La vieja señora Jones y otros cuentos de fantasmas, de Charlotte Riddell

La vieja señora Jones Casas encantadas, pesadillas premonitorias y apariciones espectrales son algunos de los placenteros sobresaltos que nos aguardan en esta recopilación de relatos de la escritora británica Charlotte Riddell (1832-1906), La vieja señora Jones y otros cuentos de fantasmas. Un libro que esperábamos con impaciencia desde principios de año, pero al que las circunstancias de confinamiento sufridas han condenado a comparecer ante sus lectores casi en verano. Aunque el frío y las nieblas otoñales forman un ambiente muy idóneo para la degustación de este tipo de historias, no lo creo tan imprescindible en el caso particular de Charlotte Riddell, aficionada a imaginar espíritus que se mueven a sus anchas por las verdeantes campiñas inglesas, incluso durante la época de la siega. El libro, publicado con la exquisita y sobria elegancia propia de Reino de Redonda, ha sido editado y traducido por Antonio Iriarte, que añade a sus magníficas versiones una nota previa donde nos informa con detalle de la procedencia de cada uno de los textos, en su mayoría inéditos. La vieja señora Jones y otros cuentos de fantasmas viene además acompañado de un ameno e interesante prólogo de la ensayista y novelista Pilar Pedraza, que nos dibuja un panorama de la casa encantada en la literatura y el imaginario victorianos, reflexiona sobre la figura de la escritora profesional de la época y nos da las claves necesarias para comprender la figura de Charlotte Riddell, así como su obra cuentística.

No cabe duda de que Charlotte Riddell es una escritora que sabe navegar con la mayor solvencia por el proceloso —y frecuentado— mar del relato de fantasmas, sin recaer en excesos tremebundos, respetando la linde que separa la fantasía del disparate, dejando en muchas ocasiones un resquicio abierto a la explicación racional (como en Sandy el calderero) o cargando en el debe de los personajes más ignorantes y crédulos (los denominados testigos poco fiables) los elementos más descaradamente numinosos. Lo principal no es tanto asustar como garantizar el placer a un amplio abanico de lectores (unos más incrédulos que otros), respetando las convenciones de un género de entretenimiento que, al menos en Inglaterra, tenía el listón colocado muy alto. La vieja señora Jones y otros cuentos de fantasmas reúne un conjunto de ocho relatos de gran calidad literaria, con personajes, escenarios y situaciones perfectamente elaborados, y en los que la aparición del fantasma no es siempre el elemento más llamativo. Una pizca de levadura fantasmal bien dosificada basta para dotar al texto de ese grado de tensión que define al relato magistral. Así nos hemos acostumbrado a verlo en muchas ghost stories de Henry James, y así ocurre también en algunos de los cuentos de este libro. Los verdaderos fantasmas, contrariamente a sus homónimos terrenales, nunca desean figurar en exceso.

Dicen que no hay nada bueno en ver cumplido un sueño. Pero mucho peor es, desde luego, ir comprobando, a plena luz del día, cómo una siniestra pesadilla se va haciendo realidad paso por paso. Tal es la terrorífica experiencia narrada en Hombre prevenido vale por dos, el primer relato seleccionado por Antonio Iriarte, portador de un desenfadado título (un proverbio: Forewarned, Forearmed) con el que la autora parece ironizar levemente sobre el núcleo de la trama: un sueño premonitorio y recurrente. El carácter pesadillesco del relato se continúa brillantemente en su resolución final, una escena bastante sorprendente y algo estrambótica. La Casa de los Nogales es la típica historia de una mansión embrujada: un cuento de Navidad narrado con algunos toques de humor y sus correspondientes gotas de sentimentalismo, deudoras de esa doble vuelta de tuerca que supone siempre la implicación de niños en el drama. Como en otros relatos de la autora, el protagonista es un escéptico, un valiente investigador que poco miedo le tiene al fantasma, y que por eso mismo conseguirá entender su mensaje. En La Casa de los Nogales este papel lo representa Edgar Stainton, un heredero de la mansión venido de Australia, y cuyo único temor es no poder limpiar el honor familiar reparando una falta del pasado. Sandy el calderero es otra estupenda historia, ahora narrada al amor de la lumbre durante una velada tempestuosa. Una pesadilla premonitoria, como la del primer relato, pero desarrollada con una mayor sutileza, economía de medios y grandes dosis de fantasía. Sandy el calderero es una de las mejores historias del libro, a mi manera de ver, con un fondo moral abierto a múltiples interpretaciones, que apela a sentimientos y creencias tales como la culpa, el libre albedrío o la redención. En La puerta abierta el hecho paranormal parece reducirse a una puerta que se empecina en no permanecer cerrada. El fenómeno, atentamente observado por el intrépido Phil, pierde con rapidez su carga terrorífica para convertirse, más que nada, en un acertijo irresoluble (como esa habitación cerrada por dentro de los cuentos policiales). Las artimañas del descreído joven para mantener cerrada la puerta mediante procedimientos mecánicos suponen un peligroso atentado a la lógica de este tipo de cuentos (aunque no iguale la impertinencia del célebre quitamanchas del relato de Wilde). Desarrollada en las bellas tierras de Meadowshire, el cuento tiene también su parte de experiencia aventurera y formativa, al brindársele al joven Phil una oportunidad para alejarse de ese Londres antipático de los negocios y las estrecheces económicas, y pueda así labrarse un futuro mejor. En La granja de los Avellanos vuelve a manifestarse la predilección de Charlotte Riddell por los bellos paisajes británicos y sus viejas mansiones campesinas, que los fantasmas no dudan en desamparar durante las noches para salir a pasear por los prados y senderos a la luz de la luna. Fantasmas que, además de asustar lo suyo, contribuyen también a la resolución de un crimen en el que se han visto implicados.

