Con este atractivo libro la editorial Abada nos brinda la oportunidad de vagabundear por las calles de la vieja Edimburgo de la mano de uno de sus más destacados hijos, Robert Louis Stevenson (1850-1894). Aunque su precaria salud le aconsejó cambiar los humos y ventoleras de esta desapacible metrópoli del norte («donde los enfermizos mueren pronto») por los cálidos y soleados Mares del Sur, el recuerdo de su ciudad natal permaneció siempre en su recuerdo, y fue escenario de algunas de sus mejores páginas literarias, como Los ladrones de cadáveres, Secuestrado, Catriona, Las desventuras de John Nicholson o St Ives, entre otros.
Edimburgo: notas pintorescas lo conforma un conjunto de diez capítulos, originariamente publicados en la revista The Portfolio a lo largo de la segunda mitad del año 1878, y luego completados y reunidos en un solo volumen en 1879. Son textos poco conocidos, pero en cada una de sus páginas brilla con fuerza la prosa del autor escocés, impregnada de una finísima ironía. Aunque hable de su ciudad natal, no le duelen prendas a Stevenson a la hora de criticar los desmanes urbanísticos, los monumentos de pésimo gusto o la desigualdad social («en ninguna otra parte más evidente que en Edimburgo»). El casco antiguo con sus viejas casas de vecinos, que se elevan como inestables y miserables rascacielos, el bullicioso barrio de los abogados, las zonas modernas y residenciales, las colinas circundantes y sus monumentos, los alrededores campestres… Pero la mirada de Stevenson no se limita al paisaje urbano o a sus monumentos (a los que presta muy escasa atención), sino que se vuelca de manera preferente sobre su humanidad, y muy en especial sobre la más modesta y doliente, ya esté hacinada, aterida, o venturosamente entregada a los báquicos regocijos del Año Nuevo. No escasean en el libro las alusiones a la convulsa historia de la ciudad, con frecuencia manchada por la intolerancia religiosa y las luchas entre partidos e Iglesias; como tampoco faltan los recuerdos infantiles de una Edimburgo rústica y campesina. Aunque todo el libro está trufado de historias y anécdotas interesantes -a veces truculentas-, encontramos también un capítulo expresamente dedicado a las leyendas, deliciosamente expuestas y aderezadas con unas gotas de humor. No traiciona tampoco al subtítulo de «pintoresco» el capítulo dedicado al cementerio de Greyfriars, un texto rico en historias y observaciones macabras o inquietantes. De la misma manera que Stevenson se consolaba en semejantes lugares pensando en el sacrificio voluntario de los héroes que no temían a la muerte, nosotros nos consolaremos recordando que el autor reposa en una soleada y alegre colina de una isla en los Mares de Sur.
Completan este volumen (traducido, prologado y anotado por Miguel Ángel Martínez-Cabeza, y abundantemente ilustrado con los grabados que acompañaron a la edición original) dos cortos textos de viajes, el segundo de ellos inacabado: La costa de Fife (1888) y Un paseo por Carrick y Galloway en invierno (1896). Publicados en Scribner’s Magazine y Illustrated London News, condensan en sus breves páginas un apreciable caudal de observaciones interesantes, leyendas, tipos curiosos, anécdotas y noticias históricas, como la de los soldados de la Armada Invencible naufragados en Fair Isle.
Reseña de Manuel Fernández Labrada