El estandarte, de Alexander Lernet-Holenia

El estandarte (Die Standarte, 1934) es una de las mejores novelas de Alexander Lernet-Holenia (1897-1976), un escritor austríaco del que ya nos ocupamos anteriormente en estas páginas (Marte en Aries). Novela entretenida y merecedora de una edición tan exquisita como la que nos ofrece Libros del Asteroide, El estandarte es una instantánea de los últimos días del Imperio Austrohúngaro, particularizada en las aventuras de un joven militar austríaco, el alférez Menis, que en las postrimerías de la Gran Guerra se ve repentinamente trasladado a un regimiento de dragones sobre el que pende un trágico destino. La crónica final de un imperio multiétnico y plurinacional, reflejada en la descomposición de un ejército desmoralizado, donde campesinos polacos, húngaros, checos…, de un sinfín de patrias, militan sin convicción bajo las órdenes de oficiales tan variopintos como ellos mismos.

Tras un inicio misterioso e intrigante, la historia propiamente dicha arranca con una serie de escenas de gran frivolidad, como el «asalto» del alférez Menis al palco imperial de la Ópera de Belgrado, donde ha vislumbrado a una joven de extraordinaria belleza, Resa Lang,  lectora de la archiduquesa María Antonia. Aunque el autor no parezca reparar en ello, resulta irónico que todo ocurra durante la representación de Las bodas de Fígaro de Mozart, donde sabemos que el enamoradizo Cherubino, a fin de apartarlo de las féminas de palacio, es enviado por el conde Almaviva al servicio militar («Non più andrai»). Y así, antes de que finalice la ópera, Menis será también remitido por la irritada archiduquesa a un regimiento… en Ucrania. Pero, en un giro muy propio del autor, el regimiento acaba de regresar y está solo a unos pocos kilómetros de Belgrado. Las proezas ecuestres del protagonista, que es capaz de pasar las noches cabalgando para disfrutar de una corta entrevista con su amada, reciben una minuciosa atención del escritor, que traza una completa logística de caballos de refresco y pacientes servidores que esperan al relente la llegada del alférez rondador. A estas alturas ya nos habremos dado cuenta de que Lernet-Holenia conoce a la perfección el terreno que pisa, y que amenaza a cada paso con apabullarnos con su virtuoso conocimiento de grados, regimientos, uniformes, caballos… todo cuanto conformaba, en suma, el complejo ejército imperial austrohúngaro. Pero el punto culminante de la novela no llega hasta un poco después, con el amotinamiento de la tropa sobre los puentes del Danubio y su inmediata y sangrienta represión: una página magistral, precisa y emocionante. Refugiados los desacreditados supervivientes en una escuela de Belgrado, el alférez Menis -abanderado en el último minuto de un regimiento que ya no existe- contempla en el gabinete de Ciencias Naturales una colección de animales disecados y esqueletos: un espejo de su propia situación como oficial de un imperio que se desmorona.

Una característica recurrente en la narrativa de Lernet-Holenia es la evocación de una atmósfera misteriosa e inquietante, que en El estandarte se materializa en la creciente desinformación que rodea a los protagonistas, incluso a los militares de mayor graduación. No saben por dónde anda el frente e ignoran si tendrán que ponerse en marcha; y aunque corren rumores de sublevación, se les presenta en el momento más inesperado. Los movimientos de tropas son también sorpresivos, y un regimiento que debía estar en Asia aparece junto a Belgrado. El sentimiento de irrealidad que acompaña al alférez Menis durante la marcha al frente de batalla (y que nos recordará las fantasmales cabalgadas de El barón Bagge) se agudiza con la inopinada aparición del siniestro capitán Hackenberg, trotando inoportunamente con sus dos perros entre las tropas que prestan juramento al emperador. Tras desvelar luego, en un duelo verbal de gran crueldad, el origen ilegítimo del abanderado Heister, este  militar alemán (que nadie sabe muy bien qué pinta en el regimiento) pronostica también su muerte. Su brusca y «mefistofélica» desaparición, entre las chispas arrancadas por las pezuñas de su caballo, confiere una fuerte irrealidad a la escena, una escena inmediata a la sublevación, de la que parece ser una especie de heraldo.

Aunque el relieve psicológico de los personajes no es algo importante en la novela (aparecen muchos tipos, como el viejo ayudante Anton, o el militar alemán de temple prusiano, Bottenlauben), Menis evoluciona desde una liviandaz casi de opereta (con su asalto al palco imperial y sus cabalgadas nocturnas) a una intensa toma de conciencia de su posición histórica, que se produce desde el mismo instante en que se le confía el estandarte de su regimiento. Su pasión por Resa se enfría, al producirse en su cabeza una especie de cortocircuito emocional: dama versus estandarte. Un conflicto no demasiado convincente para el lector.  Pero, bueno, no olvidemos que estamos leyendo una magnífica novela de aventuras.

El estandarte ha sido traducido por Annie Reney y Elvira Martín para la editorial Libros del Asteroide, y cuenta con un interesante prólogo de Ignacio Vidal-Folch.

Reseña de Manuel Fernández Labrada

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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