El carruaje fantasma y otras historias sobrenaturales, de Amelia B. Edwards

el-carruaje-fantasma-y-otras-historias-sobrenaturalesEn su ensayo El genio de una noche, Stefan Zweig evoca la figura de Rouget de Lisle (1760-1836), el modesto capitán de ingenieros francés que compuso, en un inesperado fogonazo de inspiración, una de las melodías más famosas de la historia de la música: La Marsellesa. Años después, con su himno resonando todavía en las barricadas de la Europa revolucionaria (pero con sus poemas, óperas y libretos rechazados por los editores, mostrándose incapaz de revalidar su éxito), Rouget de Lisle representa para Zweig una figura patética y frustrada: la del «aficionado que se ha introducido, sin ser llamado, en las filas de los inmortales». No son pocos, desde luego, los autores recordados sólo por un puñado de páginas, versos o melodías. Entre las bromas más crueles que las musas se gastan con los artistas destaca, sin duda, la de sus inspiraciones caprichosas y poco constantes, que han hecho perder la cabeza a más de uno. La burla consiste en que, alumbrada la obra maestra, el sufrido receptor de esa ayuda puntual quede luego desamparado de su genio, tan cegado en sus habilidades creativas como aquel imprudente sastre que contempló a la bella Lady Godiva cabalgando desnuda.

Con estos pensamientos rondando por mi cabeza me lancé a la lectura de esta antología de relatos fantásticos de la escritora británica Amelia B. Edwards. La encabezaba un aclamado cuento, recogido en un sinfín de antologías, El carruaje fantasma… pero desconfiaba de los restantes. ¿No era su autora un buen ejemplo de ese malhadado escritor que permanece «vivo» por una sola página? Por suerte, mis prejuicios se demostraron infundados, y terminé sin dificultad el libro, con la agradable certeza, además, de haber leído un conjunto de relatos variado en su asunto y ambientación, aunque homogéneo en su calidad e interés.

Amelia B. Edwards (1831-1892) fue una mujer adelantada para su época (como lo suelen ser las que triunfan, de una manera u otra, en un mundo regido por y para los hombres). Sufragista militante, presumible lesbiana y egiptóloga de cierto renombre, la británica fue también una prolífica escritora de novelas y cuentos. Los relatos recogidos en esta antología son una buena muestra de su habilidad para desenvolverse en el terreno de la ghost story, un género muy frecuentado por los escritores anglosajones, y al que no hicieron ascos ni siquiera los autores más exquisitos, como Stevenson, Kipling, Henry James o Edith Wharton. Alejados de los espectros terroríficos de la escuela gótica más espeluznante y macabra, los fantasmas de Amelia B. Edwards parecen regirse, al contrario, por una estricta moral victoriana. Más que pretender asustarnos, sus apariciones se limitan a señalarnos un suceso luctuoso, avisarnos de algún peligro inminente, expiar una falta, o colaborar eficazmente en la resolución de un crimen misterioso.