Y llegamos así al relato más extenso de la recopilación, La vieja señora Jones: una novelita cuidadosamente escrita, buen exponente de ese difícil arte que consiste en inquietar al lector y, a la vez, hacerle sonreír. Los inconvenientes de habitar una casa con fantasma aumentan mucho cuando se tienen habitaciones realquiladas. De ahí los apuros que sufrirá la familia del cochero Tippens a la hora de sacarle réditos a una imponente mansión que han alquilado a precio de ganga. Es lo de siempre. El confiado inquilino solo se entera de que la casa tiene un ocupa fantasmal cuando ya ha pagado la fianza que lo mantendrá atado durante un buen montón de meses a la propiedad. En La vieja señora Jones, el relato también gira en torno a un sueño revelador; porque de las restantes apariciones no queda muy claro hasta qué punto son «reales» o simples sugestiones supersticiosas. Solo durante el incendio final, con el fantasma de la pobre mujer trajinando por los tejados, se exhibe ostentosamente y de manera inequívoca el temido espectro. La última vez que se vio al Señor de Ennismore es, por el contrario, un relato muy breve, de poco más de diez páginas, magistral en su brevedad. Una casa solariega, enclavada en una costa azotada por mareas y corrientes traicioneras, es el teatro donde opera una chusma de fantasmas ruidosos y jaraneros. Su origen parece remontarse a un misterioso náufrago que hizo grandes migas con el Master. La afinidades electivas justifican sobradamente que el caballero de la pezuña hendida pueda ser el mejor compinche de un viejo crápula; sobre todo si, para romper el hielo, ha mediado un añejo tonel de exquisito coñac, regalo del mar tras un espantoso naufragio. En el último relato, Conn Kilrea, se explora una faceta diferente de las apariciones espectrales, la que sirve de anuncio (con toda la ambigüedad que ello conlleva) a un desenlace fatal: una reelaboración de las leyendas de la banshee irlandesa (de hecho, el protagonista del cuento es irlandés, como la propia autora). Conn Kilrea tiene todas las trazas de ser un relato de Navidad, tanto por el tono como por su ambientación. Al igual que en el célebre cuento de Dickens, la visita del fantasma también puede obrar como provechoso revulsivo o advertencia moral.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

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«El pastor hizo una pausa en su relato. En ese preciso momento, se levantó un tremendo golpe de viento que hizo temblar las ventanas de la rectoría, abrió de golpe la puerta del vestíbulo e hizo vacilar las velas y chisporrotear el fuego de la chimenea. Entre la sobrenatural historia y los aullidos de la tormenta, no hará mucha falta que diga que absolutamente todos experimentamos ese creciente desasosiego que tan a menudo sugiere la sensación de que a uno le roza algo venido de otro mundo, como una mano alargada a través de la frontera del tiempo y la eternidad, y cuya frialdad y misterio hacen estremecerse incluso al más aguerrido de los corazones».
(Edición y traducción de Antonio Iriarte)

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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2 respuestas a La vieja señora Jones y otros cuentos de fantasmas, de Charlotte Riddell

  1. Libros de Cíbola dijo:

    De esta autora sólo he leído un relato (incluido en la antología de Impedimenta «Damas oscuras») y tengo que decir que no me entusiasmó. De cualquier forma, estos libros de Reino de Redonda suelen ser estupendos y muy bien escogidos.

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