La Luna: símbolo de transformación, de Jules Cashford

No deja de ser curioso que un objeto tan alejado de nosotros como la Luna, que ocupa en la bóveda celeste una porción tan insignificante (30′ de arco, según la jerga de los astrónomos), haya influido de manera tan intensa y reiterada en el pensamiento de la Humanidad. Durante incontables generaciones, los hombres han levantado los ojos hacia el astro de la noche buscando respuestas, proyectando sobre su enigmática y cambiante faz sus anhelos y temores, colmándola de significados trascendentes. Se ha generado así una complejísima mitología, de alcance universal, que los hombres modernos hemos olvidado casi por completo, reduciéndola, en el mejor de los casos, a un puñado de imágenes retóricas o triviales que difícilmente explican esa fascinación profunda y genuina que aún nos produce la contemplación del astro nocturno. No cabe duda de que, en el fondo de nuestra adormecida sensibilidad contemporánea (cada vez más apartada de los relojes naturales y sometida al imperio de la tecnología) todavía resiste, casi borrada, una huella de su antigua relevancia.

El libro de Jules Cashford, La Luna: símbolo de transformación, nos va a ayudar a recuperar esos mitos lunares olvidados: un acervo de creencias que, como la propia Luna, han atravesado diferentes fases, pero casi todas decrecientes, y cuyo eclipse definitivo ha coincidido con los albores del mundo moderno, que terminó por relegarlas al terreno de la fantasía y lo prescindible. No obstante, sin la Luna bogando por el firmamento, la Humanidad hubiera sido otra muy diferente. Ya nos advirtió Jung que los mitos estructuran nuestro pensamiento, incluso en un nivel inconsciente, y la Luna es elemento nuclear en todas las mitologías. Así lo vamos a descubrir en esta ambiciosa «selenografía simbólica»: un viaje a las mismas fuentes del pensamiento humano, una lección magistral de mitología comparada impartida por la gran especialista británica, autora de otros importantes estudios, también traducidos a nuestra lengua, como El mito de la Diosa (junto con Anne Baring; Siruela, 2014) o El mito de Osiris (Atalanta, 2010). Para armar este poderoso tratado de mitología lunar, Cashford ha escrutado los mitos fundacionales de las grandes culturas antiguas, las leyendas folclóricas de numerosos pueblos de todo el mundo, los monumentos literarios y filosóficos más diversos… En su amplísima documentación no falta el desciframiento simbólico de muchas reliquias prehistóricas y folclóricas relacionadas con el mundo lunar, ni de cualquier otra manifestación artística que pueda servir a sus propósitos: dibujos, relieves, esculturas, pinturas, vidrieras, cerámicas… Todo sometido a un análisis de extremada sutileza y encajado armónicamente en el conjunto. Otro elemento destacable en el estudio de Cashford es una minuciosa indagación etimológica y semántica de las palabras relacionadas con la Luna, un análisis que se extiende a una asombrosa diversidad de lenguas, antiguas y modernas. La autora, como no podría de otra manera en un trabajo de estas características, cuenta con el apoyo teórico de los más destacados humanistas de nuestro tiempo: mitólogos, folcloristas, psicólogos, filósofos, antropólogos… (algunos nombres, como Kerényi, Tarnas, Campbell o Barfield, recurrentes en el libro, resultarán familiares a los lectores de Atalanta). Una obra, pues, de importancia capital, esmeradamente traducida por Francisco López Martín, que Atalanta nos acerca primorosamente editada, exquisita en su forma, poniendo en valor otro de los grandes atractivos del libro: la riqueza de sus ilustraciones; nada gratuitas, nada comunes, cuidadosamente escogidas. Solo la observación de las fuentes iconográficas reproducidas y la lectura de los abundantes textos citados por la autora —algunos completos, otros extractados— constituyen de por sí un gozoso entretenimiento para el lector.

