Ir de viaje, de William Hazlitt / Excursiones a pie, de Robert L. Stevenson

Estos dos breves textos, que publica Olañeta en su nueva colección Centellas (traducidos por Esteve Serra), comparten un mismo asunto: los placeres del caminante entendido y sibarita. Aunque publicados originariamente con más de cincuenta años de diferencia (1821 y 1876 respectivamente), guardan entre sí estrechas afinidades. De hecho, Stevenson ha leído el ensayo de Hazlitt, e incluso se hace eco de él en sus propias páginas. Un acierto, pues, la idea de publicarlos juntos, en este primoroso y diminuto volumen. Un precepto imprescindible para disfrutar de los paseos campestres, según Hazlitt, es emprenderlos en solitario, pues la conversación -incluso la más amena e interesante- sólo puede desvirtuarlos. Stevenson, que hace suya esta máxima, añade como segundo principio rector del caminante la búsqueda de «ciertos humores joviales», y no tanto la contemplación del paisaje. Pero tal estado de bienaventuranza -advierte Stevenson- sólo podremos alcanzarlo mediante marchas moderadas, alejadas de cualquier empeño gimnástico. También coinciden los dos autores al referir los deleites que acompañan el final de la jornada, la llegada a la posada. Lo ideal para Hazlitt es disfrutar del descanso amparado en el anonimato (como «el caballero del reservado»), apurando la dichosa ruptura con nuestra identidad y preocupaciones habituales. Viajamos, subraya Hazlitt, «para dejarnos atrás a nosotros mismos mucho más que para librarnos de los demás». En efecto, con el arribo a la posada llega el momento -según Stevenson- de olvidarnos del reloj y de los afanes diarios, y sólo disfrutar de la pipa fumada placenteramente al amor de la lumbre. Como era de esperar en dos caminantes tan ilustrados, los libros tendrán algo que decir: en la posada también se puede leer. Hazlitt enumera algunas lecturas que pusieron un memorable punto final a una dichosa jornada de vagabundeo, como Pablo y Virginia, o un capítulo de La Nueva Heloísa… Stevenson no se queda atrás con los libros y propone el de Hazlitt como inmejorable compañero de paseo. Yo me atrevo a sugerir este que nos ocupa, que podrá viajar modestamente en el más pequeño de nuestros bolsillos, esperando pacientemente el momento oportuno para procurarnos todos sus goces.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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