El libro de los venenos, atribuido a Dioscórides

Portada.pngAdmira bastante que un libro como este que reseñamos, Libro de los venenos y de las fieras que arrojan de sí ponzoña, donde se hace descripción de tantos síntomas dolorosos y curas no menos traumáticas, pueda leerse con tanto deleite, como si fuera una obra de pura ficción. ¡Milagros de la recepción literaria! Quizás las generaciones venideras se diviertan leyendo, a su vez, la noticia de nuestros vanos intentos para atajar determinada enfermedad o dolencia, remedios que para ellos serán ya ridículos, por ineficaces o infundados. Pero, ¿cómo no reírnos de algunas de las extravagantes curas propuestas en el libro que reseñamos, de las supersticiosas creencias en que se fundamentan, de la completa ignorancia de la verdadera causa de infecciones tan graves como la rabia? Porque El libro de los venenos es ante todo un tratado de toxicología (vegetal, mineral y animal), y como tal fue leído y apreciado durante centurias, empleado como valioso vademécum frente a los venenos que menudeaban en las cortes y centros de poder europeos, donde el peligro de sufrir una muerte alevosa y de culpabilidad indemostrable era una realidad. Hoy en día, sin embargo, casi nos sentimos tentados de clasificarlo como literatura fantástica (como tantos bestiarios, vidas de santos y libros de viajes, que generaciones más ingenuas que la nuestra se creyeron a pie juntillas). Y todo ello sin dejar de reconocer su gran valor botánico y testimonial. ¡Milagros de la recepción!

El anónimo Libro de los venenos y de las fieras que arrojan de sí ponzoña ha sido tradicionalmente atribuido al célebre médico griego Dioscórides (c. 40-90), e incorporado como apéndice a su monumental Materia médica (siguiendo esa misma ley que rindió tantas piezas de autoría dudosa a Bach, a Lope, o a otros muchos pintores famosos). Conocido también como Pseudo Dioscórides, Mármara Ediciones nos lo ofrece ahora, primorosamente editado, en su serie «El hilo de lana»: una colección que, inspirándose en una imagen formulada por Platón, pretende ser un hilo conductor que acerque los clásicos grecolatinos al lector actual; culto, pero no necesariamente filólogo o erudito. Que los textos clásicos no sean patrimonio exclusivo de las editoriales especializadas es, desde luego, una propuesta que no podemos dejar de aplaudir, sobre todo si se lleva a término con el rigor de que hace gala Antonio Guzmán Guerra, su editor. Una edición que tiene además el acierto de incorporar al texto del Pseudo Dioscórides los comentarios del humanista y médico segoviano Andrés Laguna (c. 1510-1559), tal como dioscorides-laguna211.jpgaparecen en su edición anotada de la dicha Materia médica, publicada en Amberes en 1555: uno de los grandes logros del médico español. Este andariego físico (doctor por la universidad de Bolonia y médico de papas), que vivió la mayor parte de su vida fuera de España, recolectando hierbas y ejerciciendo su profesión allá donde fuera, es el mismo al que Marcel Bataillon atribuyera, en su célebre libro Erasmo y España, la autoría del diálogo anónimo Viaje de Turquía (1557), testimonio elocuente (de ser cierta la atribución) de su impronta cosmopolita y avanzado humanismo. Los comentarios de Andrés Laguna al texto de Dioscórides, al que doblan en extensión, constituyen, pues, uno de los grandes atractivos del libro que reseñamos. Laguna pone en juego todo su saber botánico y práctica médica, clarificando y ampliando los contenidos expuestos por Dioscórides, describiendo en ocasiones los animales y plantas, e incorporando también interesantes citas de autores antiguos y contemporáneos (Pausanias, Plinio, Galeno, Avicena, Mattioli…). Separado por quince siglos de su ilustre colega griego, Laguna no escatima las anécdotas ni las noticias históricas; como tampoco reprime su ironía al desautorizar algunas curas que juzga contraproducentes o ridículas, como la de sangrar a los infantes o dar de comer piedra imán a los intoxicados con limaduras de hierro, entre otras. Esto no le impide, desde luego, hacerce eco de algunas creencias disparatadas, como las referidas a los gatos, a la rabia o a los temores supersticiosos que inspiraba la menstruación.

Este notable incremento de interés y amenidad que aporta Laguna al texto del Pseudo Dioscórides (de por sí bastante escueto y ceñido a la materia) se acrecienta a su vez por las notas y adiciones del editor, Antonio Guzmán Guerra, que no solo aclara muchos puntos oscuros y añade comentarios eruditos de autores muy diversos (El Fisiólogo, Teofrasto, Covarrubias, el propio Dioscórides…), sino que además —y esto es lo más original— incorpora textos de índole puramente literaria (Cervantes, Lope, Unamuno, García Márquez, Neruda, Octavio Paz…), siempre relacionados con el asunto tratado en cada momento. Una notable licencia, desde luego, impensable en una edición más erudita o especializada, pero que aquí se legitima en beneficio del lector, que sin duda disfrutará mucho con esta triple pluralidad de textos que, abarcando dos milenios, se combinan para mejor instruirlo y deleitarlo.

