Beethoven contado a través de sus contemporáneos, edición de O. G. Sonneck

9788491818526-beethoven-contado-a-traves-de-sus-contemporaneosHay figuras de la cultura y del arte que necesitan muy poco de centenarios y celebraciones para ocupar un lugar preeminente en el conocimiento y la apreciación universales. Tal es el caso, sin duda, de Beethoven (1770-1827), del que se cumple este año el 250 aniversario de su nacimiento. Necesaria o no, la efeméride ya comienza a dar sus frutos, y Alianza Editorial acaba de sacar a la luz un libro de gran interés y atractivo: Beethoven contado a través de sus contemporáneos (Beethoven: Impresions by his Contemporaries, New York, 1926). Su editor, O. G. Sonneck, pretendía no solo conmemorar el primer centenario de la muerte del músico alemán (1927), sino también complementar —con la recopilación de testimonios originales de sus contemporáneos— la colosal biografía de Beethoven escrita por Alexander W. Thayer (1817-1897), reeditada y traducida al inglés unos años antes (The Life of Ludwig van Beethoven, 1921), y de la que se manifestaba deudor. Aunque el libro de Sonneck no pretendía recoger todos los testimonios existentes acerca del compositor, nos legó una inteligente y amena selección, perfectamente válida hoy en día. Cada contribución viene antecedida de un breve texto explicativo, donde el editor nos presenta al autor del testimonio o comenta la procedencia de la fuente. Es cierto que el libro tiene ya muchos años, y que le falta quizás un aparato crítico que especifique mejor la filiación de algunos textos, y ponga en su sitio ciertas afirmaciones exageradas o muy dudosas (como la del supuesto encuentro de Beethoven con Mozart en 1787). En cualquier caso, nos hallamos ante un valioso conjunto de testimonios: un verdadero tesoro para todos los enamorados de la música de Beethoven, que disfrutarán a lo grande con este apasionante libro, que se puede leer como si fuera una novela. No deja de ser reconfortante que, transcurridos casi cien años, el libro pueda mantener intacto, o incluso acrecentado, su interés.

El libro de Sonneck recoge un amplio muestrario de testimonios sobre Beethoven, que se inicia con el de Gottfried Fischer (un panadero de Bonn que fue su vecino de niñez), y se cierra con el dramático dictamen del médico que lo asistió durante su enfermedad final, la crónica de su multitudinario sepelio y la emocionante oración final que le tributó Grillparzer. Entremedias, testimonios de amigos como Wegeler, profesores como Neefe o Schenk, pianistas como Moscheles, compositores como Spohr, Rossini, Weber o Liszt, editores como Schlesinger, discípulos como Czerny y Ries, cantantes como Röckel o la Schröder-Devrient, escritores como Goethe, Rellstab o Grillparzer… y así hasta completar casi medio centenar de informantes, la mayoría ilustres. No todos los que escriben sobre el compositor lo conocían de igual manera, por supuesto, ni sus testimonios tienen idéntica relevancia o merecen la misma credibilidad. Algunos relatos son evocaciones retrospectivas, probablemente embellecidas por el paso del tiempo y la figura cada vez más agigantada del maestro. Muchas noticias proceden de personas que apenas lo conocían: visitantes ocasionales atraídos por su fama, o que lo trataron por algún motivo coyuntural (como el tenor Joseph August Röckel, testigo de la dolorosa revisión de Fidelio en 1806). Otros, en cambio, lo frecuentaron asiduamente. Es el caso de Anton Schindler, secretario y mano derecha del compositor durante más de una década (1815-1826), autor de una importante biografía (Vida de Beethoven, 1840) de la que no podían faltar breves extractos en la recopilación de Sonneck. O también su alumno Ferdinand Ries, que aporta interesantes detalles acerca de la dedicatoria a Napoleón de la Sinfonía Heroica, o de su célebre première en la orquesta del príncipe Lobkowitz.

