Un jardín en Venecia, de Frederic Eden

La editorial Gallo Nero pone en nuestras manos una gratísima novedad, una verdadera sorpresa, un libro que nos deparará ratos de lectura feliz y entretenida. Un jardín en Venecia (publicado en 1903 en la revista Country life) es la historia de un sueño, el de Frederic Eden (1828-1916), un inglés delicado de salud (y sin duda, adinerado) que, venciendo grandes dificultades, consiguió levantar para su disfrute el más grande y bello jardín de la ciudad de los canales (la poco propicia «tomba dei fiori»). Un jardín todavía existente en la actualidad -aunque cerrado a los turistas-, que llegó a alcanzar cierta notoriedad a comienzos del siglo XX: Henry James lo visitó, y después se inspiró en él para esbozar el que aparece en Los papeles de Aspern. Quizás algún lector se pueda sentir abrumado por la enumeración de especies vegetales citadas en algún capítulo, o incluso escandalizado de que el autor asegure haber contemplado el Guadalquivir desde los jardines del Generalife (¡todo es posible en Granada!); pero la impresión de conjunto es de amenidad y atenta y fiel observación de la naturaleza. Leyendo este libro no solo valoraremos la considerable dificultad de levantar un jardín en la laguna veneciana, sino que aprenderemos otras muchas cosas, curiosidades quizás inútiles, pero interesantes y atractivas (¿no es eso la literatura?). Nos informaremos de qué flores y árboles frutales resultan adecuados al clima veneciano; qué insectos, pájaros y otros animales lo frecuentan; cómo se levanta una pérgola; o la manera de construir un pozo veneciano, que filtra el agua de lluvia mediante un antiguo e ingenioso procedimiento. También nos admiraremos de la curiosa costumbre veneciana de intentar alejar las tormentas de granizo a base de cañonazos… Pero no todo es el jardín, desde luego, y no son escasas las referencias a Venecia, a sus gentes y costumbres, al precio de la fruta, a las marrullerías de los venecianos con los extranjeros, a los jardineros… Pero sobre todo, el libro resultará entrañable al lector por su veracidad y el gran amor que se trasluce en cada una de sus líneas, y por el fino humorismo y la ironía que se gasta el sibarita inglés.

El texto (traducido por David Cruz Lucena) se completa con una docena larga de viejas fotografías en blanco y negro: pérgolas, arriates, estanques, viñas, estatuas, edificaciones… En un par de ellas vislumbraremos incluso a su propietario, Eden, recostado en una chaise longue con un libro en la mano, disfrutando de su idílico paraíso: unas imágenes para meditar sobre la terrible belleza de lo efímero.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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