El farsante feliz. Un cuento de hadas para hombres cansados, de Max Beerbohm

Quizás desconozca el lector un secreto muy bien guardado hasta la fecha: cuando la luna asoma por el horizonte y recorre plácidamente la azulada bóveda nocturna, no es Diana quien la guía, sino su hermano, el mismísimo dios Apolo. En efecto, terminada su tarea diurna de auriga solar, el dios regresa de nuevo a la tierra para –oculto tras una máscara de plata– regocijarse contemplando los gozos nocturnos de los hombres: sus fiestas y bailes, su música, sus descansos… «Pues, según cuentan, en esas horas los hombres son como los dioses». Esto es, al menos, lo que asegura Eneas, un simpático fabricante de máscaras londinense, actual depositario de la gloriosa e inmemorial tarea de confeccionarle cada año al dios las doce máscaras que precisa. Por ello, cuando Lord George Hell le reclame una máscara con la que ocultar la depravación pintada en su rostro, el eximio fabricante sabrá proporcionarle la más adecuada. Y es que el aristócrata se ha enamorado fulminantemente de una joven e inexperta bailarina del Garble’s, Jenny Mere, una muchacha que tiene la osadía de asegurar que jamás podrá ser «la esposa de alguien cuyo rostro no sea como el de un santo». Desgraciadamente el aristócrata es un crápula de cuidado, jugador y pendenciero, juerguista, cínico y extravagante; y, por si fuera poco, tiene como amante a una celosa bailarina italiana, la Gambogi. Aunque es verdad que las armas de Cupido comienzan a obrar positivamente en su moral desde el primer flechazo (recibido en pleno palco del local donde actúa Jenny, por obra y gracia del Enano Alegre), su rostro deja todavía mucho que desear: es un libro abierto. Por fortuna, la máscara mostrará enseguida sus excelentes cualidades, cumpliendo los deseos del enamorado hasta un punto que sólo cabe calificar de milagroso. Subtitulado por el editor «un cuento de hadas para hombres cansados», El farsante feliz (traducido para Acantilado por Matías Godoy) no sólo tiene el alegre final esperado, sino que cada una de sus pequeñas peripecias se resuelve con la ligereza de un pase de magia, con la facilidad que sólo nos procuran los sueños.

Max Beerbohm (1872-1956), autor de esta encantadora y original novelita, fue ante todo un caricaturista famoso. Aparte de El farsante feliz (1897; publicado en The Yellow Book un año antes, y luego adaptado para la escena), escribió una novela larga, Zuleika Dobson (1911), y un conjunto de apuntes breves, Seven Men (1919). De este último libro, los lectores amigos del género fantástico quizás recuerden el relato titulado «Enoch Soames», recogido por Borges en su caprichosa Antología de la literatura fantástica. Amigo de Oscar Wilde, seguramente pretendió con este amable cuento, The Happy Hypocrite, desarrollar juguetonamente un proceso opuesto al que narraba El retrato de Dorian Grey.

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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