Sendas de Oku (Oku-No-Hosomichi) es el quinto y último diario de viaje del famoso poeta japonés Matsúo Basho (1644-1694). Con cuarenta y cinco años de edad, y acompañado de su discípulo Sora, este maestro del haikú inició un esforzado periplo a pie desde Edo (Tokio) hasta Ogaki, recorriendo algunos de los parajes más bellos y salvajes del Japón septentrional: el paso de Shirakawa, la bahía de Matsushima, Kisagata… Una peregrinación abierta dichosamente a lo inesperado, pero también sólidamente anclada en el conocimiento de los lugares visitados, incluidos los poemas de anteriores viajeros, poetas seducidos como él por la belleza de un mundo que sólo se descubre al caminante. Castillos y monasterios, reliquias y vetustas tradiciones, monjes y cortesanas, bosques y árboles venerables, curiosidades naturales, cascadas, ríos, islas, montañas… Nada le resulta indiferente al poeta, que muestra una profunda maestría para apurar y trascender la esencia estética y humana de todo lo que le sale al paso.
Sendas de Oku, como muestra eminente de la forma haibun, que combina prosa y haikús, tiene mucho de viaje literario. Aparte de la apacible prosa que va tejiendo el hilo de su peregrinaje, los poemas germinan casi en cada página. El poeta los evoca o los crea al compás de los sentimientos que le induce su rodar de vagabundo. Ha sido preciso recorrer muchos caminos para componer, o simplemente comprender, un solo verso. Basho escribe poemas que deja prendidos en las puertas de los templos, o los recibe como obsequio de sus huéspedes y conocidos; tampoco desdeña componer colectivamente, o reseñar algún haikú de su discípulo Sora… En apenas diecisiete sílabas, el haikú sintetiza la revelación estética de un paisaje, de una historia. Su brevedad e intensidad es como la del relámpago que ilumina súbitamente un paisaje en mitad de la noche. En Echizen, embelesado por la contemplación nocturna de la bahía de Yoshizaki y los pinos de Shiogoshi, Basho rememora un poema de Saigyo, renunciando luego a su propia descripción: «Si añado algo más, sería como añadir otro dedo a la mano.» Pero Sendas de Oku es también una lección de filosofía, de paciencia y de amable disposición. Aunque el poeta se encuentre en ocasiones enfermo o cansado, o se tenga que hospedar en modestos albergues infestados de pulgas y con goteras, su ánimo se mantiene imperturbable: «mi estado me desasosegaba, aunque el andar de peregrino por lugares perdidos, me decía, es como haber dejado ya el mundo y resignarse a su impermanencia: si muero en el camino, será por voluntad del cielo. Estos pensamientos me dieron ánimo».
Esta exquisita edición de Sendas de Oku, que nos ofrece Atalanta, reproduce la legendaria traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya (primera versión a una lengua occidental en 1957, revisada posteriormente), así como el texto japonés original, bellamente caligrafiado por Yosa Buson (1716-1783). Atender a un completo aparato de notas explicativas, emplazadas tras el texto, será el peaje inevitable que deberemos pagar -al menos en una primera lectura- para acompañar a Basho en su singladura de parajes exóticos, antiguas historias y haikús apenas insinuados. Un índice onomástico y un mapa de los lugares recorridos por el poeta guiarán también nuestro caminar de neófitos. Completan el volumen diversos textos de Octavio Paz sobre la tradición del haikú y sobre la vida y poesía de Basho y de Yosa Bruson.
Reseña de Manuel Fernández Labrada
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