Historia del silencio: del Renacimiento a nuestros días, de Alain Corbin

COBERTA-HISTORIA-DEL-SILENCIO[Prepublicado en El Cuaderno: 25-VII-2019]

Cuando Cicerón diserta sobre «la música de las esferas», en su famoso Sueño de Escipión, compara nuestra incapacidad para escucharla con la sordera que padecen los habitantes cercanos a la gran catarata del Nilo. El formidable sonido de las esferas celestes al girar, parangonable al producido por el agua que cae «ex altissimis montibus», nos impide disfrutar de su música. En la actualidad, cuando seguimos sin poder escuchar esa armonía sideral (en ocasiones, ni tan siquiera somos capaces de distinguir las estrellas, por culpa de nuestros polucionados cielos nocturnos), el autor latino no habría necesitado remitirnos a un paraje tan exótico. Para fundamentar su argumentación, le habría bastado con invocar al sufrido vecindario de cualquier aeropuerto o autopista. Que el ruido ocupe un lugar tan destacado en nuestra experiencia diaria explica sobradamente la actual proliferación de alabanzas, meditaciones y elogios del silencio que surten nuestras librerías, y que responden al interés genuino de los lectores más concienciados ante el deterioro acústico que sufre nuestro entorno. En este contexto cabe encuadrar, al menos en parte, el libro que reseñamos, Historia del silencio (Histoire du silence, 2016), del historiador francés Alain Corbin (1936). Ya en su capítulo preliminar, Corbin nos advierte de que en la «hipermediatización» (es decir, en la «conexión continua») acecha la última amenaza a nuestra tranquilidad: un baño ininterrumpido de mensajes triviales que nos impide disfrutar de nuestra propia compañía y nos vuelve recelosos del silencio.

Pero me apresuro a señalar que Historia del silencio no indaga tanto en los problemas actuales que provoca el ruido como en los valores positivos que el silencio ha significado para el hombre a lo largo de su historia más reciente, y de manera particular, en su contraposición a la palabra gratuita, grosera, imprudente o inoportuna. Traducido por Jordi Bayod y publicado por Acantilado, Historia del silencio traza una completa cartografía del silencio en la sociedad occidental, desde el Renacimiento hasta nuestros días. Dividido en nueve capítulos de enfoque complementario, el ensayo se fundamenta en una amplísima nómina de narradores, poetas, filósofos, ensayistas y artistas diversos. Aunque no faltan a la cita numerosos autores de otros países, la completa y coherente galería de personalidades literarias y artísticas galas que desfilan a lo largo de todo el libro pone de manifiesto, como cabía esperar en un ensayista de la talla de Alain Corbin, un profundo conocimiento de la cultura francesa. Ganadora del Premio Roger Caillois de Ensayo en 2017, Historia del silencio es, en su mejor sentido, una lección magistral de erudición: un arte de callar que sabe cederle la palabra a los mejores en el momento oportuno.

En los dos capítulos iniciales del libro se aborda el silencio desde un perspectiva que podríamos calificar como topográfica. En «El silencio y la intimidad de los lugares» Corbin recorre el apacible refugio del hogar y cuanto le pertenece: los animales domésticos, nuestros callados acompañantes y cómplices de tantas vigilias; así como esos objetos aparentemente mudos que lo amueblan, que tanto trascienden en nuestra memoria y que se vuelven elocuentes en el silencio de la noche y la soledad. Iglesias, bibliotecas y cárceles son otros de los santuarios del silencio evocados bellamente por el autor, que hace una espléndida exhibición de sus conocimientos de literatura francesa y europea. El siguiente capítulo, «Los silencios de la naturaleza», se inicia con la evocación de la naturaleza más silenciosa de todas, la nocturna, que alcanza su más perfecto estado de gracia en el claro de luna, bajo el grácil y callado vuelo de la diosa Selene. Lugares de silencio tan previsibles como el desierto o la montaña (a ser posible, cubierta de nieve) comparten espacio en el libro con la mar en calma, el bosque o los apacibles paseos por el campo (Thoreau y John Muir son sus principales referentes). Quizás se sorprenda algún lector al ver incluidas en este capítulo a las ciudades de provincia, esas pequeñas urbes aisladas y silentes, un tanto decadentes y misteriosas, donde el tiempo parece detenerse y que tanto significado estético y moral cobran en la obra de escritores como Balzac, Barbey o Rodenbach. Cierra el capítulo el silencio de la ruinas, una inclusión más que justificada, pues su abandono significa un irreversible camino de retorno a la condición natural del paisaje.

