El norteamericano Ambrose Bierce (1842-1913) fue un escritor y periodista de fuerte temperamento (por decirlo suavemente), vida azarosa y aventurera, y que, según una noticia que parece leyenda, desapareció misteriosamente, a los setenta años de edad, tras pasar a Méjico para unirse a las tropas de Pancho Villa… Su juvenil participación en la Guerra de Secesión norteamericana se plasmó literariamente en una serie de relatos bélicos (integrados en la colección Tales of Soldiers and Civilians, 1891), donde no se escatima ningún detalle cruel o macabro a la hora de reflejar las atrocidades del campo de batalla. Algunas escenas, como las del ejército en retirada de «Chickamauga», no se borran fácilmente de la memoria. Fuera cual fuese la intención de su autor (que es difícil imaginar como un pacifista al uso), no es posible leer hoy en día estos «cuentos de soldados» sin considerarlos una durísima protesta antibélica.
Visiones de la noche, la antología que acaba de publicar la editorial Eneida en su colección «Confabulaciones» (traducida por María de Mulder Rougvie), reúne hasta dieciséis de sus más conocidos relatos de terror y fantasía (en este caso solo «de civiles», no de soldados). Como es habitual en Bierce, la mayor parte de estos cuentos parece encaminada a provocar el más intenso espanto en sus lectores, que se verán enfrentados con una espeluznante galería de crímenes («Una noche de verano«), aventuras macabras («El guardián del muerto«), encuentros fatales con animales salvajes («La ventana tapiada«, «Los ojos de la pantera«), o apariciones espectrales («La jarra de sirope«). Llama la atención en algunos relatos («La carretera de la luz de la luna«, «Un habitante de Carcosa«) que sean los propios espíritus los narradores, a través del testimonio de un médium: una perspectiva, desde el «más allá», sorprendente y poco habitual en la narrativa de fantasmas. Del escaso número de textos que se apartan del terror en estado puro, podemos señalar el que da título a la colección, «Visiones de la noche«, una elucubración sobre las posiblidades de utilizar los sueños como materia prima literaria. También en «Una tumba sin fondo» o «El viudo Turmore» los horrores del crimen se atenúan mucho por sus pinceladas de humor -negrísimo- y su lógica delirante. Pero al igual que Poe, Bierce pierde rápidamente interés cuando se embarca en el registro cómico, que no le cuadra en modo alguno. Finalmente, algunos relatos parecen poner el punto de mira en los seres más desfavorecidos de la sociedad («Un vagabundo infantil«, «El solicitante«), o incluso aproximarse a la ciencia ficción, como en «La partida de ajedrez» («Moxon’s Master»), historia de un autómata demasiado humano…
Uno de los mayores atractivos de los relatos de Bierce, a mi manera de ver, es su extremada sobriedad, su gran economía de medios a la hora de provocar el horror (quizás aprendida en su labor de periodista). Sirvan como ejemplo piezas tan magistrales como «Una noche de verano«, o «El desconocido» («The Stranger», no incluido en la presente antología). El final rápido, abrupto, e intensamente significativo confiere a sus cuentos una eficacia narrativa extraordinaria: solo en las últimas líneas nos topamos con la clave del relato, que, a la vez que da sentido a la historia, incrementa aún más si cabe su carácter horripilante.
Reseña de Manuel Fernández Labrada