Muchas veces un simple cambio de perspectiva nos permite descubrir detalles insospechados en algo que creíamos conocer bien. Adoptar la mirada ajena sobre cualquier asunto puede ser enriquecedor. Tal es el poder transformador de la literatura, que nos ayuda a contemplar el mundo desde un ángulo diferente. A este respecto, los Cuentos herejes de Ryunosuke Akutagawa (1892-1927) nos brindan la oportunidad de revisitar un conjunto de historias y creencias muy cercanas, pertenecientes a la religión católica, iluminadas por la mirada de un oriental. De parecida manera a como Lafcadio Hearn proyectó su visión europea sobre unas tradiciones y leyendas japonesas que llegó a conocer muy bien, Akutagawa hace lo propio con el acervo cristiano de diablos y divinidades, persecuciones, martirios y curaciones milagrosas. El contexto histórico de los relatos que integran el libro es el de las misiones en el Japón (ss. XVI y XVII). Un tema apasionante y casi novelesco que inspiró dos bellas narraciones del escritor japonés Shūsaku Endō: Silencio (1966) y El samurái (1980). En una fecha muy anterior nuestro dramaturgo Antonio Mira de Amescua había compuesto Los mártires del Japón (c. 1618). Era un momento en que la gesta evangelizadora gozaba de una gran actualidad. La presencia de misioneros europeos en aquellas lejanas tierras tocaba a su fin.
Cuentos herejes (Pre-Textos, 2025) está integrado por catorce relatos de diferente hechura estilística, unidos por el común denominador de evocar estampas cristianas en el Japón del siglo XVII. Algunos de estos cuentos tienen un componente folclórico bastante acusado. Otros son relatos edificantes, en ocasiones muy ingenuos, inspirados en las historias desarrolladas por los misioneros para difundir su credo entre gentes sencillas. Los hay también más literarios, brotados directamente de la pluma de Akutagawa. La ironía, cuando no la crítica, se insinúa con frecuencia entre sus páginas. Demonios y santos, conversos y paganos, milagros y martirios… Muchos interesantes detalles de esta aventura evangelizadora en tierras japonesas aparecen expuestos en el prólogo de la edición, escrito por el gran narrador venezolano (y experto en cultura japonesa) Ednodio Quintero, que traza una breve pero muy completa semblanza de Akutagawa, tanto de su atormentada vida como de su obra literaria, abierta a las influencias occidentales. También valora Quintero su interés por analizar la influencia cristiana en el contexto de la cultura japonesa, y que fue evolucionando con el paso del tiempo, como puede percibirse en el diferente talante de los relatos seleccionados, que figuran en el libro ordenados cronológicamente.
Frente a la legión de múltiples yōkai que pueblan el imaginario popular japonés, el diablo (diabo) cristiano sirve al mal con su sola persona y, en ocasiones, investido de un regusto folclórico que parece también importado. Es el caso de «El tabaco y el diablo», un relato etiológico que explica la llegada de la planta al Japón. Su poder adictivo y efectos nocivos sobre la salud no podían tener mejor explicación que su origen en un diablo extranjero. Por suerte los japoneses, al igual que los campesinos europeos, aprenderán pronto a engañarlo. El breve cuento titulado «El diablo», procedente de un «antiguo manuscrito» y narrado por el padre Organtino, cuenta el caso particular de un diablo ―quizás «enamorado»― que vacila entre seguir su naturaleza maléfica y corromper a la joven hija de una familia distinguida o cumplir su deseo personal de salvaguardar su pureza. Parecidos escrúpulos morales hallamos en «Lucifer», otro cuento inspirado en La destrucción de Dios (1620). Escrito por un apóstata, Fabián, no solo satiriza las creencias cristianas y se burla de la omnipotencia divina, sino que también da cuenta en sus páginas de una singular entrevista donde el ángel caído reivindica una vez más a los demonios cristianos, a los que define como seres conocedores de la verdad y no siempre perversos: «intentamos convencer a las personas para que se conviertan en seres malvados, y al mismo tiempo procuramos no hacerlo». Es decir, al igual que el Mefistófeles de Fausto, forman parte «de aquella fuerza fatal / que queriendo hacer el mal, / logra sólo hacer el bien».
