Del escritor escocés George MacDonald (1824-1905) pudimos leer hace ya muchos años Lilith (Edhasa, 1988), una novela fantástica que me pareció poco convincente. Luego aparecieron -también traducidos a nuestra lengua- otros relatos más breves, como La princesa y los trasgos o La princesa y Curdie, cuentos de hadas publicados en colecciones destinadas a la infancia. Los Cuentos de hadas que ahora nos presenta Atalanta -subtitulados: para todas las edades-, me han reconciliado mucho con este autor, al que es justo reconocer una gran originalidad, interés y calidad literaria. Amigo de Lewis Carroll, George MacDonald escribió a lo largo de su vida muchas novelas y cuentos fantásticos, que influyeron decisivamente en autores tan importantes como C. S. Lewis o Tolkien.
«La princesa liviana» (1893) es el cuento más extenso de la colección, y para mí el más interesante. A diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los restantes relatos, el elemento fantástico tiene una presencia limitada, la justa para sentar las premisas de la historia e impulsarla en la dimensión deseada, siguiendo una lógica hasta cierto punto convencional. Hablamos de una princesa que ha perdido la gravedad como consecuencia de un hechizo lanzado por su tía, la malvada y rencorosa princesa Makemnoit (una bruja, en realidad), que no ha sido invitada a su bautizo. En este caso la maldición no ocasiona dolor alguno a la feliz princesa, que disfruta de la manera más alocada e irresponsable de su ingravidez; al menos hasta que su amado lago comienza a secarse, en lo que parece una catástrofe ecológica «avant la lettre». Aunque hay príncipe en la historia, no hay bella durmiente; y sí una verdadera ondina: probable homenaje de MacDonald al barón de La Motte Fouqué, del que admiraba su cuento Undine (1811), al que consideraba el cuento de hadas por excelencia. «El corazón del gigante» es un entretenido y admirable cuento de ogros con algunas escenas verdaderamente terroríficas, impregnadas de ese sadismo inherente a muchos cuentos infantiles, y que aquí el autor intensifica conscientemente. En algún momento nos parecerá estar asistiendo a los apuros de Odiseo en la cueva de Polifemo. Creo que en este cuento se percibe, mejor que en ningún otro, la habilidad del autor para mantenernos siempre pendientes del hilo. Estos dos primeros cuentos son piezas de lectura obligatoria. «Cruce de propuestas» es un relato de tono diferente a los anteriores: una fantástica excursión al País de las Hadas que recuerda mucho a la Alicia de Carroll (la niña protagonista se llama también Alicia). Quedan en la memoria los paraguas que se convierten en gansos negros y echan a andar. «La llave de oro» es otro cuento desbordante de imaginación, en el que aparecen de nuevo dos niños alejados de su casa por los poderes feéricos, y que maduran en su peregrinaje al País de donde caen las sombras. La oportuna ayuda de un hada buena y la llave de oro que se encuentra al final del arco iris propician un final feliz. Al igual que Salomón (o Sigfrido), escucharemos hablar a los animales del bosque. En «La pequeña luz del día» reaparece, no sin ironía, la figura de la princesa embrujada por un hada malvada el día de su bautizo. En este caso se trata de una bella durmiente a medias, castigada a dormir durante el día y a vivir sólo durante la noche, sometida además a los altibajos del ciclo lunar. Una maldición que la sitúa en un escenario que ni pintado para seducir al inevitable príncipe. En «El sueño de Diamante» y «El sueño de Nanny» retomamos la línea de algunos cuentos anteriores protagonizados por niños, que ahora experimentan viajes oníricos. Finalmente, en «El día y la noche en el país de las hadas» se explora un registro fantástico diferente. Un cuento de una exquisita belleza, cuidadosamente escrito desde la más pura simetría. La malvada bruja Watho juega perversamente con una pareja de jóvenes, a los que mantiene secuestrados en su castillo, impidiéndoles alcanzar un desarrollo natural: Fotógeno, condenado a llevar una vida sólo diurna; y Nycteris, criada en la oscuridad más absoluta.
Estos Cuentos de hadas (subtitulados para todas las edades) han sido traducidos a nuestra lengua por Ana Becciú, y prologados por Javier Martín Lalanda, profesor de la Universidad de Salamanca y estudioso bien conocido por los amantes de la literatura fantástica. Además de un breve ensayo del propio George MacDonald, «La imaginación fantástica», completan el volumen algunas fotografías y retratos del autor, así como las ilustraciones que acompañaron a la edición original, obra del dibujante y pintor prerrafaelita Arthur Hughes (1832-1915).
Reseña de Manuel Fernández Labrada

Dibujo de Arthur Hughes para Speaking Likenesses (1874), de Christina Rosetti.