Bucarest-Budapest: Budapest-Bucarest y otros relatos, de Gonçalo M. Tavares

Hace ya tiempo que la literatura nos enseñó que no es preciso viajar a países exóticos para entrar en contacto con lo extraño y maravilloso. Lo que para Stevenson fuera la capital británica (una «Bagdad de occidente»), Gonçalo M. Tavares (1970) parece querer encontrarlo en las diversas ciudades europeas que conforman el paisaje de Bucarest-Budapest: Budapest-Bucarest (2022). Bellamente editado por Nórdica Libros, el volumen está compuesto por tres relatos muy diferentes pero relacionados entre sí, que se desarrollan en cuatro capitales centroeuropeas y forman parte de un proyecto más amplio titulado Las ciudades. La notable originalidad de los textos integrantes se le manifiesta al lector en un crescendo de sorpresa e «interioridad»: de la crónica de dos viajes insensatos al delirante deambular de una joven por las calles de Berlín, pasando por un extraño vampiro que prefiere la tinta fotográfica a la sangre. Entre lo improbable y lo fantástico media un abismo estrecho pero muy profundo. El arte de Tavares, para felicidad del lector, consiste en aproximar sus lindes hasta casi confundirlas.

El primero de los relatos, «Bucarest-Budapest: Budapest-Bucarest», yuxtapone dos historias paralelas que no parecen tener otro nexo en común que el de narrar sendos viajes simultáneos que se hacen entre las dos ciudades enunciadas en el título. En una de ellas se narra el robo de una estatua de piedra de Lenin ―por cuenta de un coleccionista millonario― que dormita abandonada en un olvidado almacén de Budapest. Se trata de una de aquellas innumerables efigies conmemorativas que adornaban pueblos y ciudades a lo largo y ancho de todo el paisaje soviético, y que luego fueron retiradas. No siempre se renunció a erigírselas en beneficio de un homenaje de índole más práctica (como hicieran los tejedores de alfombras de Kujan-Bulak, según nos cuenta Brecht en sus Historias de almanaque). Por un avatar comparable al que sufrió Luis XVI ―fue apresado y decapitado, tras ser identificado por su efigie en las monedas―, los ladrones le cortarán ahora la suya a Lenin, a fin de que no pueda ser reconocido: cuerpo y cabeza viajarán por separado. La segunda historia que conforma el relato cuenta la macabra odisea de un joven que viaja de Bucarest a Budapest para traerse en el coche el cadáver putrefacto de su difunta madre. Es muy probable que el lector avisado establezca alguna clase de paralelismo o moraleja entre estos dos delirantes viajes de «cuerpos» sin vida, pero en el relato solo confluyen, digamos topográficamente, en el puesto fronterizo, y de manera inadvertida ―aunque decisiva― para sus respectivos agonistas. Para algunos será una muestra más de los curiosos azares de la vida; para otros, un último sacrificio en honor a Lenin. Los ídolos que adoramos a veces exigen considerables esfuerzos.

El siguiente relato, «La fotografía. Historia del vampiro de Belgrado», tiene como protagonista a un personaje muy extraño ―parece salido de un comic de Tardi―, que entiende la afición por la fotografía de una manera tan patológica como para «merendarse» literalmente las más bellas fotografías y postales (haciendo realidad aquella popular figura retórica de que algo o alguien «está para comérselo»). Con las urdimbres del vampiro centroeuropeo y el miedo a que una fotografía pueda «robarnos» el alma (en La gota de oro, Michel Tournier lo expresaba muy bien) se construye una alegoría de los peligros de la belleza, que para Tavares representa el narcótico que nos hace bajar la guardia ante las asechanzas que nos rodean. Una especie de cebo estético. No olvidemos que la Bella venció a la Bestia, ni que Rilke también temía al ángel de lo bello (aunque sus motivos fueran diferentes). Para Tavares, el Quijote que ve molinos de viento o ejércitos combatiendo en el apacible paisaje manchego no peca, pues, de loco, sino más bien de clarividente. Facultado queda el lector para descubrir en el cuento de Tavares una referencia a nuestra actual obsesión por la imagen, por esa belleza sin sustancia, meramente superficial, que intentan meternos a todas horas, si no por la boca, al menos por los ojos. Pero quizás el autor pretenda ir más lejos en su denuncia…

Cierra Tavares este interesante tríptico con «Episodios de la vida de Martha, Berlín»: el relato en que se representa con mayor evidencia ese «Proyecto de Las ciudades» del que nos habla en su nota final. El cuento lo integran dieciséis breves instantáneas del deambular de una joven por la capital alemana: vivencias de soledad y de búsqueda, de sexo y de rebeldía, de autodestrucción incluso («Berlín, taxi»). No pretenda el lector que se le brinden demasiados pormenores de esta joven insatisfecha y provocadora, que despierta incomprensión y rechazo casi generalizados en el entorno en el que se mueve (y no solo por machismo, que también). Como tampoco busque detalles de callejero o guía turística que le faciliten orientarse en su acompañamiento lector por las calles de la capital prusiana. Como nos revela Tavares en su epílogo, la ciudad no es tanto una sustancia material como orgánica: una suma de las historias reales y ficcionales que la conforman. Pongamos, pues, nuestra parte en el relato (en la medida en que podamos), y «amueblemos» la historia de Tavares por nuestra cuenta. Merece la pena.

Reseña de ©Manuel Fernández Labrada

«Entre el cuerpo y la cabeza habría una separación de varias semanas. Más de un mes. El tiempo suficiente, o eso esperaban, para que el eventual hallazgo de una estatua sin cabeza no alimentara la expectativa de ver llegar una cabeza sola».
«En el fondo eres capaz de rendir vasallaje a la hermosa montaña como si al otro lado no avanzara un terrible ejército; eso es lo que el hermoso mundo ha hecho de ti: un soldado que obedece al mando más bajo de la jerarquía; sedado por lo que es hermoso, experimentas al fin un momento de pausa y, mientras cierras los ojos, intentas recordar rápidamente en qué dirección no hay cosas que emitan ese oriental instinto de pasividad; y, con los ojos cerrados, aciertas a imaginar que no son menos de mil los peligros que te acechan y exiges entonces que el paisaje en tu cabeza se transforme, como en la cabeza de don Quijote, en movimientos humanos peligrosos y deje así de existir el paisaje como palabra neutra».
«… y demostrar por encima de todo que la civilización empieza en el zapato, que no es tan solo un objeto de comodidad para una anatomía antigua, sino un elemento esencial, que marca una frontera, como en un mapa vivo, entre lo que está debajo de ti y es estúpido y lo que está por encima de lo que es estúpido y tiene un nombre, y a veces, quién nos lo iba a decir, llega incluso a ser racional».
Traducción de Rita da Costa

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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