Cartas a Kurt Wolff. Franz Kafka, traducción y edición de Roberto Vivero

Todo el mundo conoce el célebre dicho de que «los árboles no dejan ver el bosque». Esta sutil apreciación, que en su sentido literal no tiene nada de malo o extraño, cambia de color si la trasladamos del mundo natural al de las humanidades, donde no es raro que un exceso de celo erudito oscurezca más que aclare. Hablamos de un mal tal vez inevitable, responsable de que tantas tesis e investigaciones deban iniciar su andadura disolviendo esa dura roca denominada «estado de la cuestión». Esto sucede de manera aún más dramática en los estudios de historia literaria, que en ocasiones se acumulan sobre el autor analizado a modo de estratos, hasta el punto de sepultarlo casi por completo. Bajo su enorme presión, cualquier error de juicio se fosiliza de manera natural y luego resulta muy difícil de remover. Es el peso de la tradición (al menos, en su sentido más rutinario). Por fortuna, de vez en cuando aparecen miradas que obran el proceso contrario; es decir, pretenden restar más que sumar, quitar más que poner, clarificar más que confundir. Y no por ello rechazan valerse de trabajos muy fundamentados o incluso eruditos: las mismas herramientas que permitieron elevar la pirámide son necesarias para desmontarla.

Esta edición de las cartas de Kafka a su editor, Kurt Wolff, realizada con admirable rigor por Roberto Vivero (Ápeiron, 2024), actúa en ese mismo sentido clarificador. Es verdad que en el caso particular de Kafka los «árboles» que crecen en nuestro suelo no son tan abundantes ni corpulentos como los que se alzan en el hochwald germánico (la nutrida bibliografía en lengua alemana que Vivero utiliza en su libro así parece atestiguarlo), pero el monte bajo de arbustos, espinos y matorrales ―es decir, de los tópicos, errores y falsos mitos― sí que es moneda corriente, y también contribuye a tapar y confundir bastante. Quizás por ello, encabeza Vivero su edición con un interesante prólogo donde, entre otras cosas, desmonta algunas apreciaciones equivocadas que corren sobre el autor de La transformación: su aislamiento del mundo exterior, su falta de ambición, su temperamento solitario, la traumática relación paternofilial que vivió, su desinterés por publicar, la falta de reconocimiento que mereció su obra… A los seres humanos nos encanta dramatizar, y disfrutamos a lo grande poniéndoles obstáculos a nuestros héroes, quizás para felicitarnos luego de lo bien que los saltan. Finaliza su prólogo Roberto Vivero trazando una oportuna semblanza de Kurt Wolff (el segundo protagonista del libro), complementaria a la que luego nos formaremos por cuenta propia leyendo el epistolario, así como sus anotaciones y complementos.

En su edición del epistolario de Kafka, Roberto Vivero recoge un total de 47 cartas (1912-1923) dirigidas al que fuera su principal editor, Kurt Wolff (como también a G. H. Meyer, editor suplente de Wolff durante la guerra, y a la propia editorial, situada en Leipzig). Las cartas, traducidas por Vivero del alemán, constituyen el ingrediente principal del libro, y resultan elocuentes por sí solas, reveladoras de la figura de un escritor muy entregado a la labor creativa (y no siempre seguro de la bondad de sus textos). Aspectos aparentemente menores, como su preocupación por el tamaño de letra, la encuadernación o las ilustraciones de sus libros nos transmiten una imagen de autor nada indiferente. Pero sus cartas también nos descubren su atención al entorno literario, y en ese sentido podríamos subrayar su generosa intercesión ante Wolff a favor de otros escritores, así como sus recomendaciones de traductores para sus textos (lo que nos permite descubrir que Sandor Márai había traducido La transformación al húngaro en 1922). Gran interés adquieren también sus opiniones sobre la agrupación óptima de algunos escritos. Kafka expresa repetidas veces a Wolff su deseo de que La sentencia se publique por separado en la colección de bolsillo «Der jüngste Tag» (‘El día del Juicio Final’), a la vez que desaconseja su aparición conjunta con el relato En la colonia penitenciaria. Gracias al epistolario conocemos también algunas apreciaciones de Kafka sobre sus propias obras, o su propósito de trasladarse a Berlín, en cuanto terminara la guerra, para entregarse por entero a la creación literaria (una aventura para la que Wolff le promete el respaldo de su editorial). Las últimas cartas nos informan de la enfermedad que tanto minó la actividad literaria de Kafka durante su etapa final.

