Del abultado número de figuras fantásticas y monstruosas que pueblan la mitología clásica, la sirena es una de las más vivas y seductoras. Protagonista de algunos de los más memorables episodios de la epopeya antigua, el mito de la sirena ha sido materia frecuente en la literatura y artes plásticas de todos los tiempos, y ha sabido introducirse, sin apenas esfuerzo, en el imaginario colectivo universal (como lo testimonian el célebre cuento de Andersen o sus edulcoradas versiones cinematográficas). El indiscutible atractivo sexual que emana de la sirena, inexistente en sus primeras apariciones, ha tenido mucho que ver en ello. Así puede deducirse observando la evolución de su imagen: desde esos horripilantes seres que amenazaban la nave de Odiseo — mitad ave y mitad mujer—, a las bellísimas figuraciones de los pintores prerrafaelitas y simbolistas. La sirena es, ciertamente, el monstruo que más nos enamora, sobre todo desde que abandonó su disfraz pajaril y se transmutó en la grácil doncella de los cuentos folclóricos y leyendas, pariente aventajada de ondinas y lorelais fluviales, con las que comparte un parecido poder de atracción sobre los hombres. Porque uno de los mayores valores del mito es su capacidad de metamorfosis, de mutación, de vencer cualquier resistencia adquiriendo nuevas formas y significados, adaptados a las peculiares demandas y debilidades de cada época. No hay escudo que nos proteja de la sirena. Transcurridos tantos siglos, continúa encarnando una de las más acreditadas figuras de la seducción.
El poderoso encanto que desprende la sirena permanece intacto en este bello libro que reseñamos, Sirenas. Seducción y metamorfosis, escrito por el eminente filólogo y escritor Carlos García Gual: un texto consagrado a estudiar la figura, significado y evolución de la sirena, tal como se manifiesta en sus fuentes literarias e iconográficas, desde que Odiseo se viera obligado a sujetarse al mástil de su nave para enfrentarlas. Se nos brinda, pues, la posibilidad de emprender una apasionante singladura por el complejo océano de la mitología, poblado de sirenas en esta particular ocasión. La indagación, que se extiende hasta la época contemporánea, se fundamenta en un perfecto conocimiento de las fuentes literarias y mitográficas, así como en los trabajos de investigación de una amplia gama de estudiosos modernos: sólidos cimientos que no obstan para que el libro se mantenga muy vivo y goce de una admirable amenidad. Como si de un colorido mosaico se tratara, Carlos García Gual va engarzando y dando sentido a una pluralidad de fuentes literarias, con el fin de transmitirnos una imagen coherente y acabada de la célebre figura mítica. El saber y la pedagogía se dan la mano, por así decir, para vencer esa resistencia natural que oponen los mitos a ser sistematizados sin perder su riqueza de matices. Pero el trabajo de García Gual tiene también otro valor añadido, que es el de recoger en sus páginas (y de manera muy particular, en los cuatro intermezzi que jalonan el texto) un importante número de fuentes primarias, de textos literarios que tienen a la sirena como protagonista, lo que otorga a su libro el plus de una antología comentada. El lector podrá así acceder también a textos menos frecuentados, todos esmeradamente traducidos (algunos por el propio autor), en ocasiones presentados en formato bilingüe. Aunque el libro está centrado en la dimensión literaria de la figura mítica, también encontraremos frecuentes apelaciones a su iconografía, acompañadas de una veintena de magníficas ilustraciones, espigadas cuidadosamente de entre la copiosa y cambiante imaginería que la sirena ha inspirado a través de los tiempos.
El subtítulo del libro, Seducciones y metamorfosis, alude a ese doble componente del mito que ya señalamos al inicio. De un lado, el atractivo que emana de su figura, ya sea como transmisora de un saber oculto valioso (su cualidad primera) o como elocuente imagen sexual de la mujer. De otro, su capacidad de mutación, tanto en su aspecto físico como en la diferente recepción de los valores que encarna. La sirena no es el único monstruo sabio, desde luego (el centauro Quirón o la Esfinge fueron, a su manera, también maestros), pero el conocimiento de las sirenas parece encaminado a un fin mucho más letal. Este valor, el de depositarias de un saber, es el que está presente en sus primeras y más conocidas apariciones, ya sea en el celebérrimo episodio de Homero, o bien en las Argonáuticas de Apolonio de Rodas, donde la astucia de Odiseo es sustituida por la habilidad musical de Orfeo, que puede combatir a las sirenas en su propio terreno, el del canto. Estos dos textos, de importancia cardinal, tan agudamente estudiados como cabía esperar del autor del libro, se complementan con una variada pluralidad de textos, quizás de menor resonancia popular, pero que añaden importantes detalles complementarios. Se nos pinta así un retrato completo y muy matizado de la sirena en la cultura grecolatina. Hablamos de bestiarios, libros de maravillas, mitógrafos, geógrafos, filósofos, dramaturgos y poetas de la Antigüedad clásica.