Muchos de los tópicos e ideas generales, más o menos fundadas, que aún corren sobre la personalidad del compositor arrancan de estas páginas, y así podemos hallarlas en casi todas las biografías consagradas al genio de Bonn (como en la de Jean y Brigitte Massin, por ejemplo, que recoge muchas opiniones de contemporáneos). La novedad es que, gracias al libro de Sonneck, podremos leerlas directamente de sus fuentes originales: el maltrato que sufrió Beethoven durante su infancia, las borracheras de su padre, los amores contrariados, sus ocasionales groserías y frecuente desaliño indumentario, los cambios continuos de domicilio y de personal de servicio, su físico poco agraciado, su orgullosa actitud ante los nobles (la joven pianista von Bernhard aseguraba haber visto a la condesa Thun arrodillada ante el compositor «rogándole que tocara algo»), sus virulentos desplantes a sus mecenas aristócratas (como esa huida en plena noche que narra Ignaz von Seyfried), su orgullo de artista (reflejado en la famosa anécdota de las quintas consecutivas «permitidas» por Beethoven), su pasión por la vida campestre y las excursiones, lo indescifrable de su caligrafía, los ataques de ira que le provocaban las erratas de sus partituras, las intrigas de sus hermanos, los quebraderos de cabeza a cuenta de su sobrino Karl (que, según los médicos, influyeron en su enfermedad final), su progresiva sordera… Conforme los años transcurren, todos los testimonios coinciden en señalar la dificultad que entrañaba acercarse a Beethoven, del que nos pintan la imagen patética de un hombre aislado del mundo por su sordera, condenado a valerse a todas horas de sus «cuadernos de conversación», malviviendo con escasos bienes materiales; aunque no por ello privado de súbitos arranques de cordialidad. Los numerosos curiosos que llegaban a Viena con la intención de conocerlo —en sus difíciles circunstancias personales— desataban lógicamente su ira, lo que contribuía a incrementar su fama de misántropo (así lo señala, por ejemplo, Cipriani Potter, ya en 1818). En línea con este temperamento desconfiado de sus últimos años destacan también sus negativas a tocar el piano delante de nadie, así como los trucos, no demasiado elegantes, que ideaban algunos de sus admiradores para lograr escucharlo (como lo cuenta Sir John Rusell en su relato de 1821).

Pero los textos recogidos por Sonneck van mucho más allá de la doliente y compleja humanidad del compositor. Hemos de recordar que una gran mayoría de los informantes son músicos: cantantes, instrumentistas, editores o compositores. Así, muchos testimonios coinciden en subrayar la originalidad de sus improvisaciones al piano; aunque también señalan, con el paso de los años y el avance de la sordera, una creciente falta de claridad. Los tempranos desencuentros de Beethoven con el contrapunto se manifiestan por vez primera en el testimonio de Johann Schenk (1792), el profesor que le corregía los ejercicios de contrapunto que debía presentar luego a su maestro Haydn. Un manido tópico, repetido hasta la saciedad, que se contradice con las magistrales muestras que da Beethoven, en muchas de sus obras, de su dominio del contrapunto y los fugados. Las preferencias musicales del compositor aparecen igualmente recogidas en algunos testimonios: Händel, en primerísimo lugar, y luego Bach, Cherubini, Mozart… Al lector actual seguramente le sorprenderán los reparos de Beethoven a las óperas más famosas de Mozart, o su preferencia por las sonatas de Clementi, por encima incluso de las del propio músico de Salzburgo. Algunos aspectos del método de composición de Beethoven figuran también en las observaciones de sus contemporáneos. Según nos informa Ludwig Rellstab (1825), Beethoven componía sobre todo por las mañanas; y de manera preferente durante el verano, en el campo, dejando para el invierno las labores de desarrollo y orquestación. Beethoven, además (si es cierto lo que asegura Edward Schulz en 1823), no escribe «una sola nota hasta que se ha formado el diseño de toda la pieza en la cabeza». Dentro de este apartado merece la pena recordar la famosa escena descrita por Schindler relativa a la composición de la Misa Solemnis, o la explicación dada por Beethoven de «cómo le vienen las ideas musicales», transmitida por el jovencísimo Louis Schlösser en 1823. También son interesantes, o cuando menos pintorescas, las descripciones de su particular manera de dirigir la orquesta (sobre todo cuando estaba ya casi sordo y confundía a los músicos), en las que coinciden muchos de sus contemporáneos, como la cantante Schröder-Devrient (1822), que no duda en comparar al maestro con un personaje de Hoffmann. Tampoco faltan testimonios relativos a la recepción de su obra. La novedad de su música despierta ya valoraciones contrarias en un fecha tan temprana como la de 1798 (Johann Wenzel Tomaschek). Las voces críticas se intensificarán con motivo de sus últimas obras, las más originales y revolucionarias, siempre bajo la sospecha de ser producto de la sordera: es el caso de la Novena Sinfonía (Spohr) o los últimos cuartetos (Rellstab). Finalmente, no faltan en la selección de Sonneck valiosos testimonios del ambiente musical de la época, atrozmente competitivo para los músicos, que se manifiesta, por ejemplo, en esos duelos pianísticos entre virtuosos, como los que recoge Czerny o Ignaz von Seyfried, y que le valieron a Beethoven la enemistad del famoso Steibelt.

