Preguntar cuál es el sentido de la vida constituye uno de esos interrogantes que, según aseguraba Wittgenstein, no tiene sentido alguno plantearse. Para poder hallar una respuesta válida sería preciso contemplar la vida desde su exterior: una perspectiva que nos resulta imposible adoptar. «El sentido del mundo tiene que residir fuera de él», afirmaba el filósofo austríaco. Sin embargo, la pregunta siempre ha estado ahí, y aunque es cierto que la gente feliz la experimenta de manera poco acuciante, lo cierto es que los mitos siempre han pretendido darle un sentido trascendente a la vida del individuo, como también explicar todo lo relativo al mundo natural y a la sociedad en la que vive. El afortunado título que encabeza este reciente libro de Atalanta, Mito y sentido (Myth and Meaning: Conversations on Mythology and Life, 2023), reúne, pues, dos términos que devienen casi sinónimos, sobre todo si los asociamos a la figura de su autor, el gran mitólogo Joseph Campbell (1904-1987). El mito es siempre donador de sentido, y todo sentido trascendente forma parte de una determinada mitología. Si también damos por buena la opinión de Wittgenstein cuando declara que las preguntas que ahora no tienen respuesta no la tendrán nunca, quizás podamos concluir que tanto la vigencia como la necesidad del mito están aseguradas para rato, al menos mientras existan hombres sobre la tierra. Así parece deducirse de la lectura de este libro de entrevistas a Joseph Campbell, que analiza el significado del mito desde muy variadas perspectivas (histórica, geográfica, filosófica, literaria, psicológica…), todas coincidentes en señalarlo como un fenómeno no solo vivo sino también ineludible: una constante humana, depositaria de un fondo simbólico universal, sujeta a desfases y actualizaciones periódicas. Cuando Heine afirmaba que los dioses antiguos se habían marchado al exilio no se equivocada demasiado; pero el escenario de su refugio no eran los profundos bosques germánicos, sino nuestro propio mundo interior.
El mayor riesgo de un libro de conversaciones como el que tenemos entre las manos ―sobre todo si están referidas a una obra tan extensa y compleja como la de Joseph Campbell― es dejar desatendidas facetas importantes del pensamiento de su autor. No es difícil imaginar los enormes obstáculos que ha tenido que salvar su editor, Stephen Gerringer, para conformar un libro unitario y completo a partir del diverso elenco de fuentes que lo sustentan. Partiendo de un extenso corpus de entrevistas, pertenecientes a diferentes épocas, contextos y formatos (encuestas radiofónicas, conferencias…), Stephen Gerringer ha logrado armar un texto armónico y coherente, que se puede comenzar a leer por cualquier página, y en el que los grandes asuntos de la mitología universal resuenan en un admirable coro. Una compleja tarea de coordinación en la que Gerringer ha llevado la batuta, pero cuya música es enteramente de Campbell. La utilidad del libro es muy evidente: por un lado, brinda a los conocedores del insigne mitólogo la posibilidad de alcanzar una visión panorámica de su pensamiento, quizás no tan profunda como la que transmiten sus grandes textos, pero sí muy comprensiva. Por otra parte, para los que entienden poco o nada de la obra de Campbell, ¿qué mejor introducción que la brindada por el propio autor, modulada en un registro tan didáctico y cercano como el que posibilita el juego de preguntas y respuestas? Finalmente, el libro orquestado por Gerringer constituye también una evidente validación del pensamiento de Campbell, que «asediado» desde muy diferentes puntos de vista se «desnuda» ante el lector sin mostrar ni debilidades ni incongruencias.
En los primeros capítulos del libro las preguntas apuntan a los conceptos básicos del mito, su origen y evolución histórica, así como al carácter universal de los símbolos que lo conforman. Nadie mejor que Campbell para establecer conexiones entre mitos pertenecientes a culturas alejadas entre sí, tanto en el espacio como en el tiempo. También se analizan las diferentes funciones que cumple el mito en una determinada sociedad, y cuya pérdida determina su mutuo desligamiento. El valor de las imágenes visuales en la transmisión y comprensión del mito, o la importancia cardinal que representan los rituales en la vitalidad de sus símbolos son otros tantos asuntos abordados por Campbell, que también concede un amplio espacio al análisis del mito desde un punto de vista histórico y geográfico, tal como aparece expresado en algunos de sus libros, como Las máscaras de Dios o Atlas histórico de mitología universal, a los que se refiere brevemente. Se despliega así, ante nosotros, una visión panorámica de la evolución de los mitos a través de los siglos y de la diferentes sociedades en que se moldean, desde las culturas primigenias y el chamanismo hasta la actualidad. En la transición de un culto a la diosa madre a otro que pone su acento en una divinidad masculina, Campbell advierte un elemento muy significativo en la evolución y caracterización de los mitos, pues la diferente prevalencia de una o de otro, según los distintos pueblos y mitologías (siempre determinadas por su entorno y medios de subsistencia), se traduce en una relación variable con la naturaleza, que Campbell ve representada en la dualidad simbólica de ciertos animales como la serpiente.
