Cuentos de lo extraño, de Robert Aickman

Reconozco que este nuevo libro de Atalanta, Cuentos de lo extraño, de Robert Aickman (1914-1981), me ha gustado mucho más de lo esperado. Todos los relatos que integran el volumen están densa y admirablemente escritos, y no tienen nada de banales. Relatos de corte fantástico, incluso de terror, llenos de felices detalles, impredecibles: un curso narrativo pleno de meandros cuidadosamente construidos. En «El vinoso ponto» (epíteto homérico) se cuenta la experiencia de un hombre que desembarca en una misteriosa isla griega, aparentemente maldita, donde habitan tres extraordinarias mujeres. ¿Son divinidades paganas, reliquias de eras pretéritas? Eso parece, si atendemos a su prestancia olímpica, sus extraños patrones de conducta, y al hecho de que habitan la última isla literalmente viva del planeta. Mientras se gesta un inesperado final, el protagonista se instala perezosamente a su sombra y las toma como amantes. En «Los trenes» el telón de fondo lo aporta el ferrocarril, que ya desde «El Guardavías» de Dickens ha mostrado su capacidad para sugerir atmósferas inquietantes. Por otra parte, la casa construida sobre las vías del tren, ¿no evoca la ruidosa mansión metálica edificada sobre la cascada de «Vaila», de Shiel? Las piedras abandonadas en disposición geométrica por las excursionistas, de manera inconsciente, son un buen ejemplo de esos detalles que Aickman parece diseminar por sus relatos con una función meramente sugestiva (como el pequeño alacrán del cuento anterior, o algunas inesperadas preguntas u observaciones que afloran en los diálogos). Afortunadamente no todo tiene una explicación sencilla, desde luego; y quizás por ello se haya comparado a Aickman con Kafka (yo no me atrevería…). Tanto en «Che gelida manina» (Aickman fue un gran entendido de ópera: la referencia a la famosa escena de La Bohème alude a una relación establecida en la oscuridad) como en «La habitación interior«,  el argumento gira en torno a conocidos tópicos del género terrorífico, como la llamada telefónica de ultratumba («Puede telefonear desde aquí», de Blackwood) o la vieja casa de muñecas que cobra vida («La casa de muñecas», de M.R. James); pero están desarrollados de manera tan magistral y propia que se olvida pronto cualquier posible modelo. En todos los relatos el abanico de interpretaciones es siempre muy amplio. De «La habitación interior» parece posible, incluso, extraer una moraleja humorística: ¡los niños deben cuidar de sus juguetes! Aunque quizás sea más acertado entender el relato como una reflexión simbólica sobre un hecho no siempre evidente: los sucesos de la infancia proyectan su sombra en la vida adulta. «Nunca vayas a Venecia» es el cuento de mayor densidad literaria. La caricatura que se nos ofrece de los turistas venecianos es deliciosa. Solo después aparece lo fantástico, con la amante espectral, prefigurada en sueños. Aunque el protagonista despierta al lado de la inevitable calavera (como en la novela de Potocki), nada más original y sorprendente que la delirante fuga final: casi como un héroe, cumplido ya todo lo que merece la pena, el protagonista abandona la odiosa y falsa ciudad. La imagen de la góndola perdida en el Adriático tardará en borrarse de nuestra imaginación. En cuanto al último relato, «En las entrañas del bosque«… Bueno, mejor no digamos nada. Lo dejamos intacto al lector.

Todos los relatos han sido traducidos por Arturo Peral Santamaría, y vienen acompañados de un interesante prólogo de Andrés Ibánez, donde, aparte de ofrecerse amplia información sobre el escritor británico y su obra, se reflexiona sobre los discutibles límites entre literatura de género y literatura «con mayúsculas», dilema que puede aplicarse sin duda a Aickman.

Que yo sepa, solo están disponibles en castellano otros dos relatos de Aickman: Los cicerones (Historias de fantasmas de la literatura inglesa, vol. II, Edhasa, 1989) y Páginas del diario de una joven (Vampiros, Atalanta, 2010).

Reseña de Manuel Fernández Labrada

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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