Nadie mejor que el propio autor para hablarnos de su oficio, de ese complejo mundo protagonizado por escritores, críticos, editores y público. Henry James ha sido, sin duda, uno de los literatos que más y mejor ha reflexionado —desde la ficción novelesca— sobre este asunto: La lección del maestro, Los papeles de Aspern, Nona Vincent, La muerte del león, Lo mejor de todo… Dentro de la novelística de Arthur Schnitzler (1862-1931) esta temática es, desde luego, mucho más infrecuente, y su tratamiento dista bastante de la manera de hacer de James. Los colores en el vienés son más fuertes, la ironía más transparente y afilada (y el significado, de inquietante actualidad). Así se manifiesta en esta novela que acaba de publicar Acantilado (en la traducción de Adan Kovacsics), Tardía fama (Später Rhum, 1894), obra póstuma del escritor austríaco que había permanecido inédita hasta que Paul Zsolnay se animó a editarla en 2014 (levantando cierta polémica en el medio crítico y filológico germano). Una obra magnífica —tal como se nos ofrece—, tan interesante y admirablemente escrita como todas las del popular escritor vienés. Tardía fama es la pintura irónica y desencantada de un mundillo de escritorzuelos ambiciosos, ferozmente enfrentados, a los que poco parece importar la literatura. Quizás un ajuste de cuentas con algunos de sus compañeros de la Jung Wien (Joven Viena) que nunca se atrevió a publicar.
El protagonista de Tardía fama, Eduard Saxberger, es un acomodado funcionario de setenta años que arrastra una apacible y solitaria existencia burguesa. Ninguno de sus conocidos sabe que en su juventud fue autor de un poemario, Andanzas, cuya publicación no tuvo apenas repercusión. Olvidado por completo de su truncada carrera literaria, Saxberger recibe un día la inesperada visita de un poeta, Wolfgang Meier, entusiasta admirador de su libro, que ha descubierto casualmente en una librería de segunda mano. El joven pertenece a la asociación literaria Entusiasmo, un grupo de poetas que aseguran compartir su fascinación por Saxberger y desean conocerlo. Este esperanzador inicio de novela, que parece preludiar el merecido homenaje a un viejo poeta injustamente olvidado, se transformará pronto en el descorazonador retrato de una mezquina camarilla donde los sentimientos de valoración o admiración de la obra ajena son solo moneda de cambio en la lucha por triunfar. El ingenuo Saxberger, adulado por los jóvenes, se siente al punto rejuvenecer, ve despertarse sus dormidas ambiciones literarias y no falta a ninguna de sus tertulias, embarcándose finalmente en la preparación de un recital público colectivo donde sus viejos poemas ocuparán un lugar destacado. Pero el anciano poeta, que desde el principio de su aventura ha mantenido la cabeza medianamente serena, terminará descubriendo la fea realidad que se esconde en esa persecución desesperada del reconocimiento público (la Fama siempre es otra cosa). Su experiencia, en cualquier caso, habrá merecido la pena. Ahora podrá contemplar su pasado de poeta frustrado bajo una luz muy diferente. Los «alumnos» le han dado, involuntariamente, una valiosa lección.
Reseña de Manuel Fernández Labrada