La colección de relatos que nos ofrece la editorial madrileña La biblioteca de Carfax (traducidos por Alberto Chessa y seleccionados por María Pérez de San Román y Shaila Correa) se abre con el título más renombrado de la británica, «El carruaje fantasma». Desde que Lewis, en su célebre novela gótica El monje, nos pintó los apuros de don Ramón de las Cisternas, al raptar por error a «la monja ensangrentada», los coches tienen una bien ganada reputación espectral: un siniestro prestigio que Amelia B. Edwards revalida con su macabro —y bien nutrido de fantasmas— relato. «Una noche en los confines de la Selva Negra» es una truculenta historia de bandoleros, bosques impenetrables y albergues sospechosos. Perdidas las legiones de Varo en Teutoburgo, las selvas teutónicas parecen condenadas a ser eficientes inspiradoras de pesadillas. Así podemos comprobarlo en algunos textos de Hoffmann, Erckmann-Chatrian y otros muchos narradores románticos: una tradición a la que la arqueóloga inglesa se suma con su estimable relato. Ningún lector desconoce, por otra parte, que los templos católicos tienen también una larga tradición literaria como escenarios privilegiados de lo sobrenatural. Así lo atestiguamos en la siguiente ficción, «En el confesionario» (título con claras reminiscencias de la célebre novela gótica de Ann Ratcliffe), donde cruzaremos por segunda vez la frontera alemana para detenernos en un pintoresco pueblecito a orillas del alto Rin. A diferencia de las novelas góticas más al uso, el villano no es ahora un rijoso fraile capuchino, sino un laico celoso, maltratador y criminal. En el siguiente cuento, «Una misión peligrosa», seguimos hollando tierras centroeuropeas. La incursión de una patrulla del ejercito austríaco en territorio enemigo, durante las guerras napoleónicas, dará pie a otra aparición espectral. Fue Stendhal uno de los primeros en demostrar, en La cartuja de Parma, que el campo de batalla (Waterloo, en su caso) puede ser un escenario novelesco de primera magnitud. En la estela de este magnífico relato de Amelia B. Edwards, donde el horror de la guerra se extiende a lo sobrenatural, recordaremos esos dos estupendos textos del austríaco Alexander Lernet-Holenia: miss-amelia-b-edwa blogEl conde Bagge y Marte en Aries. «El expreso de las cuatro y cuarto» nos certifica que en el mundo moderno (que poco a poco va diciendo adiós al caballo) las apariciones fantasmales colonizan los nuevos medios de transporte, una novedad a la que Amelia B. Edwards aporta su granito de arena con este ameno relato, que tiene también su capítulo de peritaje judicial. «La historia de Salomé» es una fantasía de amor romántico ambientada en Venecia, ciudad llamada a protagonizar una exitosa tradición fantasmal, como bien saben los lectores de Vernon Lee o Robert Aickman. Una historia cuidadosamente escrita, con poéticas descripciones del Lido y oportunas citas literarias que embellecen el texto, pero que sufre el incoveniente de que el lector adivinará pronto el desenlace de la trama. La estampa de ese joven inglés que calca el epitafio de una tumba judía nos permitirá imaginarnos la figura de Amelia B. Edwards copiando algún jeroglífico egipcio amenazado de expolio. Mudando una vez más de escenario, el último relato del libro, «El Paso Nuevo», nos traslada a las peligrosas cumbres alpinas. La amenaza, sin embargo, no procede tanto de las montañas como de la propia mano del hombre, que con sus temerarias obras de ingeniería se atreve a jugar con las titánicas fuerzas de la naturaleza. Es posible adivinar en este relato una velada crítica a las agresiones al entorno natural, como lo significa ese ominoso túnel donde se fragua la catástrofe. Al igual que el anterior, este relato está protagonizado por una pareja de amigos ingleses, prototipo de esos británicos, en ocasiones un tanto frívolos, que vagabundean por «el continente» como si fuera una colonia inglesa, siempre arropados por una cohorte de serviciales criados, gondoleros o guías de montaña. Quien haya leído el famoso cuento de Dickens, El guardavías, no dejará de apreciar un notable paralelismo entre los dos textos, aunque el escenario de Dickens sea mucho más tétrico y el desenlace fatal.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«Igual de lentos, abatidos y silenciosos, con los penachos rotos y los cascos abollados, con las capas degarradas y ensangrentadas, fueron desfilando uno tras otro, en fila de a dos. Y, a medida que pasaban y, por un momento, los distinguía bañados por la luz lunar, me recordaban esas imágenes que, durante unos segundos, proyecta el disco de una linterna mágica.» (traducción de Alberto Chessa)
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Ilustración del libro de Amelia B. Edwards: A Thousand Miles up the Nile, 1890 (2ª edición)

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«Modern Iconoclasts at Work on the Monuments of Ancient Egypt», The Daily Graphic (1890). Al parecer, no todos los turistas se conformaban con copiar las inscripciones

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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7 respuestas a El carruaje fantasma y otras historias sobrenaturales, de Amelia B. Edwards

  1. Squirrel Ardilla dijo:

    Excelente reseña

  2. Libros de Cíbola dijo:

    Interesante Antología. No conocía a la autora y tras tu reseña me entran ganas de leerla, aunque no quiero abrir un nuevo frente de lecturas (en este caso de escritoras victorianas) ya que tanta amplitud de intereses requiere unas capacidades que no tengo. Un saludo.

  3. Alberto Chessa dijo:

    Para reseñar bien primero hay que leer bien. Gracias por confiarnos tu agudeza en ambas lides. Gracias también, cómo no, por contribuir a que el Carruaje siga rodando. Traducirlo fue una vivencia diría que abracadabrante.

    Un saludo, Manuel, y gracias de nuevo,

    Alberto Chessa

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