Jules Cashford ha dispuesto este ingente ejercicio de saber mitológico en catorce densos apartados; no compartimentados, sino cíclicos, interrelacionados, tan dinámicos en la constitución de un todo coherente como esos 14 días que median, en el ciclo lunar, entre la luna nueva y el plenilunio. Los dos primeros capítulos («La Luna y los ritmos de la vida», «La Luna y el tiempo») se centran en la función estructuradora que la observación de la Luna proyectó sobre la dimensión temporal del pensamiento humano primitivo. La Luna, con sus fases regulares, no solo facilitó la medida de unidades superiores al día, sino que la repetición de su ciclo de 28 días (mes lunar) fue pronto leída como símbolo del binomio muerte-resurrección, destino del hombre y de toda la naturaleza animada. Independientemente de estos valores trascendentes, la Luna fue también el primer cronómetro de la Humanidad, como lo manifiestan los numerosos monumentos megalíticos destinados a seguir sus complejos movimientos celestes, y gracias a los cuales se constituyeron los primeros calendarios lunares, donde cada día se cargaba de un significado propio. En «La Luna y las aguas» se rastrean los mitos que señalan en nuestro satélite la procedencia de todas las aguas que bañan la Tierra, así como su influencia en las mareas y en los fenómenos meteorológicos. La Luna se hace presente también en las bebidas o alimentos sagrados de diferentes culturas: soma, haoma, maná, hidromiel o ambrosía. En el capítulo siguiente, «La Luna y la gran red de la vida», se recogen algunas de las principales epifanías o manifestaciones de la Luna en los seres animados. Así como la serpiente muda su piel y se remoza, a semejanza de la luna nueva, otros animales, en función de su apariencia o hábitos parangonables, se cargaron de simbología lunar: la vaca y el toro, la rana y el sapo, el lobo y el perro, el gato, la araña… En «La Luna y la mente» Cashford desarrolla una interesante numerología mítica, basada en la observación de la Luna: el número 2, como binomio de lo luminoso frente a los oscuro; el 3, como representación de las sucesivas fases de plenitud, mengua y crecimiento; el 13, como la suma de meses lunares comprendidos en el ciclo anual… En «La Luna y el Sol» se estudian las complejas relaciones míticas entre los dos astros, así como su género en las diferentes culturas y etapas de la Humanidad. La progresiva «solarización» de la Luna, es decir, la preeminencia del astro diurno sobre el nocturno —con la consiguiente traslación de roles simbólicos— ha jugado, al parecer, un papel decisivo en nuestra moderna concepción del mundo: lo que Owen Barfield describió como el abandono de la «participación original» en la naturaleza. En «La cara de la Luna», se hace un ameno repaso de las imágenes entrevistas por las diferentes culturas en la superficie de la Luna, donde los valores acuáticos y las epifanías animales ya descritas tienen una presencia muy significativa. En otros dos capítulos («La Luna y la fertilidad», «La Luna y las plantas») se aborda la influencia lunar sobre la fecundidad y el crecimiento, que en el caso del hombre se fundamentaría probablemente en la coincidencia entre el ciclo menstrual y el lunar. El valor fecundante de la Luna se extendió también sobre los animales salvajes, lo que quedaba simbolizado en las divinidades lunares cazadoras como Ártemis o Diana, y sobre el crecimiento de las propias plantas, una creencia todavía generalizada y a la que algunos estudios y experimentos recientes han querido dar una validez científica. En «La luna y el destino», Cashford subraya cómo las tres fases lunares de crecimiento, plenitud y mengua se corresponden con la propia condición humana, y hallan su reflejo simbólico en la triada de diosas tejedoras que regulan su existencia: Moiras, Parcas, Matronas y Nornas germánicas; pero también, en la Virgen María. La concepción de la Luna como gran araña tejedora de la existencia se proyecta igualmente, según la autora, en las hilanderas de los cuentos populares, en el velo de Māyā o en la propia Rueda de la Fortuna.

Los cuatro últimos capítulos del libro conforman una especie de coda, ahondando por separado en el significado de cada una las fases lunares, completando algunos aspectos no recogidos con anterioridad: la luna como musa o inductora de la locura, sus relaciones con la magia, la alquimia o la muerte, los eclipses, la luna como morada de las almas… Finalmente, en «La luna nueva: el renacimiento», Jules Cashford se pregunta cuál es la gran expectativa de nuestro tiempo, cuál el gran cambio que estamos llamados a protagonizar. ¿Retornaremos a una comunión con el mundo similar a la que presidía la etapa lunar? ¿Superaremos los viejos paradigmas que aprisionan nuestro pensamiento para restituirnos en la unidad perdida; de una manera imaginativa y consciente, no instintiva, como corresponde a nuestra propia época y evolución? ¿Lograremos algún día vencer nuestras contradicciones y ocupar un lugar confortable y responsable en el universo?

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«En resumen, la solarización parece constar generalmente de cuatro etapas: en primer lugar, el descubrimiento de la agricultura, que convierte al Sol en el hacedor de alimento y en registro de las estaciones, tanto como la Luna; en segundo lugar, la subordinación de las culturas matriarcales centradas en diosas a las tribus patriarcales, que se fijaban en los esquemas impersonales e inmutables de los cielos para crear su modelo e ideal; en tercer lugar, el desarrollo de la ciencia, que descubrió que la luz de la Luna era luz solar reflejada; y en cuarto y último lugar, el advenimiento del cristianismo, con su Dios trascendente y su ‹hijo unigénito› simbolizado por el Sol.» (traducción de Francisco López Martín)

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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2 respuestas a La Luna: símbolo de transformación, de Jules Cashford

  1. Squirrel Ardilla dijo:

    El libro parece apasionante para lectores que somos un poco «lunáticos». Te agradezco mucho esta referencia.

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