La editorial Siruela nos ofrece en su Biblioteca de Ensayo (serie menor) un nuevo texto del pensador y estudioso de la cultura (Premio Príncipe de Asturias 2001 de Comunicación y Humanidades) George Steiner. Al igual que La idea de Europa (2005), o Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento (2007), El silencio de los libros (2005) es un texto breve, de densa y placentera lectura, ideal para aquellos que deseen acercarse por vez primera a este eminente profesor de literatura (así le gusta definirse), nacido en París de padres austríacos y nacionalizado norteamericano.
En El silencio de los libros el autor reflexiona sobre la vulnerabilidad del libro y su cambiante y contradictorio papel en la cultura occidental, vistos desde una perspectiva muy amplia. Subraya Steiner que en el texto escrito late un principio de auctoritas: lo escrito y lo prescrito se entrelazan. El libro da cuenta de una relación de poder: una élite de letrados gobierna a una pluralidad de analfabetos o semianalfabetos. Por contra, el recurrir a la escritura reduce el papel de la memoria; una cultura oral actualiza siempre el recuerdo, mientras que una basada en el libro «autoriza […] todas las formas de olvido». Aprender algo de memoria es hacerlo vivir en nuestro interior, apropiarnos profundamente de ello. Critica Steiner el descuido de la memorización en la educación moderna, lo que califica de «amnesia institucionalizada»
Tienen gran interés las páginas dedicadas a glosar la ambivalente y fluctuante relación del cristianismo con la cultura del libro, partiendo de la idea, cara a Steiner, de que nuestra cultura occidental tiene una doble raíz: Atenas y Jerusalén; Sócrates (que no escribió texto alguno) y Jesucristo (¿acaso no era un iletrado?). Las parábolas de Jesús, que apelan más a la memoria que a la escritura, buscan imitadores y no lectores. Subraya el autor la «increíble originalidad» que debió suponer en su momento la transcripción de las historias de Jesús a una forma literaria escrita como son los Evangelios. Con Pablo de Tarso se alcanza, sin embargo, el polo opuesto a Cristo. Pablo no solo es uno «de los más grandes escritores de la tradición occidental», según Steiner, sino que confía en la perdurabilidad y capacidad transformadora del libro. Esta visión, que se continuaría en autores como San Agustín o Santo Tomás, no pone fin a la dialéctica entre el texto escrito y la oralidad, que permanece activa en la desconfianza de los padres del desierto y de los ascetas de la iglesia primitiva hacia los libros (un lujo para ellos), y de manera más concreta en el rechazo de la Iglesia romana a toda lectura libre de la Biblia, así como en la censura eclesiástica de los libros y los índices de obras prohibidas.
Ya en época más reciente, señala Steiner dos principales corrientes de oposición al libro, la que denomina «pastoralismo radical», actitud vitalista en la que el libro es considerado poco menos que letra muerta frente a la vida real (Thoreau, Blake, D.H. Lawrence…); y la que sostiene que un libro nada contribuye a paliar la miseria humana, peso muerto que en muchos casos perpetúa incluso las situaciones de injusticia e inmovilismo. De la quema de la biblioteca de Alejandría al incendio, apenas ayer, de la de Sarajevo, la destrucción de libros por los «fundamentalistas de todos los bandos» es una constante histórica para el autor.
Otra amenaza a los libros resaltada por Steiner es la censura, que permanece activa hoy en día hasta en los países del denominado primer mundo. Son interesantes a este respecto las reflexiones del autor sobre las paradójicas relaciones entre censura y creatividad: la libertad deja en ocasiones paso a la banalidad («la censura es la madre de la metáfora», según Borges). Contrariamente a esto podría justificarse una intervención que nos salvaguardara de lacras como la pornografía sádica o el racismo, entre otras, que invaden actualmente las redes de comunicación virtual. Desde una perspectiva cercana a esto último señala Steiner el «escándalo» que supone la coexistencia en algunas sociedades de la barbarie institucional con los más altos logros del pensamiento y la cultura; la complicidad o cómoda indiferencia de escritores, filósofos e intelectuales, con los abusos de determinados regímenes políticos (se citan la Alemania nazi y la China maoísta, entre otros).
Finaliza Steiner su apasionante estudio con una hipótesis que es a la vez una paradoja: el trato con los libros conduce a una cierta deshumanización: nos sentimos más identificados o conmovidos por lo imaginario que por lo real («lloramos» la muerte de un personaje de novela, mientras permanecemos indiferentes a las miserias que se nos ofrecen diariamente en la televisión). ¿Es porque la ficción nos aparta de nuestra mezquina vida de todos los días? La cuestión es cómo convertir esa necesidad cultural en lucidez moral. El autor confiesa desconocer la respuesta.
Como es habitual en Steiner, la brillante exposición de sus ideas se moldea en una forma que es también literatura. Tanto como la claridad, originalidad y amplitud de su pensamiento, nos seduce la belleza de su prosa, figurada y aforística («La escritura dibuja un archipiélago en las vastas aguas de la oralidad humana». «Matamos el tiempo en vez de sentirnos a gusto dentro de sus límites»), modulada en un ritmo musical de frases, conceptos y preguntas que permanecen resonando en nuestro interior tras la lectura.
Se completa este volumen con un estudio, aún más breve, de Michel Crépu (escritor y crítico literario francés, director de la Revue des deux mondes), Ese vicio todavía impune, donde se plantea la dicotomía de elección entre el vicio de la lectura (impune no por mucho tiempo, puntualiza) y la virtud recompensada de acomodarse a las exigencias de una sociedad volcada al consumo, carente de tiempo, y donde la soledad ociosa como experiencia creativa está proscrita. El diapasón es aquí más alto: «esa guerra contra los trastornos del vicio impune […] es librada por un ejército de necios, rutilante de estupidez y de feroz ambición. Son los imbéciles de los que hablaba Bernanos. […] Es el aspecto cómico de la situación, pues lo hay: el poder mediático no tiene nada en las manos, la sustancia que pretende transmitir es nula». Un texto que no desentona, sin embargo, ni en el fondo ni en la forma con el de Steiner, al que matiza o completa en algún caso. Así, en el «pastoralismo radical» Crépu no ve «una ruptura con el gesto de la escritura […] con el trabajo del libro, sino la búsqueda de otras formas que podrían expresar al mundo moderno». Es así que las aventuras vitalistas de un Thoreau (Walden) acaban en forma de libro. Para Crépu la literatura es ante todo un objeto de deseo, una forma de revelación.
Reseña de Manuel Fernández Labrada