Al igual que otros muchos relatos breves de Stefan Zweig (1881-1942), Las hermanas (Die gleich-ungleichen Schwestern, 1937) es una pequeña obra maestra que se lee con fruición. Traducida por Berta Vias Mahou para Acantilado, el editor ha considerado oportuno añadirle el subtítulo de «conte drôlatique», aludiendo quizás a los Contes drôlatiques de Balzac, relatos licenciosos de espíritu rabelesiano en que cortesanas y religiosos protagonizan con frecuencia aventuras escandalosas. Es verdad que en el texto de Zweig también se entremezclan procazmente la santidad con el pecado, pero de una manera mucho más compleja. Más allá del evidente tono libertino de la trama, se propone una tesis moral, o al menos una reflexión sobre el carácter complejo y contradictorio del deseo humano, pues «ningún anhelo llena ni colma jamás el dilema masculino, que entre la carne y el espíritu añora siempre el eterno contrario». Este dilema no es, por supuesto, exclusivamente masculino, como dejará bien claro el desarrollo de la historia.
Helena y Sophia son dos jóvenes gemelas, de gran belleza, que viven en la miseria desde que su padre, el caballero Herilunt, un victorioso general de Teodosio, fracasó en su temeraria intentona de usurpar el trono. Para salir de un medio social que les resulta abominable, estas dos hermanas –tan ambiciosas como su padre– no vacilan en protagonizar carreras divergentes de vicio y virtud, en las que pronto reinarán de manera indiscutible. Pero unas cualidades morales tan dispares, repartidas en dos cuerpos físicamente idénticos, producen una gran conmoción en el imaginario masculino de Aquitania. De manera inesperada, las figuras de la cortesana y la santa se refuerzan perversamente, trayendo de cabeza a los hombres, exacerbando y complicando hasta el delirio sus fantasías menos presentables. Pronto se verá, además, que no son ni el dinero ni la santidad los verdaderos acicates de estas trayectorias tan extremadas, sino una feroz competencia, un ansia de superación a cualquier precio. El indiscutible triunfo de las dos hermanas, cada una en su especialidad, no pondrá fin a su mutua animosidad; y así, Helena, la prostituta, trazará un maquiavélico plan para hacer caer a su hermana Sophia, la hermana de la caridad. La inesperada resolución del conflicto –que no desvelamos– afianza la tesis general del relato, que quizás no sea otra que la integración de contrarios. Tal como anunciaba el título original en alemán («gleich-ungleichen»), se recuperará la igualdad inicial (las dos torres gemelas, que abren y cierran el relato de la historia, serán símbolo y testimonio para la posteridad). De manera similar a Virata, en Los ojos del hermano eterno, Helena y Sophia culminarán su destino alejadas del mundanal ruido, en el ámbito del silencio y la privacidad. Sólo así es posible, quizás, la delicada operación de vencer las contradicciones para reintegrarse en el todo.
Reseña de Manuel Fernández Labrada