Abades, de Pierre Michon

Entre los diversos libros de Pierre Michon traducidos a nuestro idioma en los últimos años, Abades destaca por su brevedad, intensa belleza y ambientación medieval. Pierre Michon (1945) es un escritor algo tardío (su primer libro, Vies minuscules, se publicó en 1984), autor de poco más de una docena de textos primorosamente escritos, de gran originalidad, que han recibido los elogios de la crítica más exigente y cuentan con un selecto grupo de lectores entusiastas (es decir, un autor de culto, como reza el tópico). Abades (Abbés, 2002) nos ofrece un tríptico de estampas medievales, escritas en una prosa tan elaborada y densa como la de un viejo cronicón medieval (a los que se alude con frecuencia), pero infinitamente más atractiva. Es difícil no pensar en el San Julián de Flaubert al leer estas historias de santos (incluso en Borges, con su amor a los códices y literaturas antiguas), aunque su factura es esencialmente distinta, muy personal. Los abades trazan rayas en el agua.

La primera historia (las tres se presentan sutilmente enlazadas) nos retrotrae al año mil, cuando la abadía de Saint-Michel-en-l’Herm (Vendée) es solo un amontonamiento de tablas, turba y campanas desafinadas, en un islote cercado de lodos y mareas traicioneras, castigado por las incursiones normandas. Sobre un «totum revolutum» donde no se sabe qué es tierra y qué es mar, el abad Èble, ayudado de un puñado de «monjes negros» y pescadores embrutecidos, arranca terreno al mar pulgada a pulgada. Una bella indagación sobre la gloria que se construye sobre el barro y las pasiones más humanas, y que tendrá una inesperada culminación en la rubia cabellera de una niña. La segunda historia gira en torno a la fundación de la abadía de Saint-Pierre de Maillezais. Un monstruoso y sanguinario jabalí, el dolmen que toma por guarida y una condesa alucinada tejen una fábula de misticismo y superstición. Al final, las pasiones desbaratan la ilusión y se impone el desengaño. Cierra Abades una historia de huesos: la cabeza de San Juan Bautista y la ciertamente cómica manera de apropiarse de una muela venerable. Un robo quizás sacrílego, pero también un testimonio de fe a la mayor gloria de la abadía. El protagonista es el mismo Théodelin del relato anterior, ahora más viejo, abad de Saint-Pierrre de Maillezais. Bajo la influencia de la reliquia robada el abad se hace ermitaño como Juan (es preciso mantenerla oculta; no es tiempo aún de exhibirla). Mientras tanto la reliquia obra milagros. El tartamudo Hugo, que lleva provisiones al ermitaño del islote, se vuelve elocuente… Otro camino equivocado hacia la gloria.

Abades ha sido traducido por Nicolás Valencia Campuzano para Ediciones Alfabia, que nos ha brindado además otro volumen con dos bellos textos de Michon, afines al que reseñamos: Mitologías de invierno. El emperador de Occidente.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

«…las antorchas danzan a ras del suelo, la porquera es un armazón muy antiguo y mal desbastado hecho por la mano del hombre, un dolmen sin lugar a dudas. Emma se arrodilla junto al escudero, este abre los ojos, ve los pequeños ojos apagados y fijos en las cerdas duras, y, encima, los ojos risueños de Emma, todavía más arriba, el cuerno de la luna. « (traducción de Nicolás Valencia Campuzano)

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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