Siempre será motivo de satisfacción la publicación de un libro con nuevos textos de Lafcadio Hearn (1850-1904), el escritor que mejor ha sabido traducir la cultura japonesa a nuestra mentalidad occidental. Sombras (Shadowings, 1900) es una colección de textos muy diversos, dividida en tres grandes apartados que combinan ficción y ensayo, las dos vertientes principales donde se volcó la curiosidad del escritor greco-irlandés hacia su patria de adopción (casado con una japonesa y nacionalizado en 1891). En «Historias de libros extraños» se recogen hasta seis narraciones legendarias, provenientes de antiguos libros japoneses, glosadas y comentadas con la habitual maestría del autor, en la estela de los relatos y leyendas fantásticos que figuran en sus obras más famosas, como Kwaidan (1904), El Japón fantasmal (1899), o El romance de la Vía Láctea y otros estudios e historias (1905): apariciones de ultratumba, doncellas que abandonan los biombos donde han sido pintadas, hombres-tiburón que sacan de apuros a sus protectores, amores fulminantes que conducen a la tumba, episodios macabros a costa de pobres difuntos… Bajo el epígrafe de «Estudios japoneses» encontramos tres textos extensos sobre la cultura y literatura japonesas. En primer lugar, un interesantísimo estudio sobre la cigarra o chicharra japonesa, «Semi«, un brillante ensayo donde se mezcla la entomología con la poesía. Además de trazarse curiosos paralelismos con la lírica griega antigua, en lo que concierne a la «musicalidad de los insectos», se recogen numerosos poemas inspirados en el ruidoso canto del semi (El que quiera leer más sobre «bichos japoneses», tendrá que acudir a la vieja edición de Kwaidan de Austral, que recoge al final Estudios de los insectos, donde Hearn se ocupa de mariposas, mosquitos y hormigas). Un segundo estudio de este apartado, «Nombres japoneses de mujer«, nos ofrece extensas listas de nombres femeninos (de las estudiantes graduadas del Colegio Superior Femenino en 1895, entre otras), así como minuciosas explicaciones sobre sus tipos, composición y significados (siempre más morales que estéticos). La complejidad, variedad y sutileza de los diferentes yobina (nombres de pila femeninos) seducirá al lector, sin necesidad de que aspire a ser un estudioso de la lengua japonesa. Se completa esta sección de Sombras con «Canciones japonesas antiguas«, un cancionero bilingüe (felizmente vertido al castellano) que reúne poemas de muy diverso carácter y extensión: canciones locales, populares (de estructura nemotécnica), infantiles, budistas; incluso dos bellas y extensas baladas narrativas (una de ellas, del tipo que los músicos errantes recitan acompañados del samisen). El tercer y último apartado del libro, «Fantasías«, lo conforman una serie de meditaciones subjetivas del autor sobre temas diversos, en un tono poético y de libre ensoñación: la belleza de unos ojos, levitaciones vividas en los sueños, pesadillas, reencarnaciones, evocación de los miedos de la infancia…
Esta edición anotada de Sombras, de Lafcadio Hearn, que nos ofrece la editorial Satori, cuenta con una bella traducción al castellano de Marián Bango Amorín, y viene ilustrada con unos dibujos de semi que el autor encontró en un viejo manuscrito conservado en la Biblioteca Imperial de Uyeno.

Edición española de 1921 de El romance de la Vía Láctea
Hola, muy buen blog y comentario.
Totalmente de acuerdo, que se publique (y sobretodo poder leer) algo nuevo de Hearn es un placer. De todos modos discrepo de que sea quien «mejor ha sabido traducir la cultura japonesa a nuestra mentalidad occidental». Aquí deberíamos ir alerta y contextualizar que, en efecto, se trata de una adaptación a nuestra mentalidad, concretamente a la de hace 100 años. Una idealización de un mundo que fascinó a Hearn que debe ser leído en esa clave, la de la cautela ante un artefacto literario creado bajo el punto de vista europeo, no desde una objetividad documental.
Eso sí, leer con cautela no implica no dejarse llevar, perderse y disfrutar en el exótico panorama dispuesto por Hearn!
Gracias por sus interesantes puntualizaciones. Estoy básicamente de acuerdo, y lo daba por descontado. La preocupación «arqueológica» no era tan acuciante hace una centuria. Ni siquiera los folcloristas europeos del XIX se escaparon de la idealización o la manipulación de los materiales que «recuperaban». Si leemos todavía a Hearn es sobre todo por su componente literario, por su poder de sugestión. El valor de los precursores reside en que, en ocasiones, recogen -aunque imperfectamente- informaciones que luego se pierden. En España, por ejemplo, los primeros que escribieron sobre el Flamenco fueron los viajeros extranjeros del XIX, y aunque no entendían casi nada del tema, su información tiene un gran valor histórico.
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