De Ogai Mori (1862-1922) ya tuvimos ocasión de leer y comentar hace unos meses La bailarina, una bella novelita con fondo autobiográfico, donde se contraponían las culturas japonesa y europea a través de una historia de amor frustrada. La editorial zaragozana Contraseña nos ofrece ahora una selección de relatos del mismo autor, traducidos del japonés y anotados por Elena Gallego, e ilustrados con un valioso prólogo de Carlos Rubio, que satisfará ampliamente la curiosidad del lector acerca de un escritor escasamente conocido en nuestro país. Relatos de una gran sencillez, belleza, intenso sentimiento y poder de sugerencia.
El texto que abre la colección y da título al libro, “El intendente Sansho”, es el relato más extenso de los seis, y quizás el más conocido (inspiró un film de Mizoguchi, de igual título, en 1954): La historia de dos hermanos raptados y vendidos luego como esclavos a un terrateniente, y que luchan por recomponer la unidad familiar. Un relato de gran ternura que no esconde la terrible dureza y crueldad del mundo adulto que rodea a los niños. Un canto al amor filial y al sacrificio; pero también, a la virtud recompensada. “El barco del río Takase” trata de un caso de conciencia, expuesto en el bello y apacible marco de un viaje fluvial nocturno. El reo conducido al destierro por matar a su hermano sólo abrevió el desenlace de un suicidio torpemente ejecutado: “Creí que podría morir al instante cortándome la garganta, y fracasé”. ¡Cuánta derrota y sufrimiento condensados en esta breve confesión del hermano agonizante! Aunque no le queda claro al barquero si la justicia acierta o falla al penalizar esta especie de eutanasia, la tranquilidad y optimismo con que el reo acepta la condena y encara su futuro en el destierro me parece que nos ofrece una pista de lo que pensaba el autor. Al igual que los dos relatos anteriores, “Las últimas palabras” se desarrolla en una época pasada de la historia del Japón, concretamente en la primera mitad del siglo XVIII. Una vez más asistimos a una lección de piedad filial. Los hijos de Tarobei Katsuraya, condenado a muerte por un delito de estafa, solicitan a la justicia ocupar su lugar en el patíbulo. En este ejercicio de sacrificio destaca especialmente la figura de la hija mayor, Ichi, un prodigio de noble entereza, que conseguirá sobrecoger al propio juez Sasa con las “últimas palabras” de su alegato: “frías como el hielo, cortantes como el filo de una espada”. “La señora Yasui” es la detallada crónica biográfica de Chuhei, un sabio que a pesar de su fealdad -de la que todos se burlan- consigue el amor de la joven y bella Sayo, un modelo del ideal femenino japonés de aquella época. En “La historia de Iori y Run” se narra el reencuentro de un matrimonio de ancianos, separados durante treinta y siete años por un desgraciado accidente con una antigua espada de samurái. También en este relato se pone el acento en la figura de la esposa, en su fidelidad a toda prueba. Finalmente, en “Sakazuki” (el único relato de la colección no encuadrable en la denominada “ficción histórica”) el autor se deleita con la pintura de una escena de gran belleza y sencillez: siete encantadoras niñas japonesas, que acuden a beber a una fuente con sus tazas (“sakazuki”) de plata, se encuentran con otra niña extranjera y su extraño vaso de barro.