El filósofo rumano Emil Cioran (1911-1995) pertenece a ese reducido grupo de escritores que alcanzan las más altas cimas de su arte en una lengua adquirida. Al igual que Conrad, Nabokov o Beckett, Cioran maduró su carrera literaria injertando su pensamiento en una lengua de cultura no materna: en su caso la francesa. Llegado a París en 1937 para disfrutar de una beca del Instituto Francés de Bucarest, Cioran permaneció ya casi toda su vida en la capital gala: «el único sitio del globo donde se puede vivir». Extravíos (Razne; c. 1945-1946) es el último libro escrito por Cioran en rumano, un texto conservado en la Biblioteca Jacques Doucet de París que ha permanecido manuscrito largos años, pues no fue publicado en Rumanía hasta 2012. Ahora, gracias a la iniciativa de Hermida Editores, se ha vertido por vez primera en nuestra lengua, contando además con la labor de Christian Santacroce, especialista en Cioran y artífice de una traducción de impecable belleza.
El título del libro, Extravíos (Razne), alude probablemente al carácter fragmentario y desordenado del texto, aunque también podría entenderse como una invocación a la locura: condición necesaria, según Cioran, para sobrellevar la existencia. Solo ella nos libra de la insoportable carga de la lucidez:
Cuando el último grano de locura desapareciera, la duda no liquidaría solo el alma, sino que erradicaría hasta la misma materia, haciendo de su ausencia nuestra fosa. Pues la lucidez transforma en tumba los objetos por los que queremos elevarnos.
Aparentemente perdido entre textos capitales como Breviario de los vencidos (1940-1945) y Breviario de podredumbre (1949), Extravíos, con apenas cien páginas, se nos revela como un libro de gran interés y atractivo. La expresividad y belleza de su estilo, los atisbos geniales de su pensamiento filosófico y la riqueza de imágenes puestas en juego son los cebos que nos impiden abandonar la lectura de un libro abrumadoramente pesimista, donde el autor parece empeñado en mustiarle su flor a la esperanza y dejarnos como única salida la muerte o el refugio en una «banalidad» sin honor. La inanidad del hombre, el sinsentido de la vida y de la historia, la negación del progreso, la superioridad ética del derrotado y de la víctima, el dolor, la injusticia, el egoísmo y la maldad innata de los hombres… son algunos de los temas principales de un pensamiento nihilista fragmentario, en ocasiones aforístico, que sin conformar en modo alguno un sistema completo ni del todo coherente manifiesta una gran eficacia a la hora de poner en evidencia la miseria existencial en la que «chapoteamos», y ante la cual el hombre común, para asegurar «su comodidad en el cosmos», necesita forjarse ídolos, becerros de oro a los que adorar:
Dios o los dioses, el estado o la civilización, la autoridad o el progreso, nación, clase o individuo; inmortalidad o paraíso terrenal —rostros diversos del eterno becerro de oro.
Una idea reiterada y esencial en el pensamiento de Cioran es la del suicidio, al menos como coartada para poder seguir viviendo. Suicida y héroe son para el pensador rumano dos figuras antitéticas, con valores llamativamente contrarios a los comúnmente admitidos. Si el suicida es «dueño absoluto de su propia vida» y encarna la única respuesta válida ante la miseria de la existencia, el héroe representa el disfraz último de la cobardía: un suicida «incapaz de acabar con su vida» por sus propios medios y que se manifiesta hasta el último instante deseoso de ganarse la aprobación de la sociedad, servidumbre que lo define como un «esclavo del mundo exterior»:
Jesús, vejado, escupido y crucificado, no conoció seguramente ese estremecimiento de la suprema insolidaridad que llevó a Judas hasta la última consecuencia.
Esta oposición tan dramática y tajante se puede salvar, paradójicamente, si el suicida decide vivir, convirtiéndose entonces en el verdadero [anti]héroe:
A veces me siento el mayor héroe que jamás haya existido por haber tomado esta decisión absurda que supera a la locura y a no importa qué aventura emprendida: la decisión de vivir sobre la tierra.
También son llamativas en el discurso de Cioran sus frecuentes invocaciones a Dios, a los ángeles o al diablo —entidades en las que no cree, pero recurrentes en sus libros—, así como la utilización de conceptos relacionados como el de alma («furcia sublime», ¡tremendo oxímoron!); elementos todos ellos que cumplen una importante función en la plasmación literaria de su pensamiento, donde es innegable un componente romántico. Hay cierto vértigo en muchas de sus visiones, a las que impone en ocasiones un tono extremado muy particular y seductor:
La mancha que deja en el alma una hora transcurrida entre los hombres ni un año de soledad puede borrarla, y la que deja una vida de respiración común no hay tiempo bastante en el infierno o el paraíso que nos la haga olvidar.
Aunque con una intensidad mucho menor, en Extravíos Cioran también proyecta su pensamiento sobre categorías estéticas, como cuando medita sobre los conceptos de lo sublime y lo ridículo; o sobre La Divina Comedia, con el tedio insufrible de sus bienaventurados.
Reseña de Manuel Fernández Labrada
Fascinante personaje. A veces pienso si no nos estará tomando el pelo a los lectores con su pesimismo excesivo.
Creo que todo parte de una preocupación excesiva por encontrar «el sentido de la vida», una cuestión que, como decía Wittgenstein, se soluciona simplemente con no plantearla, ya que la respuesta está fuera de nuestro alcance. De todas formas, su visión de la existencia nos estimula a pensar, y está plasmada de una manera que satisface a nuestra inteligencia. ¿Qué más podemos pedir? No es para asumirla en el día a día, desde luego. Como muchas cosas bellas, es «no comestible».
Estimado Manuel:
Leídos los Extavíos movido por su reseña. Hacía ya años que uno no reposaba en los pagos del desamparo cioranesco, y ha resultado interesante leer lo que a mi (escaso) juicio constituye uno de los más logrados ejercicios de estilo de don Emil. Diría que en este libro Cioran es más literario que en ningún otro, y por lo tanto menos pesimista, pues son notables la concienzuda elaboración estilística de cada frase y de cada párrafo, que resultan en un libro perfectamente homogéneo, sin altibajos, cerrado sobre sí mismo, lo que delata aún más las ambiciones estilísticas.
Cuando digo esto no menosprecio al autor, sino todo lo contrario: alabo que un escritor supiera primar su propio estilo por encima de todo, sabedor de que «el estilo es el la persona», como hace un par de semanas escribió Julia Escobar. Esa unidad ontológica está hoy en día muy mal vista, pues todo lo que despida el perfume de una alta unicidad se considera despreciable por falta de mediocridad, dicha la palabra en sentido técnico: cosa o asunto que no excede la altura media dentro de una bajura general.
Abundando en ello, decía Fernando Savater (durante las copas que siguieron a la lectura de una tesis sobre el rumano por él dirigida, hace ya mucho tiempo) que Cioran era un bromista, un tipo divertido y amable en el trato como pocos, lo que en nada contradice que una vez a solas se entregase al despiece de todo impulso que hubiere en el hombre. Añado que bajo el sello del estilo. Sin esa regencia, nada.
Así queda uno agradecido por la recomendación, y le saluda cordialmente.
José Antonio Martínez Climent
en Alicante.
Gracias por su certero y profundo comentario, José Antonio, que enriquece sin duda mi reseña. Si ha servido para animarle a leer el libro, ya ha cumplido ampliamente su cometido. También yo me he admirado mucho de que un libro tan perfecto y atractivo permaneciera todavía inédito en nuestra lengua. Un privilegio descubrirlo. Saludos cordiales,
Manuel