Amar y revivir. Cuentos selectos, de Mary Shelley

aNo hay nada peor para nuestra libertad que tener la desgracia de caer bajo el peso de alguna etiqueta. Ni siquiera las más merecidas resultan cómodas para quien las lleva, y una gran parte de nuestra lucha diaria consiste en evitar vernos atrapados por alguna. En el terreno concreto de la literatura tampoco escasean. No se libran de su tiranía ni los escritores más insignes, quizás porque algunos estudiosos las consideran una herramienta eficaz. La rutina es, desde luego, su mejor aliada. Sin embargo, la recepción de los autores cambia con el paso del tiempo. Es entonces, bajo la nueva perspectiva, cuando descubrimos que algunas estaban mal puestas o simplificaban demasiado. Amar y revivir, la selección de cuentos de Mary Shelley (1797-1851) que acaba de publicar Hermida Editores, supone un avance en esa saludable remoción de tópicos y lugares comunes, al brindarnos la posibilidad de ampliar nuestra visión de la célebre escritora británica, reclusa ocasional en esa tenebrosa mazmorra gótica donde cumplen condena tantas féminas literatas del siglo XIX (algunas con mayor justicia que otras). El artífice de la edición, Gonzalo Torné, ha reunido un sugestivo ramillete de textos, conocidos y menos conocidos, que ilustran a la perfección la amplia gama de intereses y matices que mueven la pluma de Mary Shelley, tal como defiende en su esclarecedor prólogo: La examinadora de mitos. Hábilmente secuenciados para mantener despierto nuestro interés de lectores, en todos los cuentos brilla la prosa rápida y nerviosa, siempre imaginativa y apasionada, de su autora. 

Aunque abundan en el libro los castillos, las tormentas, los personajes deformes o malvados, las doncellas amenazadas…, el lector pronto apreciará que el universo de Mary Shelley no puede reducirse a la simple etiqueta de literatura gótica. Ya el primer relato, La Parvenue, se nos revela como una denuncia del poder corruptor del dinero, capaz de arruinar la vida de los más humildes, víctimas inocentes deslumbradas por una riqueza repentina. Ferdinando Eboli, por contra, recoge ya muchos tópicos y escenarios propios de la literatura gótica y romántica, como son el doppelgänger o doble, los castillos con calabozo o los bandidos generosos. No le falta al cuento ni tan siquiera esa rivalidad terrible que prende entre dos hermanos, y que Dumas y Heine ilustraron en algunos de sus relatos y poemas más espeluznantes. La protagonista, Adalinda, tampoco encaja nada mal en el prototipo de doncella gótica, aunque dotada en su caso de esa particular dosis de arrojo y determinación con que Mary Shelley concibe a sus heroínas.

A partir de este segundo relato, Ferdinando Eboli, el lector deberá irse acostumbrando a encontrar mujeres de gran resolución al frente de muchas historias. Precursora del feminismo moderno, Mary Shelley no solo denuncia la posición subordinada que sufren las mujeres en un mundo dominado por los hombres, sino que también gusta pintarnos tipos femeninos de superlativa valentía, capaces de luchar con éxito en la defensa de sus derechos y preferencias. Una muestra elocuente de lo primero lo hallamos en La novia de la Italia moderna, un relato de ambientación contemporánea que reparte sus críticas entre la falsa religiosidad de los conventos católicos y las costumbres sociales que obligan a las jóvenes a contraer matrimonio a la fuerza. La ominosa clausura de los conventos, tan presente en el universo gótico (y que tanto juego le dio a Lewis en su Monje), recibe en el relato de Shelley un saludable toque de realidad y sentido común.

Pero en el universo literario de Mary Shelley las mujeres casi nunca se resignan a representar el papel subordinado que les toca («un papel similar al de los soldados: se llevaban todos los golpes y no participaban de la gloria»). Es el caso de las denominadas «mujeres viriles» (una figura muy apreciada en nuestro teatro áureo): hembras de inaudito arrojo que actúan en ocasiones disfrazadas de varón. Así podemos verlo en Un relato de pasiones, una truculenta historia de amores, celos y venganzas que tiene como contexto las luchas entre güelfos y gibelinos. O en el brevísimo relato titulado Una rima falsa, donde la protagonista (un poco a la manera de la Leonora de Fidelio) arriesga su vida en beneficio del marido inocente. Ni siquiera en los relatos con más imaginería gótica dejan las féminas de manifestar una valentía fuera de lo común, como en ese magnífico cuento titulado El sueño, en el que la protagonista, Constance, no duda en echarse a dormir en el espantable y vertiginoso lecho de Santa Catalina (otra fémina viril). Su decisión hará posible que el perdón y el amor triunfen sobre la venganza que preconizan los estrictos códigos feudales. A estas alturas, el lector del libro estará ya más que advertido de la predilección que manifiesta Shelley por la ambientación histórica medieval o renacentista, y muy particularmente por aquellas que se desenvuelven en las temperamentales tierras italianas, que tanto prestigio han disfrutado siempre entre góticos y románticos, al menos desde que Horace Walpole hizo aparecer un yelmo gigantesco en el patio de uno de sus castillos.