Otro grupo importante de cuentos es el que relata historias de martirio. «Juliano Kichisuke» es la breve crónica, extraída de una fuente cristiana de la época, de la vida, proceso y ejecución en la cruz (con los consecuentes portentos naturales acompañantes) de un mártir muy joven e ingenuo. Para Akutagawa, Juliano «es el cándido e idiota sagrado que más admiro entre todos los mártires del Japón». Algunas de las historias recogidas en el libro proceden de una Legenda aurea compuesta por los jesuitas de Nagasaki, con fines proselitistas, en 1596 (y que nada tiene que ver con la de Santiago de la Vorágine). Entre estas historias de muertes horrendas destaca «El mártir», un extenso y muy elaborado relato que esconde una gran sorpresa en su desenlace. El heroísmo de su protagonista confirma de nuevo la impresión de que son precisamente estas historias de martirio las que merecen un tratamiento más respetuoso con la ortodoxia cristiana. «Ogin» es otro bello relato que relata los sufrimientos de un viejo matrimonio y una jovencita adoptada que, tras la delación de sus vecinos, van a ser quemados vivos durante la Nochebuena. Al relato, que da testimonio del atroz martirio que padecieron los conversos cristianos durante las persecuciones del siglo XVII, se le añaden, sin embargo, algunas pinceladas de ironía, como el lector podrá valorar en su inesperado y poco ortodoxo desenlace.
Las mayores muestras de escepticismo las hallamos, como cabía esperar, en las narraciones que refieren curaciones milagrosas. En «El informe de Ogata Ryõsai» se expone de manera aséptica y objetiva un milagro acaecido en el seno de una familia perteneciente a la «secta de los cristianos». El testimonio, rendido por escrito, del médico que atiende a la enferma abre la puerta a una explicación «racionalista» del aparente portento. Sin salirnos del tema milagroso, podemos distinguir un grupo de relatos muy elaborados y que transmiten una imagen poco ortodoxa de las divinidades cristianas. «El Cristo de Nanking» está protagonizado por una joven prostituta china, enferma de sífilis, que se cura, al parecer, por intervención divina. El mensaje ético es muy evidente: la generosidad puede prender en el corazón más humilde y obtener su merecida recompensa. Sin embargo, el sueño donde Jesucristo actúa como un dios pagano y la descripción de un paraíso donde la comida celestial se consume con palillos (aunque también se afirme que «Jesucristo jamás ha probado comida china») no dejan de constituir escenas muy poco respetuosas. Un bello cuento, en cualquier caso, que también se cierra con el colofón de una explicación racionalista. Otro texto encuadrable en este apartado de «joyas literarias» es «La santa vestida de negro». Se trata de un estupendo relato de anticuario, fantástico y bastante terrorífico, que gira en torno a una reliquia familiar: una estatua de ébano y marfil de la Kannon María, y que posee la misma mirada y sonrisa malévolas que aquella estatua romana que tanto hacía sufrir al protagonista de La Venus de Ille de Mérimée (ni siquiera le falta la inscripción latina a modo de advertencia). En Akutagawa el milagro tiene un componente secundario un tanto insidioso y nada angélico, cercano al del célebre relato de W. W. Jacobs, aunque no tan terrible.
