El palacio de las moscas, de Walter Kappacher

El palacio de las moscas (Der Fliegenpalast, 2009), del escritor austríaco Walter Kappacher (1938), tiene como protagonista al escritor, también austríaco, Hugo von Hofmannsthal (1874-1929), autor de la famosa Carta de Lord Chandos y mundialmente conocido por  sus colaboraciones literarias con el compositor Richard Strauss, para el que escribió los libretos de algunas de sus más relevantes óperas, como  Elektra o El caballero de la rosa, entre otras. En El palacio de las moscas se nos ofrece una instantánea del escritor, en un momento crepuscular de su vida (1924), durante una corta estancia en el balneario salzburgués de Bad Fusch, en un país que aún no se ha recuperado del gran trauma de la guerra y está sumido en una profunda crisis económica y social.

Alejándose de su familia y de sus amigos más íntimos, Hofmannsthal se retira a un modesto hotel de Bad Fusch para escribir, rodeado de unos bellos parajes de montaña que frecuentó durante su infancia y juventud. Un paisaje transformado con el paso del tiempo, que ahora apenas reconoce y que le vuelve melancólico, al contraponer inevitablemente los felices recuerdos del pasado con un presente solitario y problemático. Se nos ofrece la imagen de un hombre aislado, añorante de su círculo familiar y de sus mejores amigos, temeroso del futuro y no muy seguro de que sus dotes artísticas no se hayan gastado con el transcurrir de los años. Su único consuelo (pues la escritura se le revela casi imposible) parece residir en los recuerdos y en las cartas que recibe -y que escribe, en ocasiones- cada día en apretado montón. En este contexto tan poco estimulante, todas sus expectativas se verán puestas en su relación con un joven médico que le ha atendido casualmente en un desmayo que ha sufrido en la calle, el doctor Krakauer. Pero el doctor Krakauer está contratado como médico particular por la baronesa de Trattnig, una mujer celosa y autoritaria que lo tiene casi atrapado y con la que ha tenido un desencuentro nada más conocerla. Las amigables charlas, las confidencias mutuas entre los dos amigos, nos mostrarán nuevas facetas de la personalidad del artista.

El palacio de las moscas es un texto narrativo de una admirable belleza y solidez, casi desprovisto de acción externa, que por contra nos brinda una virtuosa inmersión en las vivencias íntimas del escritor: un espacio interior reconstruido con la maestría y el cuidado de un verdadero orfebre (y por qué no, de un erudito), donde cada dato, alusión, remembranza o anécdota (algunas son deliciosas, como las relativas a Rilke o a Robert Walser) ocupa su lugar en el discurso con una admirable naturalidad. Kappacher muestra un conocimiento profundo del entorno cultural de Hofmannsthal, de sus amistades (y enemistades), de sus relaciones con los más destacados intelectuales, músicos, artistas y personajes relevantes de su mundo, cuya aparición aparece sabiamente orquestada en un relato que no es en modo alguno lineal: Carl Jacob Burckhardt (su gran amigo), Rilke, Schnitzler, Walter Benjamin, o Max Reinhardt (con el que colaboró en la fundación del Festival de Salzburgo, que precisamente en ese año de 1924 no se pudo celebrar por la crisis), son sólo algunas de las numerosas figuras evocadas por Kappacher. Los amargos y culpables recuerdos de la Gran Guerra (y los indicios de una próxima confrontación), la devoción por Goethe y Calderón, o incluso el interés por escritores de una órbita diferente a la suya (como Henry James, Conrad o Stevenson) son otras tantas muestras de la profundidad del trabajo del novelista en su recreación del universo de Hofmannsthal. Una novela, en suma, de notable complejidad y atractivo.

Gracias a la editorial Pre-Textos podremos conocer a este interesante autor austríaco (poseedor de varios galardones importantes, como los premios Hermann Lenz o Georg Büchner), nunca vertido con anterioridad a nuestra lengua, y que ahora leeremos en la cuidada traducción al castellano de Richard Gross.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«…había huido, de forma completamente absurda, de Rilke, quien se había hospedado en el mismo establecimiento. Durante varios días intercambiaron notas para convenir un encuentro, que finalmente no se produjo porque no llegaron a ponerse de acuerdo sobre la hora. Una noche que salió de su habitación, y mientras la cerraba con llave, Rilke, acompañado de una dama espigada, venía a su encuentro desde el fondo del pasillo, y él se sobresaltó tanto que abrió de un tirón la puerta del servicio de planta, entró y permaneció varios minutos allí, en la oscuridad.» (Traducción de Richard Gross)

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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