Si la figura del sueño es un motivo de meditación importante en el pensamiento romántico, no lo es menos la inmortalidad. Tres de los cuentos recogidos en Amar y revivir tocan muy de cerca este asunto. En el más famoso de todos, El mortal inmortal, la desventurada sombra del Judío errante parece proyectarse sobre la figura del joven protagonista: un ayudante del célebre alquimista Cornelius Agripa que pretende romper las leyes de la naturaleza. El mortal inmortal es un relato estupendo, equilibrado en su forma, que mantiene despierto el interés del lector a lo largo de sus variadas peripecias. Su apelación a una ciencia que rebasa todos los límites lo aproxima al famoso Frankenstein. Aunque más alejados del mundo de la ciencia y de sus peligros, otros dos relatos de Shelley nos ofrecen una visión complementaria de la inmortalidad. El primero de ellos, Roger Dodsworth: el inglés reanimado, es la crónica de una «animación suspendida», impregnada de un tono levemente humorístico, como si la autora pretendiera parodiar el lenguaje frívolo de la prensa sensacionalista. Un nuevo registro de la escritora que nos recuerda inevitablemente al célebre cuento de Poe, Conversación con una momia. El tercer relato, Valerio, el romano reanimado, narra también una historia de supervivencia más allá de los límites naturales. Desprovista en su caso de cualquier atisbo de humor o reflexión científica, el relato deriva hacia la dolorosa evocación de un pasado glorioso: una interesante variación del poder sugestivo de las ruinas, narrado por dos voces complementarias y que se concreta en un emotivo homenaje a la Roma clásica. Creo que estos tres relatos señalan muy bien la amplitud de registros que puede abarcar su autora al tratar temáticas afines.

De los relatos que he dejado para el final, La transformación es uno de los más reconocidos. Todos los ingredientes románticos se reúnen en estas confesiones de un bala perdida, el donjuanesco y pendenciero Guido, despilfarrador e irrespetuoso, que suscribe un pacto diabólico nada convencional en sus cláusulas. Aunque breve y poco conocido, La Chica Invisible no deja de seducirnos por el encanto de su romanticismo aventurero y su pintoresco torreón, casi tan ruinoso como el de los Ravenswood. Mención aparte merece, para finalizar, Eufrasia. Un cuento griego, donde la sombra de lord Byron parece encarnarse en ese atormentado jefe de la cuadrilla de patriotas helenos en la que milita el narrador. Un relato quizás un tanto convencional, pero también un elocuente testimonio del extraordinario poder de seducción que ejerció la causa griega sobre muchos escritores y artistas de la época, incluidos algunos españoles, como Espronceda o Martínez de la Rosa.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

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«Precipicios y acantilados de piedra caían sobre un océano que parecía muerto. Las cavernas bostezaban como bocas negras, y las aguas susurraban en los nichos de roca. A veces un promontorio abrupto me obligaba a desviarme. La noche estaba a punto de caer cuando el mar, como si estuviese siendo manoseado por el poder de un hechicero, desprendió una turbia neblina que ocultó el color del cielo. El espacio entero se oscureció, sometido a una perturbación sobrenatural. Las nubes adoptaron formas inquietantes y fantásticas, y, lejos de quedarse quietas, se alteraban y se recombinaban, como si obedeciesen los dictados de un perverso encantamiento. Las olas levantaron unas crestas blancas, el trueno rugió, las aguas se volvieron púrpuras. A un lado se extendía el mar interminable, al otro, un promontorio. De repente surgió un navio impulsado por el viento…»
Traducción de Gonzalo Torné

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2 respuestas a Amar y revivir. Cuentos selectos, de Mary Shelley

  1. Libros de Cíbola dijo:

    Libro interesante de unas obras totalmente desconocidas para mí. Un saludo.

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