A lo largo de este portentoso libro de venenos y de fieras ponzoñosas veremos, pues, desfilar una variada galería de plantas nocivas (cicuta, beleño, mandrágora, tejo…), minerales tóxicos (mercurio, albayalde, yeso…) y animales de mordedura letal (perros rabiosos, víboras y cobras…) o, cuando menos, dolorosa (abejas, salamandras, cantáridas, orugas…). No faltan tampoco algunos animales fabulosos (anfisbena, basilisco), y muchos otros de identificación problemática. El texto de Dioscórides, que rara vez nos regala con anécdotas o digresiones, se inicia en cada caso con la descripción pormenorizada de los síntomas del enfermo, seguida de los remedios conducentes a su curación. Parecido esquema sigue Laguna en sus comentarios, aunque dando entrada, como ya hemos dicho, a un mayor caudal de pormenores, anécdotas y noticias diversas. Sorprende un tanto la pervivencia de tantos remedios, casi idénticos, en el dilatado espacio temporal que separa a los dos médicos, que en ocasiones preconizan fórmulas magistrales tan llamativas como la sangre de macho cabrío, la sopa de ranas, el aceite de escorpiones, los huevos de paloma bebidos con incienso o, incluso, el polvo de esmeraldas:

Mas esta cura no se puede administrar sino a Pontífices y Emperadores, pues dos dracmas de esmeralda perfectas valen poco menos que dos ciudades.

Reconozcamos ya que lo que más nos gusta leer (como profanos en farmacopea) son las recetas estrambóticas, aquellas que parecen escapadas del caldero de una bruja. ¡Es evidente que no hemos comprado el libro para curarnos de nada, a no ser del aburrimiento! No menos curiosas resultan algunas de las acciones terapéuticas prescritas a los muy cuitados de los pacientes, más allá de los tan habituales vómitos y clisteres, emplastos y fomentaciones; esto es, «tirarles de la barba, de las orejas y de las narices», «tenerlos muy bien atados», emborracharlos o, incluso, «meter el paciente en un mulo recién abierto y caliente, y mudarle después en otro, y en otro». ¡Una verdadera cura de caballo!

El apartado correspondiente a los animales, a las fieras que arrojan de sí ponzoña, incrementa su muestrario de anécdotas y maravillas, casi todas salidas de la pluma de Laguna. Una parte importante de esta sección se aplica a la curación de la rabia transmitida por los perros, tratada extensamente por Dioscórides y ampliada también mucho por Laguna en sus anotaciones, donde aporta sus propias experiencias y lecturas, aderezadas con sabrosas anécdotas y noticias, como las relativas a la hidrofobia. Entre los numerosos animales ponzoñosos referidos por Dioscórides destaca el nutrido grupo de las serpientes, para las que señala invariablemente, como primer arbitrio, la extracción del veneno (por diversos medios, algunos bastante curiosos), seguido de un tratamiento conducente a exudar o neutralizar las toxinas. Las serpientes también merecen mucho la atención de Laguna, que, de paso, ironiza sobre la mayor toxicidad de la lengua de los hombres. Gran interés tiene también su ameno excurso acerca de los «domadores de serpientes»: sanadores y charlatanes que se hacen morder por víboras ante el público de las calles, al que engañan con su fingida inmunidad y venden luego supuestos bálsamos curativos. Unas prácticas fraudulentas (y bastante escalofriantes) de las que Laguna fue testigo en el transcurso de sus numerosos viajes.

Todo lo dicho anteriormente no pretende, ni muchos menos, disminuir el interés científico que pueda tener el libro como fuente de estudio de la farmacopea antigua y renacentista, ni negar el hecho comprobado de que muchas de las observaciones referidas a las plantas se apoyan en un conocimiento botánico certero y de primera mano (hoy en día, el libro de Dioscórides, Materia médica, continúa siendo un texto de referencia para los amantes y estudiosos de la plantas medicinales). Es más, no obstante nuestro arraigado escepticismo, nos declaramos dispuestos a reconocerle al Libro de los venenos un valor curativo extra, no especificado en ninguna de sus recetas, clisteres o fomentaciones: el de aliviarnos del tedio. En efecto, cerraremos el volumen más convencidos que nunca de que la literatura puede ser también una poderosa droga curativa, una botica que conviene tener siempre a mano en momentos de tribulación.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

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«Avicena cura a los que bebieron napelo con cierto ratón salvage que pace las raíces del mesmo napelo, y con manteca, y con la raíz de las alcaparras» (Andrés Laguna).
«Es proprio de este animalejo atrevido [el musgaño] saltar luego a los compañones, ansí de los hombres como de los animales cuadrúpedos, y fuertemente aferrarlos, la cual es una burla pesada» (Andrés Laguna).
«… conviene a saber, que los mordidos de algún perro rabioso se recelan tanto del agua porque les parece que ven siempre en ella un perro pronto para morderlos; y ansí se dice que cierto filósofo grande, habiendo caído en el mesmo miedo y siéndole propuesto el baño por único y singular remedio, no obstante que le pareció ver dentro un perrazo muy grande y aparejado para morderle, venció con su fortaleza de ánimo la falsa persuasión de los accidentes, y después de haber estado un rato suspenso, a la fin diciendo ¿qué cosa tiene el perro que hacer con el baño? (de do es fama que nació este proverbio, Ecquid cani cum balneo?) se arrojó dentro de él animosamente; de suerte que lavándose todo el cuerpo y bebiendo al despecho de la corrupta imaginación gran cantidad de agua, refrenó la malignidad de aquella ponzoña y finalmente convaleció» (Andrés Laguna).

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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4 respuestas a El libro de los venenos, atribuido a Dioscórides

  1. Antonio Guzmán dijo:

    Estimado colega, muchas gracias por tu amable y elegante reseña Demi traducción del Pseudo Dioscorides en ediciones Marmara. He disfrutado mucho trabajando en ella, y veo que ,por tu entusiasmo, tampoco lo has pasado mal mientras lo leía. Felices fiestas
    Antonio guzman

  2. Libros de Cíbola dijo:

    Son fascinantes estos libros que, como bien dices, son casi literatura fantástica. Bestiarios, lapidarios y herbolarios antiguos y medievales, o modernos (Cunqueiro, Perucho) son de lectura más que entretenida. Saludos y Felices Navidades.

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