En septiembre de 1928 Stefan Zweig (1881-1942) emprende viaje a Rusia, país en el que permanecerá durante dos semanas, integrado en la delegación de escritores austriacos asistentes a la celebración del centenario del nacimiento de Tolstói. Como otros muchos intelectuales y escritores de su tiempo, Stefan Zweig cumple así un deseo largamente acariciado, el de conocer de primera mano ese inmenso país donde se están gestando cambios tan formidables y trascendentales. El escritor era bien conocido en Moscú (su libro sobre Tolstói, según nos cuenta, «se vende en todas las esquinas»), y el mismo día de su llegada -tras un largo y agotador viaje- se vio obligado a improvisar una conferencia sobre Tolstói en la Ópera de Moscú, ante una nutrida asistencia de público y medios de comunicación que incluían cámaras cinematográficas. El escritor salió tan satisfecho de su actuación como de sus oyentes: «¡Es maravilloso, ese magnífico público! En nuestra tierra sería imposible encontrar un auditorio tan atento.»
El libro que hoy reseñamos, Viaje a Rusia, crónica y testimonio de esa experiencia, se abre con un puñado de cartas escritas por Zweig a su mujer Friderike («Fritzi») en los primeros días de viaje. Son textos que resumen y anticipan el intenso programa de actividades que llenarán esas dos semanas: conferencias, actos conmemorativos, visitas a escritores e intelectuales (Boris Pilniak, Gorki), conciertos (Eugene Onegin), viajes (Moscú, Tula, Yásnaia Poliana, Leningrado)… Resulta estimulante leer estas cartas tan espontáneas, escritas a vuela pluma bajo la fascinación y el entusiasmo por un «mundo inédito» al que acaba de arribar y que tanto le deslumbra. Pero el texto principal del libro es el titulado específicamente «Viaje a Rusia»: medio centenar de páginas donde Zweig traza un animado y completo resumen de su experiencia, una síntesis perfecta de observación y reflexión, atenta a los más variados aspectos de la vida rusa: desde los trámites de aduana a los monumentos y museos de Moscú y Leningrado, de la animación popular de calles y plazas al abandono de los comercios, de la fascinación que ejerce sobre el pueblo la «momia» de Lenin a la tolerada devoción ante la Virgen de la Plaza Roja… Resalta Zweig el heroísmo de los intelectuales rusos, que sufren la escasez de vivienda soportando la penuria de vivir arracimados, sin apenas espacio para trabajar con independencia. Así le ocurre a Eisenstein, que, recluido en una pequeña habitación, ve amontonarse sobre su mesa una docena de telegramas enviados desde Hollywood ofreciéndole miles de dólares (que el cineasta rechaza) para trabajar en América. Esta es la admirable y ejemplar actitud que Zweig extiende a la pluralidad de intelectuales rusos: su compromiso sincero con los cambios revolucionarios. La visión del escritor no es, por lo tanto, negativa, sino más bien de expectación. Todavía el régimen de Stalin no ha alcanzado el grado de endurecimiento de años posteriores, que modificará también su percepción, volviéndose más crítica. Por el momento se conforma con ser testigo y no juez, y no le duelen prendas en alabar cuanto le parece meritorio, como el incremento exponencial de los fondos de los museos públicos, acrecidos con los millares de obras maestras requisadas a los coleccionistas particulares, que el pueblo llano contempla con un respeto casi religioso. Como era de esperar, Zweig manifiesta un especial interés por la vida literaria rusa, y así lo testimonian su cordial encuentro con Gorki, la visita a una tertulia de jóvenes escritores soviéticos o su elogiosa valoración del teatro ruso. Pero las notas más emotivas se alcanzan en el homenaje al autor de Guerra y paz, y de manera particular en la visita a Yásnaia Poliana. La sobriedad del hogar de Tolstói, la sencillez de sus enseres domésticos, la acumulación de pequeños objetos cargados de historia y significado conmueven profundamente al escritor austriaco.
Este interesantísimo libro, que nos propone la editorial madrileña Sequitur, se completa con otros tres textos relacionados con el viaje: un breve apunte de ese mismo año referido a Tolstói, «La tumba más hermosa del mundo»; un ensayo de redacción posterior, «Tolstoi, pensador religioso y social» (1937); y un discurso compuesto unos meses antes del viaje a Rusia, «Conferencia en honor de Máximo Gorki» (1928).
Reseña de Manuel Fernández Labrada
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