Creo que muchos lectores terminarán el libro imbuídos de sentimientos contradictorios. Por un lado, verán enriquecida su visión del compositor. Por otro, se sentirán quizás un tanto apesadumbrados por las lamentables escenas que se acumulan en las últimas páginas: la completa sordera del músico, su soledad y abandono, la incomprensión que despiertan sus últimas creaciones, sus proyectos inacabados, la enfermedad final (con esa patética escena del retorno a Viena en una carreta abierta)… Es verdad que, sin todo ello, la figura de Beethoven sería otra muy distinta. Nos faltaría esa imagen del héroe que vence los mayores obstáculos, y que se ha hecho consustancial a nuestra concepción del artista genial. De la misma manera que la valentía de Aquiles venía contrastada por la vulnerabilidad de su talón (que él conocía), el talento de Beethoven se vio duramente puesto a prueba por su sordera: formidable obstáculo —insalvable para cualquier otro músico— que no le impidió culminar una carrera de artista que todavía estamos admirando. Porque, aun cuando su falta de oído explicara una parte importante de la originalidad y atrevimiento de sus últimas obras, no por ello dejaría de ofrecernos una valiosa lección. Entre tanta nota oscura nos quedaremos, pues, con las luminosas y proféticas palabras de Grillparzer que cierran el libro: «Así era, así murió y así vivirá hasta el fin de los tiempos».

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«Era tan sensible al tema de su incipiente sordera que había que tener mucho cuidado de no señalarle su deficiencia hablándole demasiado alto. Cuando no entendía algo, solía echarle la culpa a su despiste habitual, que sufría en grado sumo. Vivía gran parte de tiempo en el campo, donde yo solía ir a que me diera clase. A veces, por la mañana, a eso de las ocho, después de desayunar, me decía: «Demos primero un paseo». Nos poníamos en marcha, y algunos veces no regresábamos hasta las tres o las cuatro de la tarde, después de haber comido algo en algún pueblo. En una de estas excursiones, Beethoven me dio la primera muestra sorprendente de su creciente sordera, que Stephan von Breuning ya me había mencionado. Había llamado su atención sobre un pastor que estaba tocando francamente bien su flauta de madera de celinda en el bosque. Durante media hora entera, Beethoven no fue capaz de oír nada en absoluto, y aunque le aseguré repetidamente que yo tampoco oía nada (lo cual no era cierto), se quedó muy callado y taciturno» (testimonio de Ferdinand Ries, traducción de Ana Pérez Galván).

Ludwig van Beethoven - Portion of the Manuscript of Beethovens Sonata in A Opus 101 (pen ink) - (MeisterDrucke-41638)

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2 respuestas a Beethoven contado a través de sus contemporáneos, edición de O. G. Sonneck

  1. Libros de Cíbola dijo:

    Un título interesante para recordar en su aniversario al genio de Bonn. Saludos.

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