Los hermosos días de Aranjuez (Un diálogo estival) es la última obra dramática del escritor austríaco Peter Handke (1942), cultivador de géneros tan diversos como la novela, el teatro, la poesía o el ensayo, y conocido en España por títulos como Los avispones, El miedo del portero al penalty, La mujer zurda, Insultos al público o El pupilo quiere ser tutor. Presentada en Viena el año pasado, Die schönen Tage von Aranjuez ha sido objeto en España de diversas lecturas dramatizadas y representaciones a lo largo de 2013 (como la del Círculo de Bellas Artes de Madrid), impulsadas por el Goethe Institut, que también ha patrocinado esta edición impresa de la traducción de Miguel Sáenz, publicada por la editorial madrileña Casus-Belli en su colección «La horda de oro». Las representaciones no he tenido ocasión de verlas, por lo que hablaré solo del texto, que al menos brinda la posibilidad de relectura, algo esencial en un texto tan denso. Basta con leer unas páginas para adivinar su dificultad interpretativa, el reto que ha de suponer subir a las tablas un discurso tan intenso y complejo.
El texto de Handke es un diálogo dramático entre dos personajes anónimos, masculino y femenino (solo en las líneas finales descubrimos que el hombre se llama Fernando), en una cerrada unidad de espacio y tiempo. Conviene señalar que la obra toma su título de un verso del Don Carlos de Schiller («Los hermosos días de Aranjuez han terminado. En vano hemos permanecido aquí»), lo que no implica que la acción transcurra en la ciudad castellana, aunque sí en un escenario veraniego y campestre que tiene como referente imaginario un Aranjuez vivido por el protagonista masculino y evocado reiteradamente. A poco que leamos el texto dramático, descubriremos que confluyen en él algunos elementos clave en la obra de Handke, como son la preocupación por la experimentación en el lenguaje, el interés por España o su experiencia cinematográfica (Handke ha sido director y guionista en varias ocasiones). Aparte de las citas de películas, llaman la atención en el texto las alusiones a canciones y a otros textos literarios (como el mismo de Schiller, que se enuncia en los momentos finales, casi a modo de colofón.)
Me parece que la mejor comprensión de Los hermosos días de Aranjuez pasa por reconocer su carácter de «bucólica». Al igual que en el género clásico grecolatino, el diálogo de los personajes se encuadra en un paraje natural idílico, en un espacio temporal puesto entre paréntesis (un luminoso día de verano meridional, como tanto gusta a los alemanes idealizar), alejado de la urgencias diarias, que facilita la evocación y comunicación de las experiencias amorosas (veremos luego si es posible o no esa comunicación en esta moderna bucólica). En el texto de Handke el personaje principal es el femenino, que narra una especie de trayectoria amorosa vital, que se inicia ya en la infancia con el descubrimiento del erotismo en un columpio, y continúa con su primer encuentro con un hombre: «amor divino», donde se conjugan -en la escena de la salina- lo más bajo y lo más elevado, las figuras de los excrementos humanos y la sanguijuela con la adquisición de una nueva conciencia. Sigue la experiencia del «amor venganza»; no contra el hombre, sino acción, o quizás más bien desafío, «contra el mundo actual». El desapego que el personaje femenino asegura experimentar hacia la figura de la mujer contemporánea desemboca finalmente en el reconocimiento de la propia desorientación amorosa. Por su parte, el papel del hombre en el diálogo no puede ser más opuesto. Cada fracción del racconto de la mujer viene puntuado por su intervención, que traza un caprichoso contrapunto a la voz principal, más centrado en lo externo que en la propia confesión, siguiendo una estructura casi musical donde son frecuentes las simetrías y paralelismos.
Este doble registro, donde la voz masculina enfatiza el entorno «bucólico» y la femenina apura la confesión más íntima, hace aún más patente la incomunicación de la pareja, signo quizás de una incomunicación universal. Si ya desde las primeras líneas los personajes parecen incapaces de ponerse de acuerdo en las reglas de juego de su diálogo, más adelante asistimos a un verdadero «diálogo para sordos». Mientras la mujer desgrana sus recuerdos más personales el hombre se encierra progresivamente en sus evocaciones, que glosa cada vez con mayor entusiasmo y lirismo: los pájaros de la primavera, las semillas de la balsamina, los baños de arena de los gorriones, las frutas y verduras asilvestradas de los huertos de Aranjuez… Esta disociación absoluta entre los dos personajes solo se romperá parcialmente hacia el final, con la confluencia casual de los dos soliloquios en el sintagma «Reina de Aranjuez». Se inicia así una coda final, con mayor interacción entre los personajes, pero marcada igualmente por la diferencia irreductible («Tengo hambre» dice el hombre; «Y yo tengo sed», concluye la mujer) y la idea de la soledad.
Reseña de Manuel Fernández Labrada
Sin duda una excusa perfecta para repetir ese diálogo entre las masas arbóreas de Aranjuez. En otoño, ideales para ello. Albert.
Pingback: Crónica 16 de noviembre, 2016 · Sobre “Beatriz, los magnolios y Dios” · – La Voz de Coffee
Pingback: Peter Handke será distinguido en España > Poemas del Alma
Pingback: La segunda espada. Una historia de mayo, de Peter Handke | Saltus Altus