En los siguientes capítulos Corbin modifica su punto de vista, que se centra ahora en las motivaciones que han guiado a los hombres en la persecución del silencio. La exigencia del silencio como requisito previo en nuestra relación con la divinidad parece creencia común a todas las religiones. Si en los capítulos anteriores las fuentes citadas eran casi todas literarias, ahora, en «Las búsquedas del silencio», toman la palabra hombres de iglesia, ascetas y místicos como San Ignacio de Loyola, San Juan de la Cruz o Santa Teresa (los autores españoles asoman tímidamente la cabeza en este capítulo, desmintiendo, quizás, nuestra fama de pueblo ruidoso). También presta atención Corbin a determinadas órdenes religiosas, como la de los cartujos, o a personalidades literarias de la talla de Bossuet, cuyas meditaciones acerca del valor del silencio en la experiencia religiosa son extrapolables a la vida «ordinaria». Pero la búsqueda del silencio no se limita a la religión y al misticismo. En «Aprendizajes y disciplinas del silencio» Corbin aborda el silencio (bajo un enfoque predominantemente histórico y sociológico) como el medio privilegiado en el que se forjan las cosas importantes, y no solo ya en el contexto religioso. Saber guardar silencio en la conversación, por ejemplo, delata a un interlocutor valioso que está abierto a la escucha del otro. El preceptivo uso del silencio en templos (durante la liturgia o en determinadas fiestas o contextos religiosos) se manifiesta igualmente en la disciplina del ejército; pero también, y de manera muy destacada, en la escuela, donde los niños aprenden a incorporarlo a sus habilidades sociales y de autocontrol. El silencio también contribuye, pues, a construir ese espacio de lo privado que se va fraguando desde finales del siglo XVIII, y que convierte en reprobable, por ejemplo, el dirigirnos en la calle a un desconocido, interpelarlo a voz en cuello, o incluso, en otro orden de cosas, exteriorizar nuestros ruidos corporales (eructar, bostezar…) El silencio se integra así en los códigos de urbanidad que marcan distancias con las ruidosas clases populares. También señala Alain Corbin cómo el umbral de tolerancia al ruido ha ido disminuyendo en nuestras sociedades occidentales, sobre todo en lo que atañe al tráfago humano de las grandes urbes, debido en parte a una mayor reglamentación, pero también a la sustitución de los mensajes sonoros (vendedores ambulantes, por ejemplo) por los icónicos y escritos. Se llega así a la paradójica situación de que, en ciertos aspectos, seamos más exigentes con el ruido que generaciones anteriores, pero que suframos, por contra, en algunos contextos nuevos, niveles inauditos de contaminación acústica. Se confirma así el valor variable, según tiempo y lugar, del silencio y su bienestar asociado.

