El protagonista de este espeluznante y negro relato es un paria anónimo (conocido sólo como «el ruletista»), un hombre al que nunca ha sonreído la suerte. Esta mala fortuna, sin embargo, juega a su favor en el momento en que introduce una bala en el tambor de un revólver, lo aplica contra su sien y lo dispara ante un público de corrompidos apostadores (los «accionistas»), deseosos de ganar un miserable dinero manchado de sangre, o cuando menos de paladear una experiencia infernal. A diferencia de otros desgraciados, que sufren tan peligrosa y degradante prueba para ganar un dinero (vagabundos, borrachos, excarcelados…), el ruletista hace del atroz espectáculo una profesión lucrativa y «segura». No solo sale indemne de la segunda y sucesivas apuestas, sino que además, en un crescendo demencial, añadirá un número mayor de balas en cada nueva sesión. El ruletista no solo se enriquece, sino que se gana la devoción y el respeto de su público: los «accionistas» ya no lo abuchean como a los desgraciados que se salvan tras apretar el gatillo… El ruletista, que acaba propiamente con el juego al eliminar a cualquier posible rival (de hecho, la apuesta se convierte en espectáculo), seguirá jugando, en un consumado ejercicio de autodestrucción, hasta colocarse en la inverosímil coyuntura de introducir las seis balas en el tambor… De esta manera el personaje, presuntamente real, acaba por transmutarse forzosamente en personaje literario; junto con el autor-narrador, que ha estado muy presente en todo el relato y que busca, en la poco recomendable compañía del ruletista, esa salvación que solo otorga la obra artística.
Mircea Cărtărescu (1956) es uno de los más destacados escritores rumanos de la actualidad. El Ruletista es un breve relato extraído del volumen Nostalgia (1993), traducido y prologado para Impedimenta por Marian Ochoa de Eribe.