No faltan tampoco en estos Cuentos heréticos algunos relatos que combinan religión con aventura. «La leyenda de San Cristóbal» es un buen ejemplo de cómo una historia edificante puede estirarse hasta conformar una amena novelita de aventuras. Extraído de la Legenda áurea de 1596. el relato se complace inicialmente, de manera un tanto infantil, en las habilidades de gigante de su protagonista, Réprobo el montañés. Luego, como si fuera un samurái, Réprobo buscará un amo poderoso al que servir. Tras lucir las armas del rey de Antioquía (para el que realiza hazañas equiparables a las de Gulliver en Lilliput), acompañará al diablo y a un ermitaño con todas las trazas de ser el mismísimo San Antón en el desierto. Finalmente, bajo el patrocinio del Señor más poderoso de todos, Jesucristo (Yesu Kirishito), y ya con su definitivo nombre de San Cristóbal, desempeñará su reconocida tarea de porteador en un caudaloso y peligroso río, donde salvará, como cuenta la tradición, al propio Niño Jesús. En un línea también aventurera, aunque con muy pocos aditamentos religiosos, podemos situar el relato titulado «Crónica de una deuda liquidada»: una breve aunque compleja historia, narrada en tres capítulos y por tres voces diferentes unidas por su carácter confesional. Akutagawa compone un divertido relato de intriga donde se alcanzan altas cotas de elaboración literaria y que solo tiene en común con las otras historias la época en que sucede: un Japón donde aún es posible que un empresario practique el cristianismo y un ladrón solicite una misa para un difunto que le ha salvado la vida. El valor edificante de la historia no reposa ahora en su componente religioso, sino en el respeto a dos principios éticos muy apreciados por los japoneses: el amor filial y la obligación de devolver un favor.
El final de los dioses extranjeros en el Japón parece anunciarse también en algunos relatos. «La sonrisa de los dioses» es un bellísimo texto donde se expresa el extrañamiento que padece un misionero en su nueva tierra. La meditación sobre el poder de los dioses autóctonos y la oración, en las que el padre Organtino se abisma durante el relato, desembocan en la visión de una teofanía pagana (como la protagonizada por la diosa Õhirume), presagio de la derrota final de los «bárbaros del sur». Este relato representa también un documentado homenaje al poder de la cultura japonesa para «trasformar y adaptar lo que proviene del exterior». Una mirada más crítica e irónica sobre el cristianismo parece abrirse paso, pues, en estos últimos relatos. Así sucede en «Oshino», donde la orgullosa viuda de un guerrero, que solicita ayuda a un religioso cristiano para la curación de su hijo, expresa una reacción inesperada ante la espontánea catequesis que le imparte el sacerdote (ciertamente, un poco bocazas). La irritada madre contrasta con ventaja el sistema propio del entorno samurái con la piedad cristina, la espada con la cruz. Finalmente, en «Diario de una dama de compañía» asistiremos a las excentricidades e inconsecuencias de una conversa, la orgullosa y malhumorada dama Shurinʾin: una mujer grotesca y algo absurda que utiliza los animales de Esopo para insultar y ridiculizar a sus servidores y que termina protagonizando un suicidio innecesario (prohibido, además, por su nueva religión). Esta ácida burla de una cristiana confirma de nuevo el carácter doblemente «herético» de los relatos recogidos por Quintero, que no solo dan cuenta de una religión extranjera, sino que también la retratan de una manera poco ortodoxa. Los cuentos se sitúan, pues, en un terreno donde el juego de la imaginación es lo verdaderamente importante: el mejor territorio, sin duda, para que la literatura levante su reino.
Reseña de Manuel Fernández Labrada







Este libro lo tuve en mis manos pero me di cuenta de que es casi idéntico a otra antología de Satori que reseñé en su día, «El tabaco y el diablo y otros relatos cristianos». En cualquier caso esta colección de Pre-Textos es magnífica. Un saludo, Manuel.
Me gustaMe gusta
Bueno, no tan idénticas. La edición de Pre-Textos tiene cuatro relatos (me corregirás si me equivoco) que no están en la de Satori: «El Cristo de Nanking», «La santa vestida de negro», «La leyenda de San Cristóbal» y «Diario de una dama de compañía». Son cuatro textos de un gran atractivo y dos de ellos son relativamente extensos. En cualquier caso es, ciertamente, un verdadero lujo contar con dos ediciones complementarias de estos impagables relatos de Akutagawa. Un abrazo, José Luis.
Me gustaLe gusta a 1 persona