Debolsillo Clásica acaba de reeditar (edición y traducción de Luis Magrinyà) esta inteligente selección de textos de Henry James, que ya tuvimos ocasión de leer hace algunos años en un volumen de la editorial Rialp que todavía está sin agotar (la actual es su reproducción ad pedem litterae). Supongo que no es obligatorio advertir a los lectores descuidados… Yo, al menos, los tenía bastante olvidados y, una vez comprado incautamente el libro «por segunda vez», me he alegrado de releerlos. Hablamos de textos no demasiado difundidos y de extraordinario interés, pero donde el calificativo de «fantástico», sin dejar de ser cierto, debe entenderse de manera sutil, sobre todo en los dos primeros, donde el fantastique lo protagoniza solo alguna evanescente aparición astral, premonición, o quizás actuación «desde el otro lado».

Un davenport… un escritorio con demasiados cajones.
«Sir Dominick Ferrand» (1893) es un delicioso relato que cuenta las tribulaciones de un joven escritor para abrirse camino. Un editor de revista inflexible le hará la vida imposible hasta que el vetusto davenport que ha comprado a un anticuario revele su oculto tesoro: un legajo indiscreto y letalmente comprometedor. En el divertido tira y afloja entre editor y escritor es posible todavía escuchar un eco de esa maravillosa novela que es The Aspern Papers (1888), y seguramente también de las relaciones de James con sus propios editores. Hay mucha ironía en el relato, lo que no impide que la honestidad y la renuncia traigan al final su inesperada recompensa. En «Nona Vincent» (1893) no abandonamos el mundo de los literatos principiantes y sus dolorosas ordalías, ahora concretadas en las dificultades de un joven dramaturgo para abrirse camino en el proceloso mar de la farándula londinense. James había sufrido ya lo suyo en esa singladura, y quizás por eso su pintura nos parece tan brillante y atractiva: la comprometida elección de la primera actriz, la lectura del manuscrito ante los actores, el ensayo general, la desquiciada jornada del estreno… ¡Nada que ver, desde luego, con la solitaria tarea del novelista y su tediosa corrección de galeradas! Contemplamos, quizás, el sueño que James acarició durante una gran parte de su vida. Pero no es solamente esto, por supuesto, y al igual que en el relato anterior una trama amorosa de gran encanto, aunque bastante convencional, conduce las últimas páginas. Con «El mejor de los lugares» (1900) nos adentramos plenamente en materia fantástica, o al menos onírica. El narrador es de nuevo un hombre de letras, pero ahora en la cima de la fama y el desencanto. Como en Der Atlas de Heine, el literato ha querido llevar -y lleva- sobre sus espaldas todo un mundo de fastidiosas obligaciones… Un inesperado y gentil Hércules lo liberará de la carga durante algunas horas, trasladándolo a uno de esos lugares que solo podemos visitar en sueños. Un tour de force sobre lo inefable. Finalmente, en «La tercera persona» (1900), el relato que da título al libro, nos zambullimos de pleno en una ghost story, pero aderezada con el más fino humor y encarnada en unos personajes tan sutiles y encantadores -dos primas solteronas y un campechano vicario rural- como solo James sabía pergeñar en sus mejores momentos. Al igual que en «Sir Dominick Ferrand», unos añejos papeles guardan un secreto que quizás hubiera sido preferible desconocer. Ya lo decía Cernuda: «Mejor la destrucción, el fuego.»
Reseña de Manuel Fernández Labrada