En la obra de Heinrich Heine (1797-1856) no son abundantes los relatos de pura ficción, que pueden reducirse esencialmente a tres: Las memorias del señor de Schnabelewopski (1833), Noches florentinas (1836) y El rabino de Bacherach (1824-1840). Los que hayan leído los dos primeros textos, de excepcional atractivo y madurez, seguramente se sentirán un tanto sorprendidos –cuando no defraudados– al enfrentarse con El rabino de Bacherach, un texto de interés mucho más modesto; que es, además, muy diferente, tanto por su contenido, su tono o las circunstancias de su composición. Obra inacabada, El rabino de Bacherach ha sido generalmente poco valorada por la crítica, que ha hecho mucho hincapié en su carácter de obra incompleta, seguramente frustrada: Heine interrumpió su redacción en 1826, y solo la retomó –sin demasiado éxito, al parecer– en 1840. Estas interrupciones –cuando media un cambio o evolución estética en el autor– resultan siempre problemáticas, si no fatales. En cualquier caso, creo que merece la pena leerla, aunque solo sea para disfrutar de la belleza deslumbrante y sin desmayos de su primera parte. Debemos alegrarnos, por lo tanto, de la aparición de esta nueva y atractiva edición de El rabino de Bacherach (primera edición individual del relato) que nos ofrece la editorial cordobesa El olivo azul (Colección Errantes), traducida por Paula Sánchez de Muniain, y que recoge además dos poemas de Heine relativos al pueblo de Israel (con texto en alemán y castellano): “A Edom” y “Lloran las estrellas en el firmamento”.
Aunque Heine se mantuvo siempre alejado de la religión de sus mayores, quiso hacer suya con este relato la reivindicación de un pueblo tan injustamente oprimido como el judío. La obra, ambientada en la Alemania de finales del siglo XV, parece el boceto de una novela histórica, y tiene como principales protagonistas al rabino Abraham y a su bella esposa Sara. Comienza la novela con una romántica descripción de la decrépita ciudad de Bacherach, antaño floreciente, así como de los ritos religiosos judíos y las falsas leyendas que se les atribuyen. La acción propiamente dicha se inicia con la huida repentina de la pareja protagonista, en plena noche, de un «pogrom» que se va a desatar de manera inminente en Bacherach. Dos extraños, que se han presentado inopinadamente como invitados en la cena de Pascua que preside el rabino, introducen disimuladamente bajo la mesa donde se celebra el banquete ritual el cadáver ensangrentado de un niño cristiano. Se escenifica así una de las más difundidas y negras leyendas a cuenta de los judíos: la realización de sacrificios humanos durante la Pascua, coartada fabulosa para justificar luego sangrientas matanzas y abusos. La situación de temor continuo y peligro inminente a que se ven sometidos los judíos se plasma magistralmente en la escena en que Abraham, habiendo descubierto casualmente bajo la mesa el cadáver mientras leía del libro sagrado, disimula al instante y a la perfección su terror, hasta poder hablar en secreto con su mujer y concertar una huida inmediata, que tiene lugar sin despedidas y estrictamente con “lo puesto”. La travesía nocturna del Rin, plena de leyendas, recuerdos y visiones, evocados por el personaje de Sara, configura una página plenamente heineana, de gran poesía y sugerencia, una de las más bellas de todo el libro.
La leyenda negra de los sacrificios de niños por parte de los judíos tuvo su manifestación española más tristemente célebre en la famosa historia del Santo Niño de La Guardia, una supuesta crucifixión ritual acaecida en Toledo en el año de 1489, y de la que se hace eco, por ejemplo, Bécquer en su leyenda “La rosa de Pasión”. Ocurrida en el mismo año en que Heine sitúa el «pogrom» de Bacherach, no deja de ser una casualidad bastante curiosa, sobre todo cuando, además, el autor introduce en su tercer capítulo un personaje de origen español, el judío Isaac Abarbanel, recién llegado de Toledo. ¿Conocía Heine la historia del Santo Niño de La Guardia? ¿Pensaba utilizarla ulteriormente en el desarrollo de su inacabada novela?
Reseña de Manuel Fernández Labrada

Ilustración de Max Liebermann para el relato de Heine
Si, es un relato hermoso y digno de ser leído, pero ese «sin final» te deja con la sensación de tener en la boca un manjar delicioso y que lo que queda en la plato ya no lo podrás comer.