Pero la vitalidad de la sirena no se extingue con el fin del mundo clásico y la llegada del cristianismo. Todo lo contrario. Los nuevos tiempos le conceden a la sirena un renovado protagonismo en tratados de mitología, escritos morales y variadas representaciones plásticas, tanto medievales como renacentistas o incluso barrocas (no es extraño verlas adornando los capiteles de muchas iglesias). Así puede comprobarse en algunos textos de Boccaccio, Ronsard, Natale Conti, Pérez de Moya, Michel de Marolles, en el Roman de Troie o en algunas páginas de los mismos padres de la iglesia: todos analizados conspicuamente por Carlos García Gual en su libro. La figura de la sirena se abre así a nuevas interpretaciones alegóricas y morales, ya anticipadas en algunos eruditos y tratadistas de la Antigüedad tardía. Avanzando en esa línea, los textos medievales y renacentistas imponen el dibujo de la sirena como prostituta, símbolo de la perdición del hombre y del pecado. Toda la configuración de la sirena, tanto su aspecto físico, su ubicación marinera o incluso sus habilidades musicales son vistas como accidentes de la meretriz. Es entonces cuando pierde esas antiestéticas patas de gallina, sus plumas y alas de pájaro, cuando consolida su estilizado cuerpo pisciforme, adornado de una insinuante cola de pescado (esa «impúdica» doble cola, significativamente abierta, que tanto aparece reproducida en los códices y relieves medievales). Es entonces cuando la sirena aprende a compaginar los instrumentos musicales con el espejo y el peine, herramientas y símbolos de la coquetería seductora. Los nuevos tiempos, sin embargo, no se olvidarán de su valor primero. Depositarias de un saber que es mejor no escuchar, la sirena pronto se indentificará con la herejía. Haciéndole competencia a la serpiente del paraíso, la sirena representa ese conocimiento falso que es perjudicial para un cristiano. Ulises pasa a ser ahora ese caballero dibujado por Durero, tan seguro e indiferente a las insinuaciones del demonio, que cabalga tranquilo hacia una Ítaca celestial que ya se divisa al fondo del grabado. Sometida al fuego cruzado de la alegoría y la interpretación evemerista, la sirena terminará reducida a metáfora misógina de la tentación y la falsedad femeninas, aunque también de la hipocresía y la maldad del Príncipe, que engaña a su pueblo con mentirosas palabras y hábil disimulación. Aparición recurrente en libros de emblemas y bestiarios (donde no siempre luce una bella apariencia), la sirena manifiesta su figura menos amenazante en la lírica petrarquista de poetas como Lope, Quevedo, Góngora o Herrera, también oportunamente señalados por el autor.
Pero la sirena tampoco se resigna a quedar reducida a mera figura retórica o añeja ilustración de libro de emblemas, sino que cruza, impávida, las fronteras de la modernidad, convirtiéndose en personaje destacado del imaginario romántico, donde empieza a hibridarse con ondinas, lorelais y otras seductoras féminas fantásticas. Ya en etapas anteriores la sirena había sido objeto de supuestos avistamientos, como los que aparecen recogidos en las crónicas del Nuevo Mundo o en los florilegios y libros de maravillas de Torquemada y Pero Mexía. Ahora, desde la nueva perspectiva romántica, su acercamiento al hombre adquirirá, según nos explica Carlos García Gual, un nuevo significado: el de representar el arquetipo del amor imposible, con su inevitable final desgraciado. Se inaugura así una nueva imagen de la sirena, presente en los relatos folclóricos y leyendas de múltiples culturas, pero que también da origen a figuras más individualizadas (Melusina, Lorelay, Ondina…), o incluso a recreaciones artísticas de escritores como La Motte-Fouqué, Heine, Andersen, Wilde o Lampedusa, entre muchos otros. No se olvida el autor de recoger en su libro a esa sirena decimonónica que tanto se corresponde con la femme fatal finisecular, quizás la más convincente depositaria de la pulsión malsana que alentaba en sus orígenes. Una maldad que ya no precisa ni de garras ni de instrumentos musicales para ejercerse: el solo cuerpo de la sirena es ya suficiente amenaza. Se constituye así una nueva imagen, muy alejada de otras más domesticadas donde la sirena, privada de movimiento en su exilio terrestre, parece un juguete sexual del hombre. Finaliza Carlos García Gual su enjundioso libro recogiendo y comentando un amplio abanico de textos, obra de muy diversos autores (desde Dante a Luis Alberto de Cuenca, pasando por Kafka, Brecht, Cernuda, T. S. Eliott o Derek Walcott, entre otros). Parece evidente que los escritores modernos también atestiguan la pujanza del mito, su mudable teatro de operaciones, su amplia variedad de formas. Permanece constante, sin embargo, ese indoblegable hado que las condena a protagonizar siempre amores infelices; único rasgo del que no han sabido liberarse —no obstante su atractivo y sabiduría— en ninguna de sus metamorfosis.
Reseña de Manuel Fernández Labrada
«Como hemos visto, a lo largo de los siglos las sirenas cambiaron su figura: dejaron las alas, se embellecieron y acentuaron su erotismo, se afincaron raudas en el fondo marino con escamosas colas de pez, a veces dobles, y ofrecieron su amor y llegaron a enamorarse. Las historias de amor con sirenas suelen acabar mal, fatalmente, como hemos visto; y mal acabaron para ellas los encuentros con los héroes antiguos (Odiseo y Jasón). Sin embargo, el éxito de un motivo mitológico no se mide por el final feliz, sino por su permanencia en el imaginario colectivo. Y ahí ha quedado, amparado por la literatura y las imágenes, casi eterno, el mito del encuentro con las sirenas, seductoras y mutantes».

La sirena (1887), de Arnold Böcklin