Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura, de Jorge Morcillo

Una creencia muy difundida y aceptada por lo común es la de considerar arte y vida como dos magnitudes contrapuestas o, cuando menos, difícilmente compatibles. Hay acuñado al respecto un aforismo latino que resulta muy explicativo: ars longa, vita brevis. Recuerdo que en uno de sus poemas preferidos, Borges hacía abjurar a Emerson de su experiencia de gran lector. Es decir, se complacía en imaginar que el filósofo de Concord pudiera haber deseado, al final de su vida, «ser otro hombre». Cuando Flaubert se congratulaba de que los criados vivieran la vida y le dejaran a él la literatura también parecía reconocer esa presunta incompatibilidad, aunque suscribiéndola de buen grado. ¿Cabe incluir a los lectores empedernidos —una rara avis— entre esos cultos y artísticos «desperdiciadores» de la vida? ¿Acaso la expresión popular «ratón de biblioteca» no lo ilustra de manera convincente? El nuevo libro de Jorge Morcillo, Leer es vivir (Niña Loba, 2025), se opone tajantemente a tales sospechas. Es más, según la opinión de su autor —respaldada por intensas y abundantes lecturas— «la literatura nos devuelve el entusiasmo por la vida». Es decir, la lectura es otra forma de vida no menos enriquecedora que la real. Quizás por ello Borges se vanagloriaba más de lo leído que de lo escrito, y el autor colombiano Nicolás Gómez Dávila, en uno de sus más bellos aforismos, nos recomendaba ser «librescos»: «sepamos preferir a nuestra limitada experiencia individual la experiencia acumulada en una tradición milenaria». No es otro el mensaje que nos propone este estimulante compendio de lecturas compuesto por Jorge Morcillo: «los seres humanos nunca estamos solos. Siempre hay alguien que pensó lo mismo y lo expresó mejor». Porque la lectura es la puerta que nos facilita el acceso a esa vida compartida y, por ende, más plena.

Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura es el recuerdo y análisis pormenorizado de las lecturas que han nutrido al autor a lo largo de su vida. Pero también es algo más. El libro de Jorge Morcillo tiene el mérito de aunar a su carácter literario y autobiográfico; es decir, al recuento de sus lecturas predilectas y del contexto en que se forjaron, todas las trazas de una llamada a la lectura. Aunque parezca un detalle menor, se incluyen en el libro generosos extractos de algunas de las obras reseñadas, que potencian ese carácter de «invitación a la gran literatura» que tiene el trabajo de Jorge Morcillo. Pero no quisiera tampoco que alguien pensara que este singular ensayo es encuadrable en esa selva libresca que conforman hoy en día los libros encabezados por el epígrafe «elogio de…» (pronto no quedará ya nada que elogiar, sino quizás el elogio del propio elogio). Leer es vivir constituye más bien la confesión sincera de unas lecturas que para el autor han sido y son fuente de vida, pero no necesariamente para los demás, y que expone y disecciona con una total sinceridad. Nada resulta más fácil ni tentador para un autor que el incurrir en el postureo al hablar de las lecturas que han informado su escritura, y nada parece más alejado de ello que la actitud que Jorge Morcillo manifiesta en todas y cada una de las páginas de su ensayo (y que le permite reconocer, por ejemplo, que nunca ha conectado demasiado con la obra de Kafka, no obstante guardarle el mayor respeto).

