compartamos el interés por Sebald, amigo Ricardo! Gracias por tus palabras. Um grande abraço,
Manuel