Médico de profesión, Jacques Chauviré (1915-2005) publicó sus primeras novelas a finales de los años 50, pero no fue hasta la aparición de Élisa (2003) cuando alcanzó un amplio reconocimiento en el mundo de las letras francesas. La editorial Errata naturae se hace ahora eco de ese merecido «descubrimiento», ofreciéndonos esta excelente traducción de Regina López Muñoz. Élisa es la crónica de una pasión infantil, de un amor platónico que se prolonga y culmina en el tiempo, narrado con la sabiduría y la perspectiva de la ancianidad. Basada en experiencias autobiográficas, Élisa es un sutil ejercicio de humanismo y melancolía -no exento, en ocasiones, de un fino humor-, narrado con sencillez, y que cuenta además con un final inesperado y emocionante que no dejará indiferente a ningún lector. Ahora que se conmemora el centenario del inicio de la Gran Guerra, y se editan y reeditan tantos libros relativos a la contienda, no estará de más echar un vistazo a la otra cara de la moneda, a la difícil postguerra de los niños y las mujeres. Porque la historia de Élisa -o de Vanvan– se inicia en el otoño de 1920, en una Francia rural donde todavía permanecen abiertas todas las heridas…
El protagonista de Élisa es un niño de cinco años, Ivan (Vanvan). Carente de una figura masculina protectora, Vanvan vive rodeado de mujeres mayores: su madre, la criada, la abuela y la vieja Cucú, todas golpeadas de alguna manera por la guerra o el desamor. Los pocos niños que conoce -incluido su hermano- son mayores y lo miran con desprecio o condescendencia. Su nombre original, Jacques, le ha sido cambiado por el de Ivan, como homenaje al padre muerto en la guerra, al que no llegó a conocer por cuestión de días. Un hecho simbólicamente significativo, que no deja de angustiar al niño, al situarlo en un difícil nudo de obligaciones e identidades. Este ambiente asfixiante se verá sacudido por la aparición de Élisa, una joven de 18 años que llega a la casa para trabajar como criada. Vanvan quedará fascinado. Aunque Élisa no escapa por completo de la miseria del entorno (su padre regresa cada noche alcoholizado a la casa), su vitalidad adolescente la protege como un escudo. Élisa deslumbrará a Vanvan por su carácter ambivalente de niña y de mujer, de compañera de juegos y de joven madre, único capaz de emanciparlo de ese medio familiar arrasado por la muerte del padre y los estragos de la guerra. Élisa, que es capaz de jugar corriendo entre las camas y prefiere abandonar la carretera para caminar junto al arroyo, ofrece un cruel contraste con esa madre petrificada por el recuerdo del marido muerto, prematuramente envejecida y cargada ya de dolores, de apenas 38 años, que duerme con la mesita de noche abarrotada de medicinas y calmantes. En este medio tan deprimente Élisa brilla sin competencia, y en modo alguno necesita ser idealizada. Porque lo que aquí verdaderamente cuenta es la desbocada pasión del niño, su acuciante «sed» de una figura materna rejuvenecida… Y también, cómo no, el sentimiento del anciano, que reinterpreta los hechos desde la lejanía del tiempo y la melancolía que presupone todo lo que perdemos. En cualquier caso, descubriremos con satisfacción que la fascinación inconsciente -y ciertamente egoísta- del niño se ha transmutado, con los años, en algo más valioso.
Reseña de Manuel Fernández Labrada