Ciervos en África es un fabulario de mitología nada convencional, concebido bajo un criterio puramente lúdico, a mitad de camino entre la reflexión y la ficción. Dioses, héroes y otros personajes del mundo clásico —reales o imaginarios— son sus principales protagonistas. Sus aventuras y vivencias no son, sin embargo, las transmitidas por ninguna de las fuentes acreditadas. El lector descubrirá enseguida que todos los mitos e historias han sido transformados. Aunque comparto con George Steiner la melancólica convicción de que todo aquello que podamos idear ha sido ya pensado o escrito con anterioridad, no he perdido la esperanza de alumbrar algo nuevo, inspirándome en una materia tan antigua y venerable. El resultado son estas fábulas apócrifas: un centenar y medio de minificciones agrupadas seis grandes capítulos: Los hijos de Crono, Castigos poco ejemplares, Amantes a su pesar, Heroicos y vagabundos, La ciudadela inexpugnable y De progenie divina (o casi).
… porque poner Virgilio ciervos en África no es falta del arte sino de geografía, cuando no los hubiese; porque, supuesto que no hubo ciervos en África, es verosímil que los pudo haber… (Herrera, Anotaciones a Garcilaso, 1580)
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Ciervos en África (Fabulario apócrifo), Gijón,⇒ Ediciones Trea, 2018, 195 pp.
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⇒Reseña de Francisco H. González, en Devaneos
⇒Reseña de José Luis Rodríguez, en Libros de Cíbola
⇒Reseña de Ricardo Martínez-Conde, en Todo Literatura, Escritores.org y Letralia
*Más información sobre el libro en este mismo blog: Ciervos en África
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Las horas que pasé en la zahúrda de Circe se cuentan entre las más felices de mi vida, pues la diosa me manifestó su predilección desde el primer momento. Me llamaba por mi nombre, me daba de comer en su mano las bellotas más escogidas y, en ocasiones, hasta me rascaba el lomo con el mango de su látigo. ¡Disfrutaba tanto viéndome retozar en el fango! Pero este halagüeño panorama de holganza sin fin se vio malogrado cuando el maldito Odiseo vino a desencantarnos. De nuevo me vi abocado a remar como un esclavo, a sufrir graves peligros y a soportar las más duras incomodidades. Fue tal mi disgusto al verme restituido a mi condición de hombre, que esa misma mañana me emborraché, y luego me caí tontamente desde la terraza del palacio. Ahora vegeto aburrido en el Hades, donde he escuchado a la sombra de Aquiles asegurar muchas veces que preferiría ser el más miserable de los siervos antes que reinar aquí. ¡Cuánto más no preferiría yo vivir como un cerdo a los pies de la bella Circe! He oído decir que Odiseo tiene previsto visitar en breve estas lóbregas moradas. ¡Que se vaya preparando! Aunque siempre le he guardado el debido respeto, ahora tendrá que escuchar duros reproches.
(Elpénor en la pocilga)
Cuando Odiseo retornó a Ítaca y descubrió que su esposa lo había engañado, no tuvo más remedio que consumar la matanza de los pretendientes. Aunque perdonó la vida a Penélope, desde aquel momento recordó siempre con nostalgia sus pasadas aventuras, y de manera especial, sus amores con Circe y Calipso. Arrepentido de haberlas abandonado, solo lograba calmar su pena bebiendo agua del río Lete, un remedio que había tenido la precaución de traerse embotellado de su visita al inframundo.
(Derecho al olvido)
Si he entendido bien lo que asegura Apolodoro en su Biblioteca, para derrotar al autómata de bronce que custodiaba la isla de Creta, Medea utilizó la misma táctica que le había permitido conquistar a Jasón: manipuló la clavija hasta conseguir que se derramara el icor.
(La seducción de Talos)
Los filólogos y medievalistas que han analizado el famoso Lai de Aristóteles no han entendido ni una sola palabra del texto. Que el filósofo se dejara embridar y cabalgar mansamente por una simple muchacha no debe rebajarlo en nuestra estimación. En el poema no se pretende representar la intemperancia de un anciano, ni tan siquiera el triunfo de la pasión amorosa sobre la razón. Si de algo pecó el sabio fue de soberbia: cargando sobre sus viejas espaldas a la adorable Filis pretendía nada menos que emular los jueguecitos de Zeus con Europa.
(El caballo de Filis)
«Cuando se produjo la anhelada caída de los dioses paganos, y sus principales templos y santuarios fueron entregados al fuego, algunos cristianos curiosos preservaron, a modo de trofeo, determinados vestigios del antiguo culto. Con el paso de los años, esas espúreas reliquias, que tan imprudentemente habían recogido, terminaron confundiéndose con las auténticas. Así, entre los abundantes fragmentos conservados del Lignum Crucis, es muy posible que se infiltraran astillas de la clava de Heracles, y que muchos Santos Prepucios venerados actualmente no sean otra cosa que simples fragmentos de la piel de Marsias. Algún Santo Cíngulo de inapropiado estilo bien pudo ser en su día una réplica del cinturón de Hipólita (o incluso, el original). No faltan los estudiosos que restituyen determinado Grial al mismo Dioniso, o que detectan en la cadena de San Pedro eslabones de la que en su día aprisionó a Prometeo sobre la roca. Plumas perdidas del águila de Zeus pudieron confundirse con las de algún arcángel, huesos de mártir mezclarse con los de un guerrero famoso… y así hasta un largo etcétera.
»Parece innecesario señalar que esta lamentable mezcolanza de reliquias explica sobradamente el hecho de que casi nunca concedan el milagro solicitado.»
(De Falsis Reliquiis, lib. I)
«…igualmente son injustos los judíos cuando culpan a los dioses y poetas romanos de fomentar la sodomía, una práctica que no se cansan de censurar y perseguir, olvidando interesadamente que el único responsable […] Desconocedor de la anatomía de un gran número de especies animales […] no acertó siempre a la hora de escoger ejemplares de diferente sexo […] Al cabo de cuarenta noches de obligada y estrecha convivencia, el libertinaje se había adueñado ya de una parte significativa del pasaje, incluidos…»
(Flavio Josefo, Fragmenta, XVI)
Antes de que acampáramos a la orilla del río ya se había extendido el rumor de que no lo cruzaríamos, y que a la mañana siguiente retornaríamos sobre nuestros pasos para iniciar el licenciamiento de los veteranos. Pero un soldado de nombre Décimo ―un putero de malísima reputación―, viendo en la orilla opuesta a una muchacha que nos espiaba escondida entre unos juncos, no dudó en cruzar la corriente para apoderarse de ella. Como los familiares de la joven no andaban muy lejos, enseguida acudieron a defenderla con hoces y palos. Muy mal lo hubiera pasado nuestro compañero si sus demandas de auxilio no hubieran alertado a varios hispanos de su manípulo, que se apresuraron a cruzar para socorrerlo. Alertado el procónsul por el ruido de la escaramuza, se asomó a la puerta de su tienda. Viendo que sus soldados peleaban al otro lado del río, masculló algo entre dientes y me ordenó convocar a los tribunos.
(Rubicón)
*Puedes leer algún texto más del libro en la revista cultural El Cuaderno

El caballo de Filis

El caballo de Troya