Atta Troll, de Heinrich Heine

A estas alturas, poder leer por vez primera en castellano un poema de la importancia de Atta Troll es todo un acontecimiento literario, una verdadera dicha para los amantes de la literatura alemana y de Heine en particular. Hace unos años la editorial Hiperión nos ofrecía, del mismo poeta, Alemania. Un cuento de invierno (1844); ahora, también traducido por Jesús Munárriz, saca a la luz Atta Troll. El sueño de una noche de verano (1847), que comparte con el anterior poema un aliento similar y la invocación  shakespeariana del subtítulo. Basta con leer unos versos de esta cuidada edición bilingüe para apreciar el infinito cariño y acierto que el traductor ha sabido imponer a su tarea.

El argumento, como tal, es bien sencillo: el oso Atta Troll, prisionero de un antiguo combatiente carlista que lo exhibe como atracción de feria en el pueblecito francés de Cauterets, se escapa para huir a su cueva de la brecha de Roland, en lo más agreste de los Pirineos. Un cazador, alter ego del poeta, emprenderá su persecución en compañía de un siniestro muerto viviente, Laskaro, hijo de la bruja Urraca, que con sus artes mágicas le hace parecer vivo. Las escenas más fantásticas se producen tras la fundición de las balas mágicas, con la contemplación -desde la cabaña de Urraca- de la caza fantasma (der Wilden Jagd; una leyenda germánica) durante la noche de San Juan (es difícil no evocar las escenas homólogas de la ópera El cazador furtivo, de Weber). Entre los diversos espíritus que participan en el desfile infernal, sitúa Heine a Shakespeare y a Goethe (demonizados por las mentes estrechas), y -como no podía faltar en nuestro autor- a tres bellas y peligrosas féminas: Diana, el hada Abundia y Herodías (que cabalga jugueteando con la cabeza del Bautista y se permite enviarle al cazador, de pasada, una ardiente mirada). Las tres paganas seducen la imaginación del poeta, pero de manera especial Herodías (debe entenderse Salomé, una confusión no extraña en la época en que fue compuesto el poema), a la que tributa una rendida declaración de amor. El autor se complace melancólicamente en la hipotética supervivencia de estas divinidades en el mundo actual, en un apartado lugar que desearía compartir con ellas, una idea que no sorprenderá al que conozca otros dos textos de Heine de gran belleza e interés: Los dioses en el exilio, y Los espíritus elementales.

Según leemos en el prólogo que acompañó la edición de 1847, un doble motivo alentó la creación de Atta Troll. De un lado, «defender los imprescriptibles derechos del espíritu», oponiéndose a una corriente poética patriotera y rancia que se extendía entonces por Alemania, y que tomaba a nuestro poeta como objeto de sus críticas e injustas acusaciones; de otro, puramente estético, escribir una fábula «a la manera extravagante y soñadora de aquella escuela romántica en la que he vivido los años más agradables de mi juventud». Ensoñación romántica y sátira mordaz -de alcance casi universal-, pues, son los elementos aglutinadores de esta «epopeya humorística» (así la calificó el poeta en una carta), en la que veremos desfilar: miserables músicos ambulantes, degenerados agotes de Baztán, osos fanfarrones que creen en un cielo gobernado por un dios-oso, posadas españolas infestadas de chinches, poetas de la escuela suaba (tan denostada por el poeta), historiadores, filósofos, aristócratas…, y un largo etcétera: todos recibiendo, a su debido tiempo, los certeros dardos del temible y genial poeta.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

Fundición de balas mágicas y Caza infernal, para El cazador furtivo, de Weber

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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3 respuestas a Atta Troll, de Heinrich Heine

  1. Fernando dijo:

    Hola, soy de Santa Fe, Capital, estoy cansado de buscar ese libro mas no pude encontrarlo por ningún lugar. Ni siquiera por internet. ¿Hay algún lugar donde me recomiendes buscarlo? Me serviría muchísimo para mi estudio del alemán, ya que es una edición bilingüe, y además, claro está, para gozar de una poesía maravillosa. Gracias.

  2. Pingback: Alfredo Adolfo Camús, lector de Heinrich Heine. Viaje a Düsseldorf | Reinventar la Antigüedad

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