El libro se inicia con el recuerdo de las primeras lecturas del autor, así como de las circunstancias que lo condujeron a abrazar la literatura en una temprana etapa de su vida. Debemos admitir que Jorge Morcillo se desenvuelve a las mil maravillas en este registro, digamos «mixto». que compagina vida con literatura. El eficiente engarce que obra Jorge Morcillo de los libros leídos en su trayectoria personal se abre con el relato de un dramático episodio escolar que lo alejó de las odiadas y deprimentes aulas durante una temporada. La literatura representó entonces para él una providencial tabla de salvación. ¿Quién no ha necesitado de alguna ―ya sea artística, literaria, musical o incluso la que reporta una simple afición― durante los turbulentos y difíciles años de la adolescencia? Sus posteriores destierros de alumno díscolo en la biblioteca del centro escolar se constituirán en nuevas oportunidades para el crecimiento de su pasión por los libros. Las diatribas del autor contra la escuela no cogerán por sorpresa a ninguno de sus lectores, que seguramente las recordarán de libros anteriores. Jorge Morcillo no está solo, desde luego, en este desamor por aulas y profesores. Podemos catalogar como similares o, al menos, cercanas algunas confidencias de Hermann Hesse esparcidas por sus escritos, o su novela temprana Bajo la rueda (1906): dramática pintura (con una base autobiográfica) de los efectos nocivos que un sistema educativo represivo provoca en un infante singularmente dotado. En estos primeros años se produce además, en el joven rebelde apasionado por los libros, el tránsito de una lectura de mero entretenimiento al encuentro con ese «algo mas» que tiene la «gran literatura»; es decir, se obra la transformación paulatina de un lector entusiasta que devora la literatura de manera espontánea en otro más crítico y consciente, capaz de embarcarse en lecturas de mayor complejidad.

Pero no vaya a pensar nadie que Leer es vivir se desenvuelve en un férreo orden cronológico. Al discurso temporal Jorge Morcillo ha sabido superponer una ordenación cíclica por afinidades estrictamente literarias; y así, un capítulo dedicado a su descubrimiento del Drácula de Bram Stoker puede incluir otras lecturas cercanas realizadas en etapas posteriores; su temprana devoción a Eudora Welty, traernos a colación una estupenda anécdota de Faulkner; o la noticia de un primer deslumbramiento por la prosa de Borges, expandirse hasta englobar a todos sus autores hispanoamericanos predilectos. Puede darse el caso de que el hallazgo de un nuevo escritor favorito (George Sand) lo propicie la valoración negativa de otro autor predilecto (Nietzsche). No son los «profesores» ni los manuales al uso, desde luego, quienes marcan las lecturas de Jorge Morcillo: es el diálogo entre los propios libros lo que alumbra su camino. Es justo reconocer que Jorge Morcillo acierta a movilizar toda clase de recursos para dotar de coherencia y variedad a un abanico de lecturas tan extenso y variado como el que nos propone. La mezcla entre el análisis de los textos y las notas autobiográficas (cuidadosamente medidas y distribuidas) dotan al libro de una gran unidad. Por lo demás, el elenco de autores citados y comentados es tan numeroso y variado que sería tarea imposible intentar reducirlos a un común denominador: nombres conocidos y poco conocidos, escritores clásicos y actuales, nacionales y extranjeros, narradores y poetas (como la olvidada Renée Vivien, a la que dedica un intenso capítulo), ensayistas, filósofos; libros menudos y «tochos»… Twain, Hugo, Bloom, Bolaño, Balzac, Kafka, Kraznahorkai (al que brinda un extenso y certero análisis), Bernhard, Saramago… ¡Por citar solo algunos! En fin, un complejo y casi inabarcable atlas de lecturas por el que Jorge Morcillo se desplaza con la soltura que confieren muchos años de lectura oficiada bajo la bandera del entusiasmo. No es ocioso recordar aquí que el autor publica un conocido blog de reseñas literarias, Las ruinas del cálamo, fiel testimonio de sus variadas inquietudes culturales.

