Sobre el dragón del abismo, de Izumi Kyōka

El japonés Izumi Kyōka (1863-1939) fue un escritor a contracorriente, romántico y fantástico en una época naturalista, lo que no le impidió alcanzar una amplia aceptación ni recibir elogiosas valoraciones de escritores como Mishima o Kawabata, que reconocieron su magisterio. Ediciones Satori, que lo dio a conocer en nuestro país publicando El santo del monte Kōya, nos obsequia ahora con una nueva selección de relatos, Sobre el dragón del abismo, un conjunto de cuatro cuentos fantásticos y terroríficos, escritos entre 1896 y 1926, representativos de las distintas fases de su evolución estética. Los textos vienen acompañados de un excelente prólogo del traductor, Alejandro Morales Rama, donde se nos proporcionan las claves necesarias para comprender en profundidad el significado y alcance de los diferentes relatos, tanto en el contexto personal y literario del autor como en su complejo trasfondo cultural. Vaya por delante, sin embargo, que los textos gozan de la autonomía suficiente como para imponerse y deleitar por sí solos al lector más desprevenido. Cierra el volumen un útil glosario de términos japoneses.

El primer relato, «Sobre el dragón del abismo» (1896), narra las tribulaciones fantásticas de un niño perdido en el bosque. La picadura de un extraño y vistoso insecto multicolor (un escarabajo tigre) actúa sobre Chisato como un potente catalizador, trasladándolo a una dimensión fantástica paralela plagada de yōkai. En este mundo incierto y peligroso, una mujer alta y bella -una especie de divinidad- lo acoge en su seno y lo conduce a su morada, cumpliendo sus fantasías de niño sin madre. Esta figura femenina materna (elemento recurrente en la obra de Izumi Kyōka) tiene su correlato real en la hermana de Chisato -temida y adorada a la par-, cuya presencia no deja de manifestarse ni siquiera durante el desarrollo de la peripecia fantástica. La vuelta a la normalidad de Chisato vendrá acompañada de la ineludible convalecencia, de su exposición a un exorcismo budista que concitará una tormenta con efectos devastadores sobre la naturaleza y el paisaje circundantes. El segundo relato, «El pájaro misterioso» (1897), tiene también como narrador y protagonista a un niño imaginativo, que vive con su madre en una diminuta garita emplazada sobre un puente. Esta reducida familia de marginados, que sobrevive cobrando peaje a los transeúntes, sobrelleva la dureza del trato con sus semejantes gracias a una original ocurrencia de la madre, que consiste en restar importancia a las actitudes humanas identificándolas con las de los animales. Como consecuencia de esta enseñanza, el niño expondrá ante su escéptica maestra una deliciosa serie de argumentos y observaciones tendentes a demostrarle que los humanos no son superiores en nada a los animales. Y es que bajo la atenta y creativa mirada del niño los adultos manifiestan su esencia más mezquina y ridícula, como sucede con ese presuntuoso jurista que no desea pagar el peaje, o con el viejo decrépito que captura arteramente con una liga a un delicado pajarillo que pía despreocupadamente sobre la rama de un árbol. Como en el relato anterior, cobra importancia extrema la figura materna, que emprende su vuelo fantástico con esa misteriosa mujer alada que, según la madre, lo salvó en cierta ocasión de ahogarse en el río. También aquí la entidad femenina se enriquece desdoblándose en dos horizontes, el real y el imaginado. El siguiente relato, «Historia de los tres ciegos» (1912), supone un notable cambio de registro. Ahora nos enfrentamos a una historia de adultos, terrorífica y siniestra, marcada por un tono ominoso y el descarnado desarrollo de los acontecimientos. El protagonista es un enamorado que acude a una cita nocturna con una mujer. Al ascender por una empinada callejuela de arrabal, rodeada de precipicios y aislada por una espesa niebla, se topa con tres miserables ciegos ambulantes, masajistas de profesión, que le advierten del peligro de pasar junto al yōkai «devorador de sombras» que acecha bajo la quinta farola. En este escenario de pesadilla, morosamente descrito por el narrador, se rememora una historia de amor preñada de horrores, superstición y miseria. «El fantasma que esconde sus cejas» (1926) es una elaborada historia de aparecidos, ambientada en un albergue tradicional de montaña. El gozoso descanso del viajero, las corteses atenciones que recibe, los platos suculentos que degusta… crean una inicial atmósfera de bienestar que se verá pronto alterada por la aparición de manifestaciones sutiles de orden sobrenatural…

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«Aunque cazó el gorrión triguero con mucha astucia, el pajarito gorjeaba, estaba diciendo algo. Mientras que el viejo allí, callado, era incapaz de decir nada ni siquiera a mí, que estaba a su lado mirando. Si los comparamos, no sabría decir cuál de los dos es superior.» (traducción de Alejandro Morales Rama)

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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