Pero el libro de Vivero no solo nos ofrece la edición traducida y anotada del epistolario. Cada carta, además, aparece situada en un contexto literario amplio y detallado. A tal fin, Vivero va dando cuenta de las sucesivas publicaciones de Kafka, y no solo de las literarias (incluyendo las ediciones colectivas y reediciones), sino también de las «profesionales». Conviene recordar, a este respecto, que en aquellos años (1908-1922) Kafka trabajaba en una importante compañía de seguros de Praga (Arbeiter-Unfall-Versicherungs-Anstalt), donde era muy valorado por sus informes técnicos, que se publicaban en medios especializados. También da noticia Vivero de las diferentes recensiones de sus publicaciones, firmadas en ocasiones por críticos tan influyentes como Musil o Brod, y a las que Kafka siempre estuvo muy atento. Solo en el verano de 1913 sus libros merecieron siete reseñas (tres para Contemplación y cuatro para El fogonero). En algunos casos podemos conocer incluso la opinión que le merecían a Kafka. Completan el contexto del epistolario a Kurt Wolff numerosos resúmenes y extractos que Vivero recoge de otras variadas fuentes: respuestas de Wolff a Kafka, diarios del autor, cartas de Kafka a otros destinatarios (a Felice, a Brod, a Milena…), informes sobre ventas y derechos de autor (sobre Contemplación), valoraciones positivas de otros autores (como Rilke o Hesse; pero también, de Kurt Tucholsky, que compara a Kafka con Kleist)… Esta compleja polifonía informativa (de la que tan solo he trazado un resumen muy incompleto) aparece cuidadosamente desplegada en torno al epistolario, configurando un acompañamiento que refuerza, pero en ningún momento oscurece, el elemento nuclear del libro: las cartas de Kafka a su editor. El concienzudo y bien estructurado trabajo de Vivero permite al lector profundizar en el apasionante entorno literario de Kafka en la medida de sus deseos y necesidades.

Cartas a Kurt Wolff se complementa con dos apéndices. El primero es un denso y muy documentado estudio, basado en fuentes epistolares y publicaciones de la época, en el que se analizan las relaciones literarias y personales de Kafka y de algunos otros autores cercanos. Por un lado, se indaga sobre el grado de conocimiento que Kafka pudo tener de la obra de Georg Trakl (coincidieron en algunas publicaciones colectivas y colecciones de Kurt Wolff, y Kafka fue lector de Der Brenner, revista donde el austríaco dio a conocer algunos de sus principales poemas); por otro, en las complejas relaciones ―en ocasiones, conflictivas― que mantuvieron diversos escritores alineados en torno al «Círculo de Praga» y a la revista Der Brenner, y más particularmente, en las que mediaron entre Max Brod, Franz Werfel y Karl Kraus. El segundo apéndice es un interesante álbum fotográfico de libros y almanaques, donde podremos apreciar algunas muestras del trabajo editorial de Kurt Wolff, como sus almanaques Das bunte Bug y Der neue Roman, la serie «Drugulin-Drucke» o un ejemplar de la colección «Der jüngste Tag» con los Gedichte (1913) de Trakl. Dos apéndices, en suma, que cierran el epistolario de Kafka abriendo una ventana a futuras investigaciones.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«Se me ha pasado por la cabeza que Starke pudiese querer dibujar el insecto. ¡Eso no, por favor, eso no! No quiero reducir su margen de decisión, sino solamente que solo lo pido sobre la base de mi mejor conocimiento de la historia. El insecto no se puede dibujar. Ni siquiera se puede dibujar desde lejos. […] Si tuviese que hacer alguna sugerencia para la ilustración elegiría alguna escena, como los padres y el procurador ante la puerta cerrada, o, aún mejor, los padres y la hermana en la sala iluminada mientras está abierta la puerta que da al dormitorio completamente a oscuras». (25-X-1915).
«Solo me gustaría agregar que La sentencia y la Colonia penitenciaria, según mi parecer, formarían una combinación horrible; La transformación podría hacer de mediación entre ellas; pero sin esta, lo que realmente tendríamos son dos cabezas extrañas que se golpean con fuerza la una contra la otra. […] porque para mí lo principal es que se publique La sentencia de manera independiente». (19-VIII-1916).
«Desde que decidí dedicar el libro [Un médico rural] a mi padre, tengo un gran interés en que se publique pronto. No porque con eso pudiese reconciliarme con mi padre, pues las raíces de nuestra enemistad son aquí imposibles de arrancar, pero habría hecho algo, como si no habiéndome ido a Palestina, la hubiese señalado con el dedo en el mapa». (De Kafka a Max Brod, III-1918).
Traducción de Roberto Vivero

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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