Corre el año de 1793 en Alemania. Las tropas francesas han sido rechazadas a la otra orilla del Rin. Una familia de aristócratas alemanes aprovecha el momento para regresar a una de sus posesiones junto al río. Aunque la situación pinta favorable para los emigrados, sus distintas sensibilidades frente a la contienda amenazan con romper la convivencia, más necesaria que nunca en un momento tan grave. Las noticias que llegan de Maguncia, cercada por las tropas aliadas, así como los enfrentamientos entre partidarios y detractores de su efímera república, tensan aún más los ánimos. Un consejero privado del príncipe, que se ha unido con su mujer e hijas al grupo familiar de la baronesa de C., discute acaloradamente con Karl, un joven de ideas avanzadas, antimonárquico y simpatizante de los franceses. De las palabras airadas se pasa a las descalificaciones. Las amenazas de la horca, por un lado, y de la guillotina, por el otro, han sustituido a los argumentos. La ruptura se hace inevitable, y la familia del consejero se marchará, provocando un hondo pesar entre quienes no habían intervenido en la disputa y detestan separarse.
Goethe, que siguió al duque de Weimar en su guerra contra los franceses (como narró en Campaña de Francia y Cerco de Maguncia), debió de escuchar muchas conversaciones y discusiones similares a las que enfrentan al consejero con el joven sobrino de la baronesa. Una situación equiparable a la que se vivió en España entre afrancesados y realistas. El núcleo del libro, sin embargo, no es la confrontación de ideas (al menos, de ideas políticas). Disgustada al verse separada de manera tan gratuita y dolorosa de su amigo el consejero, la baronesa persuadirá a su familia de la conveniencia de adoptar unas reglas de convivencia más prudentes, orillando los temas de conversación que puedan herir la sensibilidad de cualquiera: un hábito de cortesía que —como les recuerda— ya respetaban escrupulosamente en tiempos de paz, y que ahora, más que nunca, es preciso mantener vivo. Una lección de civismo y de sentido común; de la necesidad de aparcar los enfrentamientos ideológicos en momentos de peligro, aunque solo sea temporalmente, en beneficio de la concordia y el bien común.
Goethe compuso estas Conversaciones de emigrados alemanes (Unterhaltungen deutscher Ausgewanderten) entre 1794 y 1795, publicándolas por entregas en la célebre revista de Schiller, Die Horen. Descartados por inconvenientes los asuntos políticos, los emigrados de Goethe entretendrán sus largas veladas de reclusión contando historias muy alejadas de su contexto bélico, emulando así a los célebres burgueses del Decamerón, aislados y refugiados en el campo por la terrible peste que asolaba Florencia. Las historias narradas por los alemanes, sin embargo, van a ser muy diferentes. Aunque no faltan en ellas ni las intrigas amorosas ni los amantes, su ingrediente fundamental será el mundo de lo sobrenatural: una especie de retorno al típico escenario de los cuentos de fantasmas narrados al amor de la lumbre. Espíritus protectores que solo se apartan bajo la amenza del látigo, fantasmas de amantes despechados que aúllan, disparan armas de fuego o incluso abofetean… Historias que Goethe escuchó personalmente o leyó (como la tétrica experiencia del barón de Bassompierre, que también recogería Hofmannsthal en uno de sus relatos, ampliándola). Pero no faltan tampoco en el libro algunos relatos de contenido moral (probablemente, los menos divertidos desde nuestra perspectiva actual), como es el caso del protagonizado por la joven casada y el procurador: un largo cuento inspirado en la última de las célebres Cent nouvelles nouvelles (1486). El procedimiento de las historias ensartadas permite a Goethe exponer con naturalidad sus ideas acerca del arte, la moral o la literatura, poniéndolas en boca de sus personajes. Pero no todo es ficción en el libro. Dando muestras de su talento dramático, Goethe interrumpe el hilo de las narraciones para mostrarnos fugazmente el escenario real, donde tampoco falta lo extraño. Así ocurre con ese enigmático incendio nocturno contemplado por los emigrados desde el mirador de su casa de campo, y que pronto relacionan con el repentino resquebrajamiento de un antiguo escritorio: un hecho inexplicable que permite a Goethe elucubrar acerca de las relaciones de simpatía y sincronicidad, de los fenómenos —ciertos e indubitables— a los que la ciencia no ha encontrado todavía una explicación.
Conversaciones de emigrados alemanes incluía, a modo de colofón, un relato de carácter más independiente, ya sin comentarios: El cuento (Das Märchen), uno de los textos más simbólicos y enigmáticos de Goethe, que completa, con su apelación a lo puramente fantástico, el abanico de propuestas narrativas del libro. El cuento es un bellísimo relato, de una inventiva desbordante, donde aparecen serpientes parlantes que devoran oro, barqueros enigmáticos que cobran en especie y fuegos fatuos que cruzan el río sobre la sombra de un gigante. Un mundo irreal cuyas claves se nos escapan, que en algunos momentos nos recuerda al de La flauta mágica de Mozart, pero que resulta mucho más impenetrable y aventurado de descifrar. Un estupendo ejercicio final para que cada lector ponga en funcionamiento su propia imaginación, y aporte así su particular interpretación.
Reseña de Manuel Fernández Labrada
Hace tiempo comenté un librito con varios relatos fantástios de Goethe que también incluía Das Märchen, un relato realmente bueno. Un saludo Manuel.
Sí que lo recuerdo, José Luis. Sorprende un poco que, en una obra tan amplia y variada como la suya, Goethe apenas escribiera un puñado de relatos breves. Gracias por comentar. Saludos