Aparte del análisis particularizado de sus textos predilectos y notas autobiográficas (que incluyen algunas confidencias bastante personales), el libro de Jorge Morcillo nos ofrece también múltiples apreciaciones literarias de índole más general. Entre ellas, merece la pena señalar su encendida defensa de los libros difíciles, de la soledad y silencio que precisa la creación literaria, de la traducción como puente de unión entre culturas o de la importancia de las pequeñas editoriales independientes como semillero de la mejor literatura. Leer es vivir nos descubre además, en ocasiones, la relación dialéctica que media entre las lecturas del autor, incluidas las más tempranas, y su escritura de ficción. Cuáles son sus autores de cabecera —es decir, aquellos cuyas obras lee y relee sin descanso― o sus hábitos lectores y de escritura son algunas de las interrogantes que los seguidores de Jorge Morcillo quizás se planteen, y que podrán ver respondidas en este libro, donde no faltan tampoco algunas incursiones, entre críticas y nostálgicas, en las revistas literarias, antiguas y modernas, o en la literatura de «entretenimiento» (Simenon es el autor más light que parece tolerar). El entusiasmo del autor por la literatura de calidad desemboca con frecuencia en duras invectivas contra la «industria literaria» y el encasillamiento por géneros, que tanto empobrecen el panorama literario contemporáneo. Enemigo de lo que me permitiré calificar de «filisteísmo literario», Jorge Morcillo no tiene, desde luego, pelos en la lengua, y puesto en el trance de hacer pasar por el molinillo de su crítica al establishment literario… ¡sálvese quién pueda! Estas aristas o espinas de su juicio de lector ―también reaparecen en su narrativa de ficción― son la consecuencia de un ansia de sinceridad que solo parece saciarse al hacerse del todo explícita, y le confieren a su voz literaria un tono y ritmo enteramente propios y peculiares.

Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura representa, en suma, el testimonio de una vida entregada por entero y con verdadera pasión a la literatura: un bello y denso ensayo, entre erudito y autobiográfico, fraguado en el conocimiento profundo de muchos libros, el entusiasmo por la lectura y una extremada sinceridad de juicio.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«Todo lo que es profundo y complejo prevalece sobre lo que es simple y aparece masticado».
«Jane Austen es la autora que menos he leído de esos tres, y es que le pillé manía por los elogios de una corte de adolescentes insufribles a las que no veía con ningún interés. Lo de estas chicas era un “marujeo literario” propiciado por el cine y los culebrones de aire romántico; es decir, era todo lo contrario a la literatura que ya vivía en mí».
«Para leer y para escribir hay que estar aislado. Las creaciones necesitan de silencio y recogimiento. Cuando Clara Janés le comentó a una periodista que la felicidad suprema era estar encerrada en un convento se refería a esto, no a que fuese a ordenarse monja. La periodista no lo entendió y cambió de cuestión».
«Chesterton tiene el dudoso privilegio de ser el único autor del que yo robé sus obras completas».
«Recuerdo que me levantaba por las mañanas y, tras desayunar y tomarme el café, me ponía a leer. Hasta recuerdo que me gustaba sentarme en una mecedora a fumar y  pensar en las páginas que acababa de leer. Fue una lectura lenta, reflexiva, dolorosa. Tenía la sensación de que ese sería el último «libro nuevo» [2666] que leería de Roberto Bolaño y fui consciente de que «ese flaco con gafas» había sido un compañero fiel desde finales de mi adolescencia».
«Por eso he de confesar que este Leer es vivir es un libro escrito contra mí mismo. Contra ese lector analítico que soy hoy en día y al que cada vez le cuesta más entusiasmarse con lo que lee. Es más, creo que esa es la verdadera razón de estas “memorias lectoras”: recobrar de alguna manera “el tiempo leído”, que es como decir “el tiempo vivido”. Volver al ser ese lector libre y sin complejos que, casi sin formación y sin conocimientos, disfrutaba mucho más que el lector hijo de puta (tal y como afirmaba Halfon en Un hijo cualquiera) en el que me he convertido».
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1 Response to Leer es vivir. El entusiasmo de la literatura, de Jorge Morcillo

  1. Avatar de Libros de Cíbola Libros de Cíbola dice:

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