Camino nocturno, de Ludwig Hohl

Del escritor suizo Ludwig Hohl (1904-1980) ya tuvimos ocasión de leer no hace mucho Escalada, una inquietante novela de montañeros que es mucho más de lo que el título parece anunciar… La editorial Minúscula vuelve a ofrecernos ahora (también en traducción de Rosa Pilar Blanco) un segundo volumen de este interesante y poco conocido autor. Según leemos en la solapa de Camino nocturno, Hohl fue uno de esos artistas a los que la fama premia escasa y tardíamente, y no sin antes exigirles grandes sacrificios: durante más de dos décadas vivió modestamente en un sótano ginebrino (¿podemos imaginarnos algo más desangelado?), apenas conocida su obra por un puñado de allegados. Camino nocturno recoge ocho relatos de muy diversa factura (fechados la mayoría entre 1931 y 1937), que giran en torno al desarraigo, la incomunicación y la miseria humanas. El que da título a la colección, Camino nocturno, es el más extenso y de más difícil interpretación; quizás una dolorosa meditación sobre la responsabilidad ética frente a la miseria de nuestros semejantes: así, el extraño personaje nocturno que tanto inquieta al caminante viene a constituirse en un aterrador doble o doppelgänger. El erizo, por contra, es una fábula de perfiles netamente kafkianos; mientras que en La hoja o en El buscador, los vagabundeos alucinados del narrador y sus ridículas obsesiones (como conservar a ultranza una hoja caída de un árbol, o encontrar una moneda perdida en el suelo) alcanzan su premio en la adquisión de una suerte de sabiduría. Dejando aparte Paisajes, que es una evocación e interiorización del paisaje suizo (el autor vivía entonces en Holanda), los tres últimos relatos se desenvuelven en un contexto más realista y tienen como protagonista a la mujer (expuesta bajo una luz ciertamente misógina). En La borracha se analizan, a través de la exposición de dos casos concretos, los anómalos comportamientos inherentes a la borrachera específicamente femenina. Laurisa, la esplendorosa es una indagación de las destructivas relaciones de pareja, cargadas en la cuenta de las mujeres de cierto país (de cuyo nombre el autor prefiere no acordarse; ¿no será Holanda?, nos preguntamos con malsana curiosidad), que en su juventud pecan de promiscuas y en su temprana madurez se convierten en las féminas más feas del planeta. Finalmente, en Tres viejas de un pueblo de montaña, la atención del escritor se aparta de la contemplación de sus queridas montañas para recaer en tres paisajes humanos devastados por el tiempo: la imponente, la callada y la espantosa.

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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