Pasión de las santas Perpetua y Felicidad

Passio Perpetuae et Felicitatis es un breve texto latino del siglo III, presumiblemente escrito o compilado por Tertuliano (c. 160-220), que narra el martirio sufrido por un grupo de cristianos en abril de 203 en el anfiteatro de Cartago. La política continuista de Septimio Severo en la persecución de credos considerados nocivos para el Estado, así como el celo local de las autoridades africanas en fechas especialmente sensibles (natalicio de Geta, boda de Caracalla, etc.), explicarían este rebrote de intolerancia religiosa en un rincón del imperio que era solar natal de la dinastía reinante. Como era habitual, a los mártires se les imputa su conversión al cristianismo y su negativa a ofrecer sacrificios por la salud de los príncipes. El castigo que se les aplicará en consecuencia, para diversión del pueblo, será su sacrificio ad bestias en el circo (una prueba de la que veremos salir indemnes a la mayoría, pero que se verá culminada brutalmente por la espada del gladiador). El interés histórico de este texto se incrementa mucho por incluir un testimonio en primera persona de su principal protagonista, Vibia Perpetua, una joven perteneciente a la nobleza cartaginesa y madre de un niño de pocos meses. Passio Perpetuae et Felicitatis nos ofrece, pues, no solo una rara muestra de literatura femenina latina, sino también un valioso testimonio del sacrificio de cristianos en el circo romano, un fenómeno popular y mediático como pocos, frecuentemente falseado o trivializado. La traducción de Alejandra de Riquer, que nos brinda Acantilado, se completa con una interesante y necesaria introducción de Armand Puig.

Perpetua destaca por su orgullo y entereza, producto de su gozosa identificación con la condición de mártir, pero también de su mayor instrucción y conciencia de clase, que le permite erigirse en líder del grupo: se encara con el tribuno de la cárcel, exigiéndole un trato más humano, y se opone a que las vistan de sacerdotisas de Ceres en su enfrentamiento con las fieras. En una dimensión más privada, Perpetua muestra también una gran firmeza ante los ruegos, llantos y amenazas de su padre, que no duda en «chantajearla» emocionalmente con el hijo lactante en su deseo de verla abandonar una posición tan vergonzosa para la familia. Pero las mayores muestras de coraje las ofrece Perpetua en el desarrollo mismo del suplicio, al arreglarse el cabello tras la embestida de la vaca, o cuando ofrece su cuello al bisoño gladiador que no acierta a darle la puntilla. La otra mártir, la esclava Felicitas, muestra un relieve mucho menor en el texto, aunque su figura de madre embarazada de ocho meses no deja de añadir un hondo dramatismo a su sacrificio. Su parto prematuro dos días antes de los juegos es mostrado como una concesión del Cielo a su deseo de no verse separada de sus compañeros de martirio (el derecho romano prohibía el ajusticiamiento de embarazadas). Sobra decir que en el bando pagano los personajes están muy desdibujados: Hilariano, el procurador de Cartago, que suple al procónsul recién fallecido, el padre de Perpetua, el suboficinal de la prisión Pudente (que terminará convertido por ejemplo de los mártires), y ese populacho inconsecuente que se escandaliza porque pretenden exhibir desnudas a las mártires, pero que exige que sean apuntilladas en el centro del anfiteatro para regodearse mejor con su agonía. Y es que la acción de las fieras no ha debido ser lo suficientemente «inhumana» para su gusto: un oso que no se ha atrevido a salir de su jaula, un jabalí que ha herido «equivocadamente» al gladiador, una vaca que ha derribado con escaso daño a Perpetua… Las peores fieras estaban en las gradas.

Aparte del carácter testimonial del opúsculo, ofrecen gran interés alegórico las cuatro visiones que experimentan dos de las víctimas en los días anteriores a su sacrificio. En la primera de ellas, Perpetua sueña con una estrecha escalera de bronce que asciende al Cielo, flanqueada por todo tipo de armas blancas y custodiada por una serpiente a la que logra pisar la cabeza, confirmación de su inminente martirio. La segunda visión de Perpetua la protagoniza su hermano Dinócrates, muerto a los siete años de edad por una úlcera en la cara. En un primer sueño, el niño se le aparece sufriendo sed junto a una alberca de agua purísima que no puede alcanzar. La conclusión de la visión, que se le presenta días después tras sufrir la tortura del cepo, le muestra a Dinócrates ya curado de su llaga y bebiendo agua en una copa de oro. Su tercera visión la constituye el combate con un egipcio, símbolo diabólico equivalente a la serpiente, y al que también vence poniéndole el pie en el cuello (es significativo que para librar este combate Perpetua se vea metamorfoseada en hombre y ungida con aceite, como un gladiador). Estas tres visiones de la protagonista, que no son sino un anuncio de su triunfo sobre el demonio, se complementan con la del catequista Sáturo, en la que los mártires son conducidos en volandas al Paraíso por cuatro ángeles.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«Para las muchachas, el diablo preparó una vaca de las más salvajes -algo fuera de lo habitual-, a fin de equiparar el sexo de ellas con el de la fiera. Así, pues, las hicieron salir sin sus ropas y cubiertas sólo con unas redes. El público se horrorizó al darse cuenta de que una era una joven delicada [Perpetua] y de que la otra [Felicidad], cuyos pechos destilaban todavía leche, acababa de dar a luz. Entonces se las llevaron y las hicieron salir vestidas con unas túnicas sueltas. Perpetua fue la primera en ser embestida y cayó de espaldas. Cuando se sentó, agarró la túnica, que se la había desgarrado por un lado, para taparse el muslo, más preocupada por el pudor que por el dolor. Después, buscó su aguja y se recogió el cabello, que se le había soltado; era impropio de una mártir afrontar el sufrimiento con el cabello suelto, no fuera que pareciera que, en su momento de gloria, estaba de duelo.» (traducción de Alejandra de Riquer)

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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