Pero el silencio puede ser también vehículo de expresión profunda, y en el siguiente capítulo, «La palabra del silencio», Alain Corbin va a rastrear su presencia y significado en el arte. Una elocuencia callada que se hace especialmente palpable (al menos, para quien sepa «mirar») en la pintura: esa «poesía muda» de la que nos hablaba Lessing. Artistas y estudiosos del arte protagonizan este interesante ensayo, que se detiene en el análisis de algunos cuadros de grandes artistas como Rembrandt, Poussin o Friedrich. Pinturas de temática religiosa (de Fra Angelico, Leonardo, Rafael…) y moral (las llamadas «vanidades») completan el ejemplario del estudioso francés, junto con las escuelas simbolista y surrealista, y algún autor más moderno, como Hopper. Aunque el autor apenas se detiene en la función configuradora y expresiva del silencio en la música (salvo breves alusiones a textos de Pascal Quignard), sí tiene algunas palabras para el cine, ya sea mudo o sonoro. En este último el silencio puede adquirir un mayor valor expresivo por su contraste con la palabra.

Alain Corbin nos recuerda que el silencio tiene también un valor estratégico. En «Las tácticas del silencio» se complementa de alguna manera cuanto se había dicho anteriormente en «Aprendizajes y disciplinas del silencio», ahondándose ahora en el principio de que «la palabra entraña un riesgo». De ese convencimiento nace un «arte de callar», frecuentemente tallado en aforismos, que han ejercitado legiones de filósofos y moralistas desde la Antigüedad clásica. Este uso estratégico del silencio adquiere su mayor desarrollo en los códigos de las clases dominantes a partir del Renacimiento. Junto a moralistas franceses como La Rochefoucauld, La Bruyère o el abate Dinouart, Alain Corbin concede un notable protagonismo a la figura de un español, el aragonés Baltasar Gracián, autor del célebre Oráculo manual y arte de prudencia (1647), una verdadera «matriz del arte de callar» en palabras de Corbin.

No podía faltar en un libro como Historia del silencio, que tanta relevancia concede a la novela decimonónica como campo de exploración, un atento análisis del carácter ambivalente del silencio en la relación amorosa («De los silencios del amor al silencio del odio»). El silencio puede testimoniar tanto la profundidad de una pasión amorosa como la incomunicación que prefigura su transformación en una de esas destructivas relaciones, cargadas de reproches tácitos, que a modo de odioso pegamento aprisionan a muchas parejas infelices. Esta valoración negativa del silencio se acrecienta en el último capítulo, «Postludio: lo trágico del silencio»: un dramático final para un libro que nos ha pintado mayoritariamente las virtudes del silencio. Alain Corbin, cuya orientación religiosa católica se ha hecho palpable a lo largo de todo el libro, se centra ahora en el denominado «silencio de Dios», en la callada indiferencia de la divinidad ante el sufrimiento y las rogativas de los hombres; y cómo se refleja en una amplia selección de textos: la Biblia, relatos de la Pasión, escritores religiosos y laicos, como Vigny, Hugo o Maeterlinck… Se completa esta coda final con un breve repaso de las diferentes formas que reviste nuestro «miedo al silencio»: al de los vastos vacíos del universo, al del tedio, al que preludia la catástrofe, al de la muerte… para terminar en ese terrible silencio que sobrevendrá cuando esta esfera llamada Tierra (sin duda, la que mejor música hace) desaparezca en el espacio infinito.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«Hoy en día, es difícil que se guarde silencio, y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua. La sociedad nos conmina a someternos al ruido para formar así parte del todo, en lugar de mantenernos a la escucha de nosotros mismos. De este modo, se altera la estructura misma del individuo. // Es bien cierto que hay caminantes solitarios, artistas y escritores, adeptos a la meditación, mujeres y hombres recogidos en monasterios, mujeres que visitan tumbas y, sobre todo, enamorados que se miran y callan, que buscan el silencio y todavía son sensibles a sus texturas. Pero son como viajeros arrojados a una isla de costas escarpadas que está a punto de quedar desierta» (traducción de Jordi Bayod).

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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2 respuestas a Historia del silencio: del Renacimiento a nuestros días, de Alain Corbin

  1. Libros de Cíbola dijo:

    Después de leer esta magnífica reseña me parece que este libro pasará a formar parte de mi lista de «pendientes». Saludos.

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