Goethe se muere (Goethe schtirbt) recoge cuatro textos del escritor austriaco Thomas Bernhard (1931-1989), publicados por separado en los años 80, pero que su autor aspiraba a ver algún día reunidos en un solo volumen. Este deseo, transmitido a su editor Siegfried Unseld en 1985, se hizo finalmente realidad en 2010, cuando la editorial berlinesa Suhrkamp preparó la presente edición conjunta. La traducción al castellano de Miguel Sáenz, que nos ofrece Alianza Editorial, nos permitirá disfrutar de unos textos de gran atractivo y brevedad, muy afines en su forma e intención. La ironía y el desengaño, la desmitificación y la crítica más feroz conviven con una extrema lucidez y un cierto sentido del humor, bien amargo, señas de la identidad literaria de su autor.
El texto que da título al libro, «Goethe se muere«, es quizás el más denso y complejo de la colección: una visión delirante de las últimas horas del genio alemán, que en su lecho de muerte anhela caprichosamente una imposible visita de Wittgenstein (el autor del Tractatus), mientras a su alrededor se agitan grotescamente las sombras de sus adláteres más serviles: Eckermann, Riemer, Kräuter… Una visión paródica y enloquecida, desmitificadora por supuesto, del genio de Weimar, con su corte de incondicionales, obsesiones y víctimas (Schiller, Kleist…; pero también, ¡el teatro alemán!). «Soy el aniquilador de los alemanes», confiesa Goethe antes de morir, y quizás por eso mismo -como propone el narrador- sus últimas palabras no fueran las que recoge la tradición: «Mehr Licht!» («¡Más luz!»), sino «Mehr Nicht!» («¡Más nada!»). En «Reencuentro«, una entrevista casual con un amigo de la niñez desencadena en el narrador una visión retrospectiva -a modo de monólogo- de su infancia: una critica implacable del hogar familiar («la Casa de los Muertos»), que destruye con sus manías y obsesiones la naturalidad innata de los hijos. Lo que se narra como experiencia personal y compartida con el amigo, se pretende erigir en ley universal: «Los padres hacen hijos y pretenden por todos los medios aniquilarlos». Resulta patética (y bastante cómica en ocasiones) la imagen de esos padres que buscan infructuosamente la tranquilidad en lo más alto de las montañas -ellos mismos son la intranquilidad y el malestar personificados, que arrastran adonde van-, y culpan de mil maneras diferentes a sus hijos del fracaso. Relato con una estructura casi musical, donde los calcetines rojos y verdes son «leitmotiv» y símbolo de lo más ridículo y mezquino de la aspiración burguesa. Similar asunto encontramos en «Montaigne. Un relato«: el del daño infligido por los padres a los hijos y la dificultad de superarlo a pesar del transcurso de los años. Un libro del pensador francés y una torre oscura y con telarañas son el único refugio posible ante esos progenitores que, en la planta baja, se preguntan todavía si le ha pasado algo a su hijo de 42 años. La apelación a Montaigne, que en sus Essais nos habla del trato exquisito de su padre durante la infancia, y que defendió una educación no alienante, no deja de ser significativa. «Ardía. Relato de viaje para un amigo de otro tiempo» es un verdadero catálogo de las fobias de su autor, que guarda, sin embargo, los dardos más envenenados para sus compatriotas. Escrito bajo la forma de una carta, se propone narrar un sueño. El título del relato –Ardía– anticipa a las claras el contenido de esa pesadilla -más bien un deseo, casi una fantasía de pirómano-, que tiene como destinataria y víctima a la odiada patria del escritor.
Reseña de Manuel Fernández Labrada