Los oasis de Egipto, de Jordi Esteva

Los oasis de EgiptoLos oasis de Egipto es un emocionante libro de imágenes, un apasionante viaje a los remotos oasis de Siwa, Bahariya, Farafra, Dahla y Jarga, diseminados, como una media luna, a lo largo del desierto líbico oriental. Su autor, Jordi Esteva, es un reconocido escritor catalán, fotógrafo y cineasta. Viaje al país de las almas (Pre-Textos, 1999), Los árabes del mar (Península, 2009), Socotra, la isla de los genios (Atalanta, 2011) y Socotra (libro de fotografías, ibid, 2016) son algunos de sus libros más destacados, testimonios reveladores de su espíritu viajero y rendida afición a los escenarios orientales y africanos. Su trabajo fotográfico en los oasis de Egipto, país en el que residió durante cinco años, es un relato de primer orden acerca de un modo de vida milenario en trance de extinción. Sus fotos no son, desde luego, producto de la casualidad ni de la apresurada curiosidad del turista. Tampoco del afán documentalista del que recoge lo que todavía no comprende para estudiarlo después. Son el fruto de un conocimiento directo y profundo, de una íntima y demorada convivencia con el mundo que retratan. Solo así la fotografía es capaz de romper el duro cascarón de lo anecdótico y superficial para alcanzar el significado más profundo de las cosas, desvelando, sin necesidad de palabras, las íntimas relaciones que unen a los hombres con su medio y entre sí.

Publicado hace ya más de dos décadas por la editorial Lunwerg en una edición que se agotó con rapidez, Los oasis de Egipto vuelve ahora oportunamente a las librerías, cuando el mundo vislumbrado en sus páginas ha desaparecido bajo la corrosiva acción de un desarrollismo destructor, y su valor testimonial y de denuncia cobra, si cabe, una mayor actualidad. Es la editorial hispano-mexicana RM quien nos ofrece la oportunidad de volver a disfrutar de estas bellas y valiosas fotografías (y de algunas otras que permanecían inéditas), en una exquisita edición cuyo nuevo formato respeta mejor, a mi manera de ver, la integridad de las imágenes. El libro, que se presenta en edición bilingüe, traducido también al inglés, cuenta con dos textos preliminares del autor, breves pero de gran encanto y agudeza, actualizados para la nueva edición. En el primero de ellos, se nos revelan tanto las circunstancias y límites del trabajo como las intensas vivencias experimentadas por el autor durante su gestación. El segundo texto, algo más extenso, resume los aspectos más relevantes de los oasis fotografiados: su historia humana y natural, el carácter de sus gentes, sus mitos y leyendas, su fauna y climatología… así hasta su más reciente destrucción:

Las culturas del desierto, preservadas durante siglos, se están diluyendo en la uniformidad, como la ciudadela de Siwa bajo la lluvia.

Las fotos del libro ofrecen al lector tres niveles de apreciación. En primer lugar, el que depende de su acentuado valor estético, del acierto de su composición, del equilibrio de los tonos, de la vivacidad de las escenas representadas: el interés de los rostros humanos retratados, el ritmo de los grupos que componen, el encuadre de paisajes y ruinas… La maestría artística del fotógrafo brilla en cada detalle. En segundo lugar, la que atañe a su valor antropológico y cultural. El concienzudo trabajo del fotógrafo documenta para la posteridad los aspectos más genuinos de la vida en el oasis: vivienda y urbanismo, usos agrícolas, relaciones sociales, vestuario y enseres domésticos, animales, entretenimientos y fiestas, herramientas, pequeñas industrias artesanales… Un tercer valor, quizás el más trascendente, es el que deriva de su confrontación con el formato de vida que soportamos actualmente en las sociedades avanzadas, saturado de ruidos, objetos innecesarios y residuos. Si algo confirman estas imágenes de hombres sonrientes, reunidos alrededor de un sencillo servicio de té, tocando unos rudimentarios instrumentos musicales, bailando en una boda o refrescándose en un estanque, es que resulta posible vivir con menos cosas y en mayor armonía con el entorno. Esos callejones vacíos y tranquilos, donde el tiempo parece gozar de una densidad especial, esos hogares acogedores pero casi desprovistos de objetos, los pequeños y humildes animales domésticos que siguen dócilmente a sus amos en las tareas cotidianas son revelaciones elocuentes para el que sabe mirar al fondo. No debemos, desde luego, idealizar en exceso este tipo de vida. Aunque pueda servirnos para mirarnos en ella, sería un grave error pretender emularla. La lección que brindan los oráculos siempre es indirecta. El autor ya nos lo ha advertido:

Las costumbres han cambiado. Los bellísimos oasis ya no son la Arcadia que recoge esta colección de fotografías, aunque seguramente tampoco lo fueran entonces.

Según leemos en la Anábasis de Arriano, mientras se levantaba la ciudad de Alejandría en el delta del Nilo, su fundador, Alejandro Magno, se embarcaba en una arriesgada aventura: la de atravesar el desierto líbico para consultar al famoso oráculo de Amón en el oasis de Siwa. Emulaba así el ejemplo de los héroes míticos Perseo y Heracles, de quienes presumía descender y que también lo habían visitado. Aunque no se ha transmitido nada de lo que allí escuchó (salvo que salió satisfecho y, al parecer, confirmado en su filiación divina), nos queda la poderosa imagen del caudillo macedonio venciendo mil dificultades y peligros con el único fin de alcanzar un pequeño templo perdido en un inmenso océano de arena. Transcurridos más de dos mil años desde aquella caprichosa gesta, nos asombra constatar que estos remotos oasis egipcios retratados por Jordi Esteva en su libro todavía nos ofrecen respuestas de valor actual, de mayor calado, desde luego, que las relativas a la fundación de un imperio. Todo es cuestión de saber preguntar. También nosotros, en nuestro desarrollado mundo occidental, vivimos en una especie de oasis: una fortaleza de bienestar material cercada por un desierto creciente de miseria, injusticia y destrucción medioambiental. Nos sobran demasiadas cosas y nos faltan algunas de las más esenciales. Quizás porque, paradójicamente, habitamos un oasis que tiene un desierto como corazón.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«Durante dos años recorrí el desierto líbico. No me interesaba captar las dunas ni los espejismos, tampoco los templos faraónicos derruidos en parajes que habían hecho la delicia de los viajeros románticos. Quería capturar un microcosmos cerrado en el paisaje infinito. Presentaría a los uahatíes, los habitantes de los oasis, en actitudes cotidianas y trabajos sencillos. Me impuse dos reglas: en ningún momento fotografiaría si no me hallaba involucrado directamente en la escena, y solo lo haría cuando estuviera sucediendo realmente ‹algo›. Mi actitud era la del cazador paciente. Buscaba la hora, perseguía las sombras y esperaba el momento. Quería atrapar el espíritu del lugar».

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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