La relación entre religión y mitología es otro de los grandes temas tratados en las entrevistas. Para Campbell, una religión es una mitología que ha olvidado el carácter universal y abierto de sus símbolos; o dicho de otra manera: «una mitología tomada en serio e interpretada de manera específica y local». Es importante para Campbell señalar que el mito se expresa a través de un lenguaje simbólico que lo relaciona con la poesía. Desconocer que el mito contiene un conjunto de metáforas puede tener consecuencias dramáticas en el mundo real, pues suele provocar el enfrentamiento de las religiones. A diferencia de los grandes credos occidentales, como el judaísmo, el cristianismo o el islam, que pretenden establecer una relación con lo divino, las religiones orientales persiguen «reconocer la identidad de uno mismo con lo divino», y han de considerarse por ello, según el mitólogo, de mayor rango. La muy documentada voz de Campbell no solo responde a preguntas referidas a temas concretos como el budismo, el yoga o el papel del sueño como mediador trascendente, sino que también atiende a cuestiones más generales, como las diferencias que median entre monoteísmo y politeísmo, o la tradición judeocristiana y las religiones orientales. Campbell no se olvida de señalar su diferente grado de relación con la naturaleza, así como el distinto papel que cumple en cada una el ego del individuo. La creciente influencia de las filosofías orientales en Occidente, que alcanza incluso a nuestras tradiciones religiosas más ortodoxas, resulta muy significativa para Campbell.
No podía faltar en el libro de Campbell un capitulo que abordara el peso que han tenido en su formación algunas grandes figuras de la cultura occidental. Filósofos y pensadores como Kant, Goethe, Schopenhauer o Nietzsche, escritores como Thomas Mann y James Joyce, o psicólogos como Freud y Jung conforman un necesario «contrapeso» a la influencia de las filosofías orientales en el pensamiento del mitólogo, donde oriente y occidente han de iluminarse mutuamente. La huella de Nietzsche en la obra de Thomas Mann tuerce el curso de las preguntas hacia la mitología creativa. Así, Campbell analiza el «trasfondo mitológico» de algunas obras literarias como Ulises, Finnegans Wake, La montaña mágica o las cuatro novelas sobre José de Thomas Mann. En La muerte en Venecia acierta a ver, incluso, una traslación literaria del «viaje del héroe» a un contexto contemporáneo. Una gran parte de este capítulo de influencias occidentales está reservado a la dimensión psicológica de los símbolos míticos, tal como se manifiesta en las obras de Freud y Jung. Campbell nos resume su diferente enfoque metodológico, nos habla de sus relaciones personales y nos informa del opuesto papel que el mito juega en sus respectivas concepciones. La visión que tiene Campbell del mito se ve mucho mejor representada por Jung, para quien «la vida onírica del individuo es el equivalente de la vida de símbolos y mitos de la cultura»; y no tanto por Freud, al que reprocha su reduccionismo sexual y familiar, así como su consideración patológica del mito en su diagnóstico del individuo. La devoción del mitólogo por Jung se hace palpable en la frase que cierra este cuarto capítulo del libro: «No conozco a nadie más a quien pueda dar tanto crédito como guía».
Los siguientes capítulos del libro atienden más a nuestro propio presente: un momento histórico en el que nos hemos desligado de los antiguos mitos y no tenemos ninguno válido que los reemplace. Partiendo del análisis de algunos casos similares, aunque anteriores en el tiempo (como el de los indios de América del Norte), Campbell concluye que el desmoronamiento de una mitología se resuelve siempre en un «giro hacia el interior» de los individuos, a fin de encontrar allí, en lo más profundo de su conciencia, las «formas de las que surgen todos los símbolos». Esta necesidad de obrar un giro interior, que en los años 60 se materializó en el uso y abuso de las drogas, se corresponde con la figura transcultural del «viaje del héroe», tal como se describe en la conocida obra El héroe de las mil caras, de la que Campbell nos desvela algunas de las claves que la sustentan. El significado de dicho viaje, que para el individuo tiene como principal meta el hallar su mitología personal, no es un mero gesto solipsista, según opina Campbell, pues también puede obrar de manera positiva en la transformación de la sociedad: una compleja y larga tarea que deberá partir de la libre iniciativa individual. A este respecto, Campbell no olvida señalar el papel de guía que posee el arte verdadero (arte «propio», según su terminología): el único que posee la capacidad de dirigirnos hacia nuestro interior.
Conforme el libro se ha ido adentrando en las cuestiones que interesan al mundo actual, las preguntas dirigidas a Campbell se han vuelto más apremiantes, como si los lectores desearan hallar en la figura del gran mitólogo una especie de gurú que los orientase. En el penúltimo capítulo, «Para complicar la trama», Campbell aborda críticamente temas tan actuales como la relación entre ciencia y mitología, el ideal del retorno a la naturaleza (ilusorio en las condiciones actuales) o la debilidad del mito norteamericano y su cultura, exportado a todo el mundo. Pero quizás las dudas más urgentes de sus lectores sean las relativas al papel que el mito puede y debe representar en nuestro acelerado y crispado mundo moderno. La única mitología posible hoy en día, señala Campbell, será aquella que cumpla con una doble condición: de una parte, la de adecuarse a la naturaleza tal como la comprendemos a la luz de los últimos descubrimientos científicos; y de otra, la de tomar conciencia de que habitamos una sociedad globalizada, que solo podrá subsistir si acierta a salvar las oposiciones que la destruyen compartiendo un mismo universo de valores. Una mitología común y no dividida por sectarismos religiosos o ideológicos.
Cierra el libro un breve capítulo centrado en la figura de Campbell: formación, influencias, aficiones, docencia, trayectoria literaria y profesional… Un capítulo imbuido de cierto tono confesional, en el que las respuestas del autor a una amplia batería de preguntas —en ocasiones, muy personales— configuran una interesante autobiografía; o dicho de otro modo: describen el «viaje del héroe» particular del autor a lo largo de su vida (todos recorremos el nuestro, claro está, aunque no seamos conscientes ni sepamos interpretarlo). Se redondea así, añadiendo una nota biográfica de cercanía, el valor de este excepcional libro de entrevistas, que sin duda será muy querido por todos los lectores de Joseph Campbell.
Reseña de Manuel Fernández Labrada







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