La editorial Pepitas de calabaza ha reeditado hace unos meses Diario de un perro (1892), de Oskar Panizza (1853-1921), un feliz acontecimiento para los seguidores del escritor alemán, tan poco favorecido en nuestra lengua. Traducido por vez primera al castellano por Luis Andrés Bredlow, Diario de un perro cuenta con una interesante introducción de Julio Monteverde, y reproduce las divertidas ilustraciones originales creadas por Reinhold Hoberg para la edición alemana de 1892 (Aus dem Tagebuch Eines Hundes). Una edición exquisita y muy cuidada, un auténtico festín para los amantes de Panizza, que valorarán muy positivamente la valiente iniciativa de esta editorial independiente logroñesa.
Escrito bajo la invocación a Swift, Diario de un perro es también una sátira de la condición humana. Al igual que los ingenuos habitantes de Lilliput escrutaban, admirados, los bosillos del gigante dormido y describían objetos incomprensibles para ellos, el protagonista de este Diario -un chucho de campo recién llegado a la ciudad- hace jugoso inventario de los extraños hábitos de los hombres, que no termina de comprender. La artificiosidad y falsedad de la vida urbana es puesta en solfa desde la perspectiva llena de sentido común (perruno) del narrador; un narrador infrasciente, que narra y describe sin entender: un punto de vista grato a Panizza y que utilizó en algunos de sus relatos. De ahí nace la comicidad del discurso, que no es poca. Los vestidos antinaturales, que dividen a la raza de Adán en «enseñapiernas» y «ocultapiernas» (hombres y mujeres); el balbuceante lenguaje humano, reducido a un «desnudamiento de dientes» y una variada serie de ruidos extravagantes e inútiles; los ridículos hábitos diarios de su amo, como las matinales cucamonas ante el espejo… Una extensa lista a la que habría que añadir los coches de caballos, teatros, salones de baile, jinetes, carteristas…, un largo etcétera para el que Panizza tiene siempre dispuestos los mejores y más afilados dardos.
Pero son los hábitos sexuales propios de una sociedad reprimida el objetivo privilegiado de la sátira de Panizza, temática que aborda en muchos de sus relatos y que también está presente en estos Diarios perrunos: la obsesiva fascinación masculina por las coloridas interioridades que desvelan las mujeres al saltar un charco, la delirante descripción de las relaciones sexuales de su amo, las citas nocturnas en el campo, el propio e iluminador descubrimiento de la sexualidad canina… Tampoco los ataques a la religión, que tan amarga persecución concitaron sobre el escritor en vida, faltan en el texto, al que atraviesan de principio a fin con la ridícula adoración canina a la luna y sus cómicas ideas religiosas y transcendentes. Aunque la nota predominante del Diario es la comicidad, se alcanzan en ocasiones cotas más inquietantes, como las inherentes al descubrimiento de la muerte, humana y animal. Especialmente siniestra resulta la descripción del funeral del viejo amigo que le daba galletas.
Mención aparte merece la esclarecedora «Representación de Oskar Panizza», escrita por Julio Monteverde como prefacio a esta edición, en la que se repasan los principales hitos biográficos y literarios del autor, a la vez que se reflexiona sobre el papel del escritor como artista y hombre de su tiempo, que en el caso de Panizza adquiere una «dimensión totalizadora» en la que vida y obra lo apuestan todo en una partida contra unos valores que se consideran falsos y se rechazan hasta las últimas consecuencias. La trayectoria humana de Panizza no puede ser más dramática a este respecto: una infancia traumatizada por una educación católica impuesta, su profesión de psiquiatra interrumpida, la prisión, y un final enclaustramiento de por vida en un asilo para enfermos mentales. Del éxito literario o la fama, mejor no hablar. Una lección, quizás, para los que osan cruzar los límites.
Reseña de Manuel Fernández Labrada

Ilustración de Reinhold Hoberg para Diario de un perro (1892) de Panizza

Un dibujo anterior de Panizza (no incluido en Diario de un perro), testimonio del carácter provocador del escritor alemán
Pingback: Corazón de perro, de Mijaíl Bulgákov | Saltus Altus