Dudo si las trágicas semanas que vivimos durante el pasado verano, con una parte significativa de nuestro territorio forestal y rural asolado por las llamas, fueron el mejor contexto para leer este libro. Quisiera creer que las desgracias sirven también de advertencia. Quizás el lector informado, sucedido lo ya irremediable, podrá valorar mejor la importancia de lo que se ha perdido. Si existe un hogar para nosotros es el bosque: un lugar auténtico y entrañable donde el espacio y el tiempo adquieren un significado trascendente. Al recorrerlo, toda nostalgia desaparece y nuestros pasos se cargan de alegría y una cierta solemnidad: «soledad del bosque / ¡qué alegre es! / No siento pena / ni envidia», escribía Ludwig Tieck. Porque el bosque es el escenario de nuestros sueños y fantasías más queridas, aquel en el que desearíamos habitar para siempre. Visto incluso desde esta limitada perspectiva deberíamos lamentar el enorme daño que hemos sufrido. Nada mejor para percibirlo que recorrer el territorio devastado por un incendio y compararlo con lo que fue. El espacio se ha reducido a un vacío desolador. Los relieves y parajes diversos que antes solo era dado descubrir en el curso de una larga y estimulante caminata se nos ofrecen desnudos en un solo golpe de vista. Esto solo por lo que respecta al mundo vegetal. Porque la pérdida de todo tipo de animales, bienes materiales valiosos y vidas humanas queda fuera de cualquier medida. El bosque es nuestro espacio natural de convivencia y su muerte es difícilmente reparable.
Estos fueron algunos de los pensamientos —nada originales, por cierto— que me acompañaron durante la lectura del libro de Ernst Zürcher, Los árboles en lo visible e invisible: Sorprenderse, comprender, actuar (Atalanta, 2025), y que terminaron por quitarme las ganas de escribir sobre nada que tuviera que relacionar con la catástrofe. Me parecía un asunto demasiado delicado y doloroso. Transcurrido algún tiempo, intentaré recuperar e hilvanar, en una breve reseña, algunos de mis recuerdos de lectura. Como el título ya nos anuncia, el trabajo de Zürcher no pretende tanto dotarnos de conocimientos botánicos (aunque también los transmita, y en abundancia) como ayudarnos a fraguar un reencuentro vivificante y trascendente con una de las mas valiosas «realidades» naturales que persisten en nuestros días, y de la que el hombre moderno de las ciudades se ha distanciado. El de Zürcher es un libro que nos estimula a movilizar nuestra capacidad de asombro ante el árbol, así como a recuperar una relación más consciente y estrecha con los «seres de madera». Los árboles en lo visible e invisible se extiende, pues, en las más diversas direcciones, desde las puramente científicas a las más especulativas, del estudio de la relación inmemorial del hombre con el árbol a los retos climáticos actuales y la relevancia de los bosques en su correcta regulación. El libro viene acompañado, además, de un atractivo cuadernillo central de fotos en color, así como de interesantes textos complementarios: un prólogo de Joaquín Araújo, un prefacio de Francis Hallé y un posfacio de Bruno Sirven. A ellos se suman un extenso repertorio bibliográfico y un capítulo de anexos donde se tratan temas tan variados como los árboles nacionales o los principios de un silvicultura más cercana a la naturaleza.
Poner en sintonía las tradiciones milenarias sobre el árbol (en sus componentes espirituales, mágicos o míticos) con los descubrimientos científicos actuales es uno de los empeños de este libro, que persigue hacer de nuestro conocimiento del árbol no tanto una fría ciencia como una experiencia participativa y transformadora. Un buen ejemplo de este propósito lo encontramos en el ameno capítulo dedicado al tejo, donde Zürcher incide en la significación del árbol en la cultura celta, y repasa aspectos tan interesantes como el de su extremada longevidad. Asociado a templos y lugares sagrados precristianos, su apenas perceptible crecimiento, característica propia de su etapa de vejez, le ganó al tejo la consideración de árbol inmortal o árbol de vida. Su extraordinaria longevidad (cinco mil años, en algunos casos), analizada y confirmada por la ciencia actual, explicaría ese carácter de árbol sagrado que le atribuyen innúmeras culturas repartidas por todo el mundo. También expone Zürcher la relación del tejo con los yacimientos megalíticos o la toponimia celta, donde las diferentes raíces léxicas que lo nombran reaparecen profusamente, tal como el autor rastrea y resume. Su asociación mítica al inframundo, sus usos medicinales o el aprovechamiento de su madera para la construcción de arcos y flechas son otros tantos valores del tejo a los que la ciencia moderna ha encontrado una explicación, tal como Zürcher detalla.
Otra muestra de este enfoque, que persigue armonizar tradición con ciencia, lo hallamos en el capítulo dedicado a los usos de la madera, donde se estudian sus valores de resistencia mecánica, durabilidad, transmisión del sonido, etc. En los diversos trabajos con la madera (ya sea la empleada para construcción, como leña o en la fabricación de instrumentos musicales, etc.), la práctica tradicional relacionaba el momento óptimo de la tala con factores como las fases lunares o la altura de los árboles. Las modernas investigaciones han «homologado» científicamente estos saberes antiguos, señalando, por ejemplo, la influencia de los ciclos lunares en el componente acuoso de la madera, un factor muy determinante en su mejor aprovechamiento. Es decir, «la ciencia está en disposición de constatar que en las fitoprácticas relacionadas con la Luna que llevan a cabo los silvicultores reside un núcleo de observaciones objetivas». En el extenso capítulo que Zürcher dedica a la madera ―tanto a la luz de los saberes tradicionales como de la ciencia― no faltan otras interesantes apreciaciones, como el bienestar térmico que garantiza la madera en las viviendas, la protección que reporta ante las radiaciones electromagnéticas o los efectos beneficiosos y reconfortantes del fuego de leña en el hogar.
Uno de los muchos temas interesantes tratados en el libro de Zürcher es el de los factores que determinan las dimensiones y edades tan fabulosas que alcanzan algunas especies arbóreas. Para explicarlo desde un punto de vista científico, Zürcher subraya la importancia de la fase de crecimiento puramente vegetativo de los arboles, así como los factores de colonización de los espacios abiertos. Las especies pioneras, que alcanzan siempre un menor desarrollo, ocupan el medio a modo de avanzadilla y «preparan la llegada» de las «especies de sombra». Es decir, los árboles menos longevos anteceden a los más longevos en la formación del bosque. Zürcher analiza también con detalle la conformación de la madera, atiende a la fotosíntesis y a la cronobiología de los árboles o profundiza en la influencia de los ciclos lunares en su desarrollo y crecimiento. El trabajo de Zürcher es una verdadera enciclopedia de los árboles, que se extiende y ramifica, como una selva virgen, en las más diversas direcciones, y como tal, sería impropio intentar resumirla en un puñado de párrafos. Me limitaré a citar otros temas interesantes recogidos en el libro, como los olores de la madera y sus efectos terapéuticos, la reconfortante ionización negativa que propician los bosques, el efecto saludable de los aceites esenciales de algunas maderas en la reducción del estrés, la integración óptima de árboles y bosques en los espacios agroganaderos o su influencia decisiva en la regulación del clima y la generación de lluvias.
Reseña de